jueves, 8 de diciembre de 2016

SI NO TRABAJAS (asalariadamente) NO VALES NADA

Últimamente, he leído algunas noticias que han devuelto al primer plano de mi mente la asquerosa certeza de que tan sólo somos carne de cañón para un sistema que únicamente nos quiere para mantener la máquina consumista en pleno funcionamiento. Para ello, lo único que debemos hacer es acceder al pedacito del pastel de la riqueza que nos tiene reservado (lo justo para malvivir y poder consumir todas las bagatelas que nos ponen ante nuestros ojos). El método para eso, es el salario. Sólo así podemos ser útiles y, por tanto, susceptibles de merecer cierto miramiento por parte del poder. Es decir, si tienes un empleo no eres el primero en la lista de los prescindibles de la vida. Pero no te confíes, tampoco andas muy lejos.
Una de esas noticias de las que hablaba se refiere a la deportación de un ser humano de 19 años de origen paraguayo que vivía en España desde los cinco junto a su familia. El Estado esgrimió su ley y embarcó a este chaval en un vuelo rumbo a Paraguay donde nadie le espera. El motivo aducido ha sido el no tener sus “papeles en regla” (una expresión repugnante que utilizan para no expresar lo que realmente quieren decir: te vas porque eres un parásito, pobre y encima extranjero) Evidentemente, la única forma de regularizar su situación era conseguir un trabajo porque, repito, es la manera de demostrar tu valía en la sociedad si perteneces a las clases populares.

Me pregunto qué pasaría si de repente aplicaran ese mismo criterio a todos los jóvenes del país independientemente de su condición. Probablemente, desaparecería una generación entera. ¿A cuánta gente de esas edades conoces que trabajen? Yo a muy pocos.

Otro tema sobre el que últimamente he leído y oído mucho es sobre la cuestión de las personas. Desde hace años, se viene insistiendo machaconamente en la progresiva precarización del sistema de pensiones hasta el punto de abrirse el debate acerca de si hay que mantener las pensiones tal y como las conocemos o, por el contrario, hay que ir olvidándose de ellas. Lo que este debate esconde a quien no quiera verlo es una cuestión fundamental: ¿Qué hacer con aquellos que han acabado con su vida activa de producción? Es decir, ¿Merece la pena mantener con vida a aquellos a los que ya no podemos exprimir? Esta es la cruda realidad del debate de las pensiones, porque no nos engañemos, sólo aquellos obligados a vender su fuerza de trabajo a lo largo de su vida necesitan una pensión para sobrevivir durante su vejez. Se nos repite que es una situación insostenible, que no es posible garantizar un mínimo de dignidad en la vida de nuestros mayores.

¿Qué clase de sociedad es ésta? Lo sabemos muy bien aunque nos cueste creerlo, formamos parte de un mundo donde el sálvese quien pueda se ha elevado al rango de dogma incuestionable y la estupidez ha sido encumbrada a los altares de lo cotidiano. Sólo así se explica que nos anuncien como inevitable un exterminio y no seamos capaces de hacer nada (ya no hablo de actos revolucionarios; ni siquiera un mínimo movimiento hacia la reforma del sistema que permita seguir manteniendo el espejismo en el que vivimos). Está tan interiorizado que el trabajo es el eje fundamental de la vida que asumimos como normal que todo aquel que no trabaje no merece nada.

Hay muchísimos más ejemplos de esto. Podríamos hablar del desprecio absoluto por todas aquellas personas, especialmente mujeres, que dedican sus vidas al cuidado (en el sentido más amplio de la palabra) de sus familias y son tratadas como inferiores ya que no cotizan y por tanto, no contribuyen al sistema. También todos aquellos extranjeros que acogimos con las manos abiertas para explotarlos en todos aquellos trabajos de mierda que no considerábamos dignos de ser desempeñados por los nativos y que más tarde, cuando ya tenían sus vidas hechas aquí, decidimos que sobraban y los consideramos los culpables de todo y, por tanto, los tratamos como a criminales. También podríamos hablar de aquellas personas que después de dejarse media vida trabajando en una empresa como si fueran a heredarla, fueron puestos de patitas en la calle (en muchos casos debiéndoles un dinero que jamás recuperaron) en pos de aumentar la competitividad y que pasaron a convertirse en desechos sociales no aptos para ser miembros de pleno derecho de la sociedad de consumo.

La lista sería interminable pero el hecho es el mismo: mientras puedes ser explotado tienes derecho a vivir. Una vez dejas de ser útil, formas parte de los prescindibles, de los que cuanto antes desaparezcan mejor. Esto es lo que siempre ha sido en un sistema donde el beneficio lo es todo y la vida una mercancía más.

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miércoles, 16 de noviembre de 2016

LO ADMITO, NO SÉ DE TODO



Así es, no sé todo. Lo admito, me señalo y cargo con ello. No sólo eso, sino que además no tengo algo que decir ni (que) opinar sobre cada acontecimiento que me sitúan delante de los ojos los medios de comunicación o las redes sociales. Eso no significa que apoye una determinada postura por omisión; significa, simplemente, que no tengo nada que aportar sobre determinada cuestión por desconocimiento o porque no me gusta repetir argumentos u opiniones ajenas para conseguir la bendición de nadie.

Pensaba que el fenómeno de los “expertos en todo” se reducía a ambientes muy específicos. Lugares como los bares, los mass media y los escalafones de los partidos políticos donde habitan sus cabezas visibles… siempre han estado repletos de gente con una necesidad imperiosa de dar su opinión sobre todo (normalmente acompañan esta necesidad con la creencia de estar en posesión de la verdad, por supuesto, su verdad que es la única).
Pero hace tiempo ya, que este fenómeno se ha expandido de manera imparable alcanzando todos los rincones de la sociedad.

La ingente cantidad de ruido lanzado sobre nosotros a través de Internet y la velocidad a la que es posible asimilar y responder a todo eso, ha creado la ilusión de tener al alcance de la mano todo el conocimiento y la información disponible en el mundo. Automáticamente, esto nos ha convertido en potenciales expertos en cualquier tema por muy ajeno que éste sea a nuestra vida diaria.
No tengo nada en contra de que la gente nos informemos, más bien al contrario, me parece fantástico. Aunque estaría bien que, además, nos formemos y hasta incluso que tratemos de establecer algún tipo de relación entre todo esto y nuestra forma de desenvolvernos en el mundo. Intentemos hacerlo con algún tipo de filtro crítico y escéptico antes de dar por buena cualquier teoría o hecho y su contrario. Incluso, debemos estar dispuestos a admitir que hay cuestiones que nos superan (ni que sea de momento) y que por tanto no podemos tener una opinión sólida al respecto.

Esta proliferación de “expertos en todo” no me importa en absoluto cuando me la encuentro en reuniones familiares, en un bar, o en el trabajo.  He de admitir que incluso me divierte según cómo sea. Pero me parece mucho más preocupante cuando me la encuentro en ambientes alternativos donde se supone que el pensamiento crítico es algo importante. Me resulta especialmente triste constatar que en muchas ocasiones las personas con opiniones formadas sobre todo no hacen más que repetir argumentaciones y discursos ajenos que ni siquiera son capaces de explicar cuando se les pregunta. Lo sé porque seguramente leo las mismas páginas y los mismos textos que ellos.
Es justo en ese momento cuando todo suele terminar, porque es entonces cuando los expertos suelen acudir a los grandes tótems del asunto en cuestión que se esté tratando o, directamente, a las sacrosantas palabras de los grandes gurús de la ideología política que predomine en ese ambiente. Y claro, llegado a este punto también admito que no me he empapado las obras completas de ningún ser humano al que se le otorgue la autoridad máxima en cualquier –ismo. Así que una vez este dato salta a la palestra de una u otra forma, parece ser que automáticamente me invalida para cuestionar esos argumentos de dicho experto. En ocasiones, incluso, me convierte en sospechoso de colaboracionismo con el enemigo, reaccionario o pequeño burgués según de dónde venga la acusación.

En fin, hay tantos frentes abiertos, tantas cuestiones que nos afectan de una forma brutal y directa que resulta dificilísimo estar bien informado/formado sobre todo. Personalmente, no lo estoy pero me niego en redondo a que eso sea un motivo para tener que aceptar imposiciones argumentales o ideológicas.
Si no somos capaces de apoyarnos y fomentar la coeducación entre nosotros, si no es posible el debate sin miedo a ser excluido, si la capacidad de transmitir conocimiento y experiencia sólo se utiliza para colgarse medallitas absurdas en lugar de utilizarla para ampliar las posibilidades de revuelta, entonces todo queda reducido a la mínima expresión y nada puede suceder más allá del pequeño grupo de autoproclamados expertos.
Más o menos lo que sucede ahora.
 

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jueves, 20 de octubre de 2016

CANSANCIO




Cansancio, hartazgo, monotonía, soledad… diversas formas de definir la sensación que muchísima gente que cree pertenecer al culmen de la civilización humana tiene sobre su vida. Esto es lo que caracteriza a la sociedad en la que vivo, pequeño extracto de la sociedad occidental.
Los días se suceden en un eterno “día de la marmota” carente de significado. Cada cual imbuido en su dinámica que, independientemente de la que sea (laboral, familiar, social…), conduce a un inmovilismo vital que nos encierra en nosotros mismos o, en el mejor de los casos, en pequeños grupos humanos creados alrededor de una idea común que con el paso del tiempo se vacía de significado (si es que alguna vez lo tuvo) y se convierte en una mera representación social.
Nos convertimos en víctimas para nosotros mismos y frente a los demás, a los que pasamos a considerar nuestros enemigos si no son capaces de entender la gravedad de nuestra situación. Por supuesto, nosotros somos incapaces de ver que el resto está exactamente en la misma posición. El resultado de todo esto es que inmediatamente todos estamos enfrentados. Así se cierra el círculo virtuoso que posibilita una desconexión total entre iguales y, por tanto, se pierde la posibilidad de romper esta telaraña que nos oprime, ya que sin el otro es absolutamente imposible.
¿Cómo es posible llegar a este punto? Vivimos en una sociedad desarrollada. En ella nuestra única preocupación debiera ser poder expandir las potencialidades humanas hasta donde fuéramos capaces. Existe el conocimiento suficiente para garantizar que las necesidades físicas básicas estuvieran más que cubiertas para todo el mundo y, sin embargo, hemos creado un mundo que mata sistemáticamente a millones de personas cada año y que a otras tantas las aniquila moral e intelectualmente. Lo sabemos, vivimos de una forma que no nos corresponde, que nos es ajena pero a la que no estamos dispuestos a renunciar a pesar del dolor que nos causa y causamos.
Para paliar esto, en la medida de nuestras posibilidades, es para lo que creamos esa imagen de víctima y nos aislamos. Nos refugiamos en vidas virtuales vividas a través de las redes y la televisión. Nos repetimos las mentiras que nos venden a diario hasta convencernos de su autenticidad y poder mantenernos a salvo. Compramos su propaganda solidaria aunque sepamos de su falsedad moral con el único objetivo de conseguir que no reviente nuestra burbuja, construida con tanto esfuerzo y renuncia. Una burbuja de la que no nos atrevemos a salir porque conocemos el dolor y no queremos vivirlo preferimos la sedación diaria que nos produce nuestra soledad consumista, triste consuelo pero consuelo al fin y al cabo. Nos hemos convertido en adictos. Adictos a lo indoloro, a lo insustancial, a lo superficial, adictos a lo inhumano. Así es el mundo del que formamos parte cada unos de nosotros desde nuestra burbuja.
 

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sábado, 10 de septiembre de 2016

DESHUMANIZADOS

Hace unos pocos días se conmemoraba el aniversario de la muerte de Aylan, un pequeño ser humano que murió tratando huir de unas circunstancias vitales que pese a lo que pudiera parecer, no son una fatalidad del destino, sino la realidad orquestada y ejecutada por el hombre.
En realidad, no se conmemoraba su muerte. Más bien, la publicación de la fotografía donde ésta se representaba. Aylan era un pequeño kurdo que murió en las costas turcas huyendo del Estado Islámico y, esto, no deja de ser una paradoja macabra que, por supuesto, ningún gran medio de comunicación se tomó la molestia de comentar. La familia de Aylan huía de sus verdugos y murió en la puerta de los mismos verdugos. Era un viaje que ya estaba condenado, sin posible final feliz, pero a nadie le importa.
Porque en esta sociedad prima el espectáculo y éste está en la fotografía, está en el continente y no en el contenido. Hace un año aquella foto revolucionó los mass media que le dedicaron horas y horas a lo que ellos se encargaron de denominar la crisis de los refugiados (aunque en realidad se les niegue todo refugio, pero esto es sólo otro de esos aspectos irrelevantes). Sólo era eso, espectáculo. Docenas de entrevistas y reportajes que repetitivamente “denunciaban” la situación en que se hallaban y se hallan esos cientos de miles de seres humanos. Por supuesto, ni una sola referencia a causas o culpables más allá de la versión oficial, ni una sola alusión al hecho de que aquella no era una situación excepcional tal y como se nos quería hacer ver. Porque lo cierto, es que no lo era, no lo es.
Un año después, esos mismos medios recuperan el tema preguntándose qué ha pasado. Creían (o eso pretenden que creamos) que aquella fotografía cambiaría el mundo o, al menos, aquella situación dándole una solución. Nos infravaloran, sin duda, nos infravaloran y nos creen incapaces de comprender que todo su despliegue sirvió para lanzar campañas y mensajes y lavaconciencias y para, efectivamente, dar una solución: criminalizar al diferente y tratarlo en consecuencia. A él y a los que al margen de lo institucionalmente marcado deciden hacer algo al respecto. Sólo hay que ver cómo al tiempo que se rasgaban las vestiduras por la falta de soluciones se lanzaba la construcción de un nuevo muro antipersonas por parte de Francia e Inglaterra en Calais.
Sin embargo, no voy a negar que hay un aspecto de lo repetido estos últimos días que me ha llamado la atención por lo acertado; aunque difiero y mucho, del carácter excepcional que le daban. Se hablaba estos días de que la principal causa de la inacción política e, incluso, ciudadana se debía a la deshumanización a la que se había sometido a los refugiados (curiosamente esos mismos medios parecían autoexcluirse de este fenómeno, cuando son fundamentales para ello).
La deshumanización no es un fenómeno natural y puntual como pareciera, ni siquiera es la consecuencia de una determinada forma de pensar y/o actuar. Deshumanizar, quitar el carácter humano o sentimental a las personas, es algo absolutamente imprescindible para el funcionamiento de una sociedad consumista y explotadora como ésta de la que formamos parte.
Deshumanizar lo hacemos todos o casi, cada uno tiene sus razones pero es un mecanismo al que todos recurrimos para, de forma consciente o no, justificar nuestra forma de hacer. Al no reconocernos como lo que somos y aceptar una supuesta superioridad moral, intelectual o del tipo que sea podemos seguir viviendo como si tal cosa, como si Aylan fuera un caso aislado y no uno entre miles que cada año mueren tratando de cruzar unas fronteras, tras las que suponen un paraíso, que justificamos y defendemos por encima de todo creyendo que son algo más de lo que realmente son: meras divisiones estratégicas que delimitan las casillas de un tablero global en el que en el mejor de los casos somos simples peones y la mayoría de las veces, no pasamos de simple mercancía que es consumida y desechada.
Sólo así, podemos seguir adelante sin pensar en que cada año las prioridades de unos pocos que hábilmente transforman en los deseos y necesidades de unos muchos, condenan a muerte por falta de alimentos a más de tres millones de pequeños seres humanos como Aylan en todo el mundo. Haciendo un cálculo grosero y rápido corresponde a la muerte de un niño cada diez segundos, pero no importa cuántos millones mueran porque no son como nosotros, no nos importan, no nos incumben.
Esa misma deshumanización la trasladamos a nuestro día a día, a nuestro entorno. Parece que ya muy pocos nos incumben, sólo a los muy cercanos (por las razones que sea) los consideramos como a iguales y, por tanto, merecedores de nuestra atención, comprensión y solidaridad.
Sé y sabemos, por mucho que nos digan y nos lo quieran hacer creer, que esto no es innato. Nuestra naturaleza es solidaria, colaborativa y desprendida. Pero han conseguido que esto sólo aflore en situaciones extremas cuando la desgracia nos golpea de modo tal que no la podamos obviar. Por supuesto y afortunadamente, existen y siempre existirán esos seres que todavía comprenden de verdad que la solidaridad es la verdadera fuerza del Ser Humano.

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jueves, 21 de julio de 2016

DESCONFÍA DEL PREDICADOR


Predicar es defender o extender una doctrina o unas ideas, haciéndolas públicas o patentes. Es pronunciar un discurso o un sermón de supuesto contenido moral. También tiene una acepción en la que dice aconsejar o reprender a una persona, amonestándole o haciendo observaciones para persuadirle de algo.

Todo esto y más es lo que hace el predicador, una figura muy extendida en estos tiempos (probablemente a estas alturas ya todos tengamos a varios en mente) Habitualmente, un predicador necesita de un púlpito para hacerse oír y, de eso, hoy en día vamos muy sobrados. En la época de la interconexión, de la información (o desinformación según se mire) cualquiera es susceptible de convertirse en predicador. Desde el Gobierno, la Iglesia, la Patronal, los medios de comunicación, la cúpula del partido, el comité de empresa… pero también en la asamblea de tu colectivo, en tu grupo de amigos, en cualquier página de Internet… Muchos son los que sienten la necesidad de predicar la verdad, su verdad.

Desconfía del predicador que se atribuye una superioridad moral y/o intelectual para explicarte cómo funciona el mundo y en qué nos hemos estado equivocando, que asegura ser el portador de todas las respuestas y conoce todos los hechos habidos y por haber.

Desconfía del predicador que sabe en cada momento qué es lo que debes hacer, cómo debes pensar y cómo tienes que sentirte al respecto.

Desconfía del predicador que se sitúa a sí mismo como ejemplo a seguir, como faro intelectual o espiritual en un mundo de penumbras peligrosas.

Desconfía del predicador que afirma conocer la solución a tus problemas pero jamás se detiene a preguntar por ellos puesto que sus razonamientos son infalibles y carece de sentido el tener que apoyarlos en nada que no sean sus propias teorías.

Desconfía del predicador que se erige como el guardián de una teoría, la única, capaz de hacer realidad la salvación de la humanidad; que se atribuye la potestad de señalar a los que cumplen los preceptos de forma ortodoxa y a los que no son más que falsarios vendedores de humo cuyo único propósito en la vida parece ser reventar el inevitable triunfo de la verdadera teoría.

Desconfía del predicador que utiliza todos los medios a su alcance para bombardear intelectualmente, desconfía de mí. Lo que escribo es fruto de mis reflexiones y mis vivencias y, probablemente, sólo me sirva a mí en el mejor de los casos. Desconfía y que esa desconfianza te lleve a la duda y a la necesidad de reflexionar y experimentar, en definitiva a vivir. No rechaces sin más al predicador porque eso te lleva a convertirte en uno más que se dedica a replicar y repetir consignas y opiniones que carecen de sentido si no van acompañadas de la práctica en la vida cotidiana. Predicar es fácil, cualquiera puede hacerlo (yo mismo sin ir más lejos) y en una época en que el espectáculo es lo que prima la figura del predicador gana adeptos a cada segundo convirtiéndonos en meros hinchas fanáticos de uno u otro. Lo complicado es acompañar con hechos a las palabras. La coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos es la única manera de transitar por esta vida con un mínimo de certidumbre acerca de nuestro camino. Cuando esto sucede, sobran los predicadores. Hechos y palabras son necesarios pero siempre que caminen a la par.

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lunes, 11 de julio de 2016

COMUNICACIÓN ASIMÉTRICA

Diversas experiencias recientes me han hecho ser consciente de una cuestión que lleva sobrevolándome desde hace tiempo pero que, hasta ahora, no he sido capaz de organizarla en mi mente y poder reflexionar sobre ella.
Se trata de la forma en que nos comunicamos, concretamente, de la manera asimétrica en que lo hacemos y del peso que eso tiene en el mantenimiento de un sistema social absolutamente injusto.
La comunicación asimétrica viene dada cuando dos o más hablantes tienen un distinto nivel de habla o rol jerárquico y manejan distinta cantidad de información.
Este tipo de comunicación es característica en nuestro mundo jerarquizado hasta el extremo. La encontramos en situaciones tan dispares como en la relación médico-paciente, profesor-alumno, padres-hijos, policía-ciudadano…
Como vemos, en esta forma de comunicación existen dos características fundamentales: el rol jerárquico y el manejo de la información. Estas dos cuestiones son fundamentales a la hora de establecer y fortalecer un sistema de falsas castas en el que el objetivo principal es convencer al individuo de que hay otros que están en peor situación y, por tanto, lo mejor que puede hacer es hacerse fuerte en su posición tratando de mantener los supuestos privilegios que ostenta frente al resto. Es obvio, de qué forma este tipo de comunicación ayuda a fragmentar las relaciones entre las personas, puesto que, básicamente, consiste en la aceptación de que uno de los interlocutores está por encima del resto, justificando moralmente cualquier actuación que pueda derivarse de esta posición.
En mi opinión, cuando uno cree hablar desde una posición elevada, más que comunicarse acaba por escupir a los demás, puesto que al tener que inclinarse hacia abajo es inevitable el efecto gravitatorio sobre todo lo que sale de su boca. Esto es algo más bien metafórico pero creo que explica de forma clara lo que sucede en estos casos y cómo se siente el que se encuentra en esa supuesta inferioridad. Un eslogan muy coreado en manifestaciones es aquel de nos mean y nos dicen que llueve, creo que también describe bien este efecto.
Me parece lógico que este tipo de comunicación se emplee desde el poder y desde sus organizaciones porque es bastante consecuente con sus objetivos de dominación. Sin embargo, la capacidad de penetración que tiene ese mismo poder a través de los medios de comunicación de masas, del sistema educativo… ha hecho que esa asimetría se instale en las vidas de la mayoría de nosotros y que, en consecuencia, la hayamos trasladado a todas las esferas de nuestra vida, incluidos colectivos u organizaciones de los que formamos parte, relaciones personales, laborales…
Pero la comunicación asimétrica falsea totalmente la interacción que provoca. No es posible establecer relaciones verdaderas a través de una forma de comunicarse basada en el engaño, en la ocultación de información, en la creencia de ser superiores respecto al otro.
Así sólo construimos relaciones de subordinación, fomentamos la aparición de pequeñas élites allí donde todos deberíamos estar al mismo nivel, ejercemos la caridad donde debería imperar la solidaridad, sembramos castas donde sólo existe la especie humana…
Por supuesto, no todo se debe a cómo nos comunicamos, pero desde luego, esta es la manera fundamental en que nos relacionamos con el otro.
Por mi parte, trato de desembarazarme de todos los tics asimétricos que arrastro e intento comunicarme de forma sincera. Es lo único que está en mis manos. Siempre he creído en la necesaria coherencia entre los medios y los fines.

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jueves, 19 de mayo de 2016

5 AÑOS Y LO QUE ESTÁ POR VENIR


A estas alturas poco debe quedar por decir, toda vez que expertos, periodistas, participantes y/o oportunistas de toda clase hayan sentado cátedra sobre lo que fue, lo que es y será lo que se conoce como 15M. Tal vez sólo quede proponer a la ONU que el 15 de mayo sea el día internacional del activista (si es que no existe ya, que no lo sé).

Esto será breve, tan sólo intento plasmar las conversaciones sobre todo esto que he tenido conmigo mismo en los últimos tiempos desde la perspectiva de un participante de todo este movimiento en una ciudad no demasiado grande. Sí, hubo y sigue habiendo vida más allá de Sol y Plaça Catalunya.

El primer tema que me planteo es el paso que se ha dado desde el “No nos representan” hasta el “Sí se puede”. Sinceramente, no acierto a comprender qué es lo que se puede y quién es el que puede hacerlo. En mi visión de lo que se trataba hacer, mi implicación iba encaminada a contribuir a tejer toda una red de sentimientos, saberes y esfuerzos que sirviera para iniciar un camino hacia otra forma de ser y estar en la vida, muy alejada de la que solemos experimentar en el día a día. En ese proceso comprendí que eso no pasaba ni por la participación institucional ni por la construcción de estructuras verticales. Pensaba y pienso que la cuestión debía basarse en la autonomía de las personas dispuestas a emprender el camino y en la construcción de un proceso colectivo edificado sobre el apoyo mutuo y la autoorganización.
Me gustaría pensar que lo que sí se puede es precisamente eso pero, honestamente, creo que claramente se refiere nuevamente a la posibilidad de alcanzar ese capitalismo amable del que históricamente nos vende sus bondades la socialdemocracia.
Esto me lleva a otra cuestión, el hecho de cómo todo el entramado mediático e institucional ha presentado el mayor logro, a su entender, de todo esto. El cambio a nivel político (entendiendo por supuesto, la política como aquello que hacen los partidos) que ha supuesto el 15M y su máxima expresión: la irrupción de la nueva política plasmada en los ayuntamientos del cambio y su nuevo partido. El tiempo dirá en qué queda todo eso. Hasta la fecha tan sólo en pequeñas operaciones de maquillaje. Lo peor de todo no es que esto se presente como el legado del 15M, sino que este hecho se acepte mayoritariamente, incluso por los que se dejaban el alma gritando aquello de que lo llaman democracia y no lo es. A mí me parece mucho más cercano al espíritu visto en las plazas, la creación de muchos proyectos, centros sociales y grupos diversos basados en todo aquello que comentaba anteriormente y funcionando al margen de cualquier lógica sistémica. Por supuesto, no esperaba ni espero que esto sea ensalzado por ese entramado mediático encargado de modelar la opinión.

Siguiendo con esto, el otro día escuchaba, en un mass media, una tertulia de políticos realizada con motivo de los 5 años del 15M. Naturalmente, todos comentaban las consabidas obviedades pero, como sucede en muchas ocasiones, fue el representante del PP el que puso (seguramente sin proponérselo) sobre la mesa lo que en mi opinión es el asunto clave. Así tras las manidas frases en las que aseguraba haber pasado por Sol y que sus vástagos habían participado activamente, centraba la atención en lo que a él realmente le asustaba de todo aquello. Por primera vez en muchos años existía una enorme cantidad de gente que no había conseguido canalizar su malestar con el sistema (con una parte de él o con su totalidad) por los conductos habituales que el poder pone a nuestra disposición. Y no sólo eso, sino que estaban hablando de organizarse al margen de toda lógica institucional.

Exactamente eso. No se trataba simplemente de protestar, que también. Existía la necesidad de ir más allá, de imaginar otros caminos y empezar a andarlos, sin importar la coyuntura política del momento y sin prisa, tomando el tiempo necesario para conocernos y conocer. Esto es lo que se trató de desarticular desde el principio y en gran medida se ha conseguido. Pero esa vía abierta, sigue siendo recorrida por mucha gente y si es que existe algo parecido al legado del 15M, sin duda es éste.
 

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viernes, 8 de abril de 2016

FRONTERAS


Las fronteras son la explicitación del control sobre algo o sobre alguien. Su función es separar aquello que deseamos dominar, poseer, conocer de lo que no queremos. Son la expresión máxima de la propiedad, del nosotros o del yo frente al resto.

En cualquier campo, las fronteras no son más que líneas imaginarias, arbitrariamente creadas sin ninguna justificación. Prueba de ello, son lo fácilmente movibles que han resultado a lo largo de la historia, por supuesto, siempre en interés de los que poseen el poder, ya que son ellos los que se encargan de su creación. Ya sean territoriales, económicas, de conocimiento… las fronteras se crean y se utilizan con el único propósito de delimitar lo accesible en función de qué papel desempeñas.

Las fronteras son contrarias a la vida. Constriñen, encierran y reprimen mientras que la vida trata de emerger y expandirse. No es posible defender la vida y las fronteras al mismo tiempo, éstas matan de forma directa y violenta y, también, de una forma más sibilina, lentamente y con una violencia socialmente tan aceptada que causa terror.

Alambres, espinos, vallas, muros, armas, balas, concertinas, muerte… Así se erigen las fronteras en el mundo físico. Esta es la manera de seleccionar, de separar, de diferenciar el lado correcto del incorrecto. Ya los Estados se encargan de hacernos creer que estamos en el lado oportuno y que toda esa infraestructura necesita ser defendida con uñas y dientes y que cualquier precio a pagar por ello es justo. Se alienta el fanatismo, bajo la etiqueta del patriotismo cuya única utilidad es enmascarar la estupidez humana que nos arrastra a odiar al otro, al que está al otro lado de la frontera hasta tal punto que creamos justo su sufrimiento y su muerte si intenta traspasarla.

Miedo, dolor, resignación, impotencia, muerte… Así se erigen las fronteras en el mundo psíquico. Esta es la manera de acotar, de establecer, de delimitar la zona segura de la peligrosa. Nosotros mismos nos encargamos de hacerlas posibles y de creer que las necesitamos para poder desarrollar nuestras vidas, conforme a unos patrones establecidos en los que andamos deseosos de encajar. Estos patrones, sólo dibujan modos de vida ajenos a lo que podría ser pero suficientemente confortables como para aceptarlos y, por tanto, desear defenderlos al precio que sea. Incluso, con la construcción de fronteras mentales a pesar de saber que constriñen nuestra existencia y nos sitúan más cerca de una vida carente de significado hasta para nosotros mismos.

Todas las fronteras forman parte de una realidad inhumana y dolorosa que sólo engendra desesperanza y muerte. Cada vez que una frontera se levanta, el odio se hace dueño de la situación y la esperanza de ir recuperando la esencia de lo humano se aleja un poco más.


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lunes, 21 de marzo de 2016

ÉSTA SÍ ES LA VIEJA EUROPA

Estaba dispuesto a no escribir nada sobre la barbarie de la guerra y sus consecuencias. Sinceramente, me faltan las palabras para expresar el horror al que día a día son sometidos, en la tan democrática y humanista Europa, los seres humanos que huyen de la muerte en Siria y unos cuantos países más. Hay mucha gente sobre el terreno, tratando de poner su grano de arena para paliar esto y además, relatando, filmando y dando testimonio de la atrocidad.
Sin duda, todo lo que vamos conociendo hace que le hierva la sangre a cualquier persona que conserve ni que sea una gotita de humanidad corriendo por sus venas, por lo menos así lo siento yo.
Es obvio, que es un tema con muchas aristas sobre las que se podría hablar: por qué sucede lo que sucede, la respuesta de los diferentes Estados, la de eso que llaman sociedad civil, la de personas anónimas, las guerras… Nuevamente, se puede encontrar mucha información sobre todo esto pero particularmente a mí, si hay algo que me revienta es ese cinismo con el que la opinión pública está tratando este tema (esa opinión interesada, diseñada desde los altos puestos de poder, transmitida incesantemente a través de los medios de comunicación, los líderes políticos y sociales). Repetida hasta la saciedad por legiones de incautos y asimilada por una inmensa mayoría. Ese enfoque acerca de que Europa está olvidando sus principios y sus valores, esa idea tan repugnante, en mi opinión, de que Europa es el adalid de los derechos humanos y de todo lo bueno que uno se pueda imaginar y que, por tanto, lo que sucede ahora mismo es una anomalía en el comportamiento de la humanitaria Europa.
Yo no lo creo, para mí ésta sí es la vieja Europa. La misma Europa cuya bandera siempre fue la de la superioridad moral e intelectual sobre el resto del mundo. La misma Europa que durante siglos ha explotado y devastado al resto de continentes. La misma Europa que mientras se vanagloriaba de sus derechos humanos, condenaba al resto del mundo a vivir fuera de la humanidad esclavizando y asesinando. La misma Europa que mientras defendía sus teorías sobre la igualdad, pasaba a cuchillo a todo aquel que quisiera hacer uso de esa igualdad para liberarse de su yugo. La misma Europa que alardeaba de demócrata mientras regía con mano dictatorial los designios del mundo. La lista sería y es interminable.
Lo que está sucediendo ahora mismo, es una nueva entrega de una vieja saga. Europa levanta de nuevo el estandarte del genocidio, del fascismo mal encubierto y todos sabemos que no es algo nuevo ni ocasional, ni siquiera es novedoso que todas estas barbaridades se cometan dentro de la propia Europa, esto forma parte de la marca de la casa.
Si echamos un vistazo a lo cercano, no hace falta ir demasiado lejos para poner ejemplos de esto. En España tenemos de sobra, desde las dos orillas: víctimas y verdugos.
Sólo hay que recordar el trato que sufrieron los españoles que cruzaron la frontera tratando de huir de la barbarie de la guerra y la respuesta que Europa encarnada en Francia ofreció: campos de concentración, hambre, enfermedades, devoluciones forzosas, muerte. Diría que se parece bastante aunque seguramente para los defensores de la democrática Europa aquello también fue una anomalía. Pero también somos verdugos y para eso ni siquiera hace falta remontarse en el tiempo. Aquí y ahora, España contribuye y de qué manera a la política fascista de la Europa humanitaria. Vallas, concertinas, prisiones ilegales donde se encierra a las personas por ser extranjera y pobre, devoluciones en caliente, tiros, muerte. Por no hablar del lucrativo negocio de la venta de armas a países amigos como Arabia Saudí para que puedan también allí seguir democratizando a la gente. Se podrían poner más ejemplos pero creo que queda claro.
Esto hace que todavía me parezca una mayor hipocresía que, desde aquí, se apoye ese discurso cínico sobre el cambio de rumbo de la democrática Europa. El colmo de esta hipocresía es ese tema de la banderita europea a media asta en señal de protesta por el acuerdo genocida con Turquía en los ayuntamientos progresistas o en los del cambio. Que sepáis que la otra banderita que ondea está igual de manchada de sangre, cualquier bandera representa una lógica de fronteras, de exclusión, de diferencia... que inevitablemente lleva al derramamiento de sangre.
La historia de Europa, es la del expolio, la del genocidio, la de la esclavitud, la de la supremacía, en definitiva es la Historia porque, ya se sabe que, la historia la escriben los que matan, no los que mueren. Por eso, esta Europa actual no es una anomalía, ésta es la vieja Europa, la de siempre.

miércoles, 16 de marzo de 2016

APRENDER Y DARNOS OPORTUNIDADES



Muchas veces he comentado de pasada en algunos escritos que mientras el Poder siempre aprende de la historia para perfeccionar sus sistemas de dominación, nosotros parece que nos empeñamos en no hacerlo.
Hablando con personas que ideológicamente se encuadran en la denominada izquierda radical (o así lo dicen en los medios) todo el mundo coincide en señalar que a pesar de la situación actual, hubo otro tiempo (según cómo lo ven, unos hablan de la II República, otros sólo de la última parte y otros sólo de la revolución social que corrió paralela a la guerra) en que este país estaba en la vanguardia revolucionaría. Sin embargo, la mayoría de las veces las conversaciones derivan hacia cuestiones como quién hizo qué y por qué nada de aquello cuajó. O sea, normalmente cada uno tratando de buscar sus culpables del asunto. Me parece bien, pero sinceramente me interesa más las pocas veces que se habla de cómo pudo empezar todo aquello, me parece mucho más importante de cara a poder extraer y aprender. Entre muchas razones y causas, me parece muy importante el papel que jugaron los diferentes ateneos, centros culturales, asociaciones… más allá de la tarea fundamental de sociedades obreras, sindicatos y partidos.

La labor educativa y cultural era y es fundamental. En aquellos tiempos era difícil acceder a la información y la clase obrera arrastraba históricamente una falta de instrucción y formación que todavía ponía más trabas. Hoy en día, tenemos la educación obligatoria y un sinfín de herramientas que nos permiten acceder a la información y compartirla de una forma instantánea y, sin embargo, en este sentido estamos prácticamente igual o peor que hace 100 años.
Uno de tantos nombres que recibe el modelo social vigente es el de sociedad del conocimiento, pero lo único que a mi entender conocemos con seguridad es que cada vez tenemos menos conocimientos, fiándolo todo a la disponibilidad inmediata de la red. Por no conocer, no nos conocemos ni a nosotros mismos, por no hablar de conocer a los demás, muchos de los cuales debieran ser nuestros compañeros en cualquier tipo de proceso revolucionario.
En cuanto al tema cultural, desgraciadamente en los tiempos actuales se ha impuesto la cultura de masas cuyos productos prefabricados carecen, en muchos casos, de un mínimo de interés y/o calidad como para incidir en lo más mínimo en el espíritu humano. Estos productos están diseñados, fabricados y distribuidos con el único propósito de reproducir los modelos dominantes y expandirlos más si cabe en un proceso de globalización tanto o más importante que el económico.

Sólo por cuestiones como estas sería importantísimo poder contar con esa red de ateneos o como queramos llamarlos, y si bien esto es muy importante, todavía considero como algo de mayor interés otra de las consecuencias que tuvieron todo aquel conjunto de locales y agrupaciones.
Ofrecían el marco ideal para crear y desarrollar un ambiente de camaradería y fraternidad imprescindible cuando llegado el momento hubiera que afrontar las grandes dificultades que cualquier momento revolucionario por breve que sea trae consigo.

Hay tantas razones como personas para explicar cómo se pudo conseguir ese movimiento tan heterogéneo y fraternal pero creo que algunas cuestiones deben estar en la base de todo esto.
Un punto fundamental era y debería ser participar con el espíritu de sentirse entre iguales más allá de matices ideológicos o culturales. No era necesario carné ideológico para participar porque se pretendía crear conciencia y no ganar y fidelizar adeptos como es bastante habitual hoy día y que suele conducir a la creación de capillas cerradas con sus popes y sus mandamientos. Se trataba y se trata de crear los mimbres de un conocimiento y un espíritu crítico, no de adoctrinar en la fe que cada uno profese. Siguiendo en esta línea, no se trataba de explicar los fundamentos de ningún planteamiento político concreto (para eso había otros espacios y momentos) más bien se hablaba de temas que interesaban al mayor número posible de personas, es decir, que afectasen a su vida cotidiana a partir de los cuales se podían encaminar hacia otros intereses o a conocer cómo se relacionaba todo esto con la política y la organización social. Esto fomentaba el intercambio de ideas y experiencias de una manera informal pero mucho más profunda que los debates entre especialistas o más bien clases magistrales a los que andamos tan acostumbrados.

Pero eran sobre todo las actividades culturales, deportivas, recreativas… las que fortalecían ese ambiente fraternal. A modo de ejemplo, las salidas para disfrutar en la naturaleza en las que se organizaban comidas, debates, lecturas poéticas… en las que la implicación se daba de forma natural debido a esa camaradería, debido a sentirte y reconocerte entre iguales, sin miedo a conocer y dejarte conocer. También los grupos que organizaban representaciones teatrales que en muchas ocasiones representaban obras escritas por ellos mismos sobre cuestiones que les interesaban de la vida diaria. Todo eso iba creando un caldo de cultivo que llegado el momento afloró y sirvió de base para momentos en los que realmente se hizo temblar al sistema.

Por eso creo que es por ahí por donde hay que andar. Creando, fomentando y participando en espacios y acciones donde nos demos la oportunidad de conocernos y reconocernos, de ver nuestras afinidades y sobre todo nuestras diferencias. Donde podamos enseñarnos y aprendernos (no sé si este término es correcto pero creo que se entiende), donde nos demos la oportunidad de sembrar y cuidar la semilla revolucionaria.
 

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jueves, 3 de marzo de 2016

SOMOS LA PRESA



En repetidas ocasiones, caracterizamos el sistema político-social como represor y esclavizante, sustentado en una economía depredadora. Así pues, tenemos y formamos parte de todo ese engranaje que devora todo lo que encuentra a su paso.  Exacto, el capitalismo es depredador por naturaleza y nosotros somos su gran presa. La vida humana es el objetivo; pero no desde el punto de vista tradicional de un depredador. No se trata de aniquilarnos sin más para alimentar a la máquina (eso es demasiado fácil y lo hace diariamente allá dónde le interesa); sino que el objetivo de la depredación es otro: dominarnos. Se trata de dirigir y dominar hasta los últimos rincones de lo humano; la conciencia, las emociones, las ideas… para ello ataca la vida en su conjunto: lo individual y lo colectivo.
En todas las esferas de nuestra vida, lo colectivo, entendido siempre en un plano de igualdad, ha servido y sirve para desarrollar nuestras armas más poderosas frente a los intentos de dominación: la solidaridad, el apoyo, el fortalecimiento mutuo, la seguridad… organizarnos siempre es una buena idea, tanto para resistir como para crear.
La creación de tejido social y el establecimiento de unas relaciones basadas en la fraternidad y el reconocimiento entre iguales es el que ha posibilitado y posibilita el nacimiento de un verdadero sentido de solidaridad, sin matices y sin excepciones. Sólo este sentido puede servir como una base auténtica y sincera para la creación de un modelo diferente, sin duda mejor, al actual sistema depredador. Pero el capitalismo no se ha desarrollado por casualidad. Entre otras razones, el poder tiene memoria y aprende de lo ocurrido (cosa que en numerosas ocasiones parece que aquellos que nos situamos, aunque sea a nivel teórico, en la posición contraria no hacemos). Tiene muy presentes las posibles consecuencias de dejar que la vida colectiva se autogestione por las propias personas que participan de ella. Además de aprender, analiza y actúa en consecuencia. Por eso, enseguida comprendió de la importancia que tiene el sentido de pertenencia para el ser humano. De tal forma, cuando ataca la vida colectiva no lo hace con la intención de destruirla si no de sustituirla por otra carente de compromiso y responsabilidad.
Donde los obreros se organizaban en sociedades, gremios o sindicatos en los que se fundían lo laboral con lo familiar y lo personal, para defenderse del empuje de un capitalismo incipiente, se ha pasado a la nada o prácticamente. Hoy en día el verdadero sindicalismo (el que va más allá de negociar días de asuntos propios, cursos de formación y despidos) parece cosa de héroes y las huelgas de más de una jornada son poco menos que milagros.
Donde las personas se reunían en su tiempo libre, disfrutando de la conversación, el debate, del ejercicio o la naturaleza…  Ahora nos concentramos grandes multitudes en espacios cerrados para no decirnos nada. De los ateneos culturales, los clubs excursionistas, las sociedades de todo tipo… hemos pasado a los centros comerciales.
Donde los vecinos compartían todo, se reunían al caer la tarde o, simplemente, procuraban que a nadie le faltara de nada, hemos pasado a no conocer ni a los que viven en la celda de al lado en esas grandes colmenas que llamamos hogar.
Todo esto y mucho más tiene en común un objetivo concreto: conseguir romper los lazos, quebrar esa vida comunitaria. Todos sabemos que una presa aislada es más fácil de identificar, acorralar y cazar.
Es obvio que es un proceso complejo, con multitud de causas y poco uniforme pero, en mi opinión, es donde nos tienen. Solos, es decir, en el punto ideal para atacar el otro flanco: la vida individual.
Porque la cacería no termina hasta que la presa cae derrotada. Esto sucede cuando cada uno ocupamos el lugar que nos tienen adjudicado y realizamos la tarea asignada y, sobre todo, cuando lo aceptamos y nos sentimos contentos y realizados con ello. Ese es el verdadero triunfo, en ese preciso momento ganan la batalla.
Por eso, primero nos han aislado para que no podamos sujetarnos durante la caída. Luego se trata de ir colonizando a la persona: En lo físico, se alimentan egos y se crean necesidades que jamás podrán ser cubiertas totalmente; en lo moral se justifica el precio a pagar y el modo de conseguirlo y en lo intelectual, se cierra el marco que circunscribe lo posible y se centra el foco tan sólo en lo inmediato.
Ese es el juego, nosotros somos la presa y otros los cazadores. En el medio, muchos que no son más que utensilios de usar y tirar.
 

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jueves, 18 de febrero de 2016

NOS ENGAÑAMOS

Aceptamos cierta dosis de autoengaño para mantener el precario equilibrio con el que tratamos de vivir. Necesitamos protegernos de nosotros mismos y de nuestras incongruencias.

Escribo esto en plural pero en realidad hablo de mí. Siempre escribo sobre mí, mis sensaciones, mis emociones o mis actos porque es de lo poco que conozco con cierto nivel de certeza. Generalizo al escribir porque me parece que no soy muy diferente del resto y que compartimos una gran parte de esos anhelos y sensaciones que forman eso que llaman condición humana. Pero también escribo en plural porque necesito engañarme un poco y pensar que la mayoría es como yo. Eso me da la fuerza necesaria para sobrellevar la cobardía con la que afronto la vida.

Por supuesto, hablo de todos aquellos que tenemos algún grado de conciencia de que no somos seres aislados, algo de conciencia social. Creo que la mayoría tenemos la sensación, en muchos casos, la certeza de que casi nada en el mundo es como debiera.

En lo global, muertes, guerras, hambre, enfermedades… Dolor y sufrimiento que en casi todos los casos es evitable. Pero lo permitimos, con mayor o menor conciencia lo consentimos cada vez que ponemos por encima del valor de la vida el beneficio de una mano de obra prácticamente esclava; la comodidad de un expolio sin límites; el lujo de un estilo de vida basado en recursos ajenos, en vidas ajenas. Necesitamos engañarnos para no caer, para no ser conscientes del daño irreparable de un modelo vital que lo peor de todo es que ni siquiera lo hemos elegido, ni siquiera, en la mayoría de los casos, nos hemos planteado si existe alternativa y de haberla cómo nos gustaría que fuera.

Nos aplicamos cierta dosis de autoengaño para justificarnos ante nosotros mismos, ante las desesperadas llamadas que nuestra conciencia realiza cada vez que percibimos la injusticia (me refiero a lo que de verdad consideramos justicia, nada que ver con la legalidad impuesta). Sólo así podemos permitirnos el lujo de creer que hacemos todo lo que está en nuestras manos, incluso como consecuencia de ello, podemos creernos que son otros los que tienen el poder de acabar con la injusticia y, por tanto, son otros los que deben actuar.

En lo cercano, esas dosis de autoengaño nos permiten delimitar la zona en que queremos movernos, garantizándonos que en ese espacio nos sentiremos seguros al tiempo que desarrollamos aquello que consideramos que está en nuestras manos. Estas zonas son tan diversas como las personas pero hay ciertos patrones que se repiten, al menos en los últimos tiempos y, como decía, en lo que yo conozco: el activismo virtual, el radicalismo intelectual combinado con un modo de vida consumista, el delegacionismo en cualquier tipo de organización que presente algún viso de transformación por muy cosmético que éste sea.

Todo esto nos permite mantener una pequeña esperanza acerca de que no todo está perdido. Se tiende a pensar que si todos hicieron lo mismo que uno, sin duda el mundo avanzaría en una dirección mejor para todos. Pero precisamente eso es lo que hacemos la gran mayoría, cada uno con sus inquietudes, cada cual en los ámbitos que conoce y, justo así es como conseguimos que todo continúe igual, es decir, peor.

Nos engañamos y lo más lamentable es que lo sabemos y lo aceptamos porque lo necesitamos. Necesitamos penar que somos la mejor versión de nosotros mismos y eso pasa, en todos aquellos que tenemos o creemos tener conciencia social (por pequeña que sea) porque de lo contrario nos arrastraría una ola de desesperanza que acabaría por convertirnos en meros espectadores de una farsa a la que llamaríamos vida.

Dicen que el primer paso es reconocerlo, así que en eso ando. Buscando la fuerza que me permita romper el engaño, destrozando esa zona segura porque no quiero desahogarme simplemente, quiero vivir. Vivir de tal manera que sienta que formo parte de ese mundo que tantas veces he soñado.

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lunes, 18 de enero de 2016

COMO SIEMPRE… GANAN ELLOS



Día tras día, todos los canales a mi alcance para recibir información están saturados y copados por las andanzas de los partidos políticos y lo que parece ser el inicio de algo que cambiará para siempre la forma de entender la democracia. Al menos eso es lo que se vende por todos los medios posibles y, en verdad, el mensaje cala y mucho. Tanto los que lo creen a pies juntillas como los que no, dedican tiempo y esfuerzo a debatir sobre ello sin ser capaces de variar ni un ápice sus planteamientos.
Admito que tiene su cierto interés todo este debate (a mi juicio bastante estéril) porque, por lo menos, está haciendo que mucha gente ande interesándose por cómo funciona todo esto que llaman democracia. Ahora sólo falta que dejen de comportarse como hinchas futboleros defendiendo a su equipo y traten de analizar y razonar sobre los hechos. Pero no nos engañemos. Cada gesto, cada declaración, cada movimiento que se ensalza o se aborrece es un paso más que se da hacia la inacción, hacia el más de lo mismo.
El teatro político está en un momento álgido. Tanto en España como en Catalunya los que se autoproclaman como portadores de la voz del pueblo y sus supuestos enemigos políticos están dando lo mejor de sí mismos. Veinticuatro horas al día de emociones garantizadas como si de un reality show se tratara (aunque pensándolo un poco, tal vez se trate de eso). Se inician legislaturas épicas en ambos parlamentos que pasarán a la historia por su carácter rupturista, por su contribución a la democracia, a la libertad, por su… ¡Espera! ¿Eso no era cuándo la Constitución del 78? ¿O era cuando entró Felipe? ¿O cuándo Bildu o IU tocaron silla? ¿Zapatero? ¿El tripartito catalán?
Dicen los más entendidos (de los que campan por platós y redacciones) que ahora es diferente, que ahora es el pueblo el que ha entrado en el parlamento. No sé qué decir, por mucho que me esfuerce no logro imaginarme cómo ese pueblo ha pasado, en tan poco tiempo, de proclamar que el poder no reside ni en el Parlamento ni en los Gobiernos ya que son meros títeres de grandes transnacionales y fondos de inversión que todo lo devoran, a asegurar que ahora sí, que es el momento en que la política (se entiende que la que se hace a través de los cauces establecidos, claro) va a hacerse por y para el pueblo, como si el poder por arte de magia se hubiera esfumado de las manos del gran capital.
Así es que empieza el juego:
Votos, pactos, acuerdos, legislaturas, diputados, sentido de estado, democracia, partidos, proceso, unión, negociación, reformas… DECEPCIÓN
No cabe esperar otro resultado, no es posible otra cosa que no sea la decepción. Tarde o temprano (normalmente no hace falta esperar demasiado) caen las máscaras y se desmorona ese castillo que con tanto esmero se había construido, lástima que se hiciera en el aire. Por supuesto, para que llegue la decepción primero hay que creer. Hay que hacer un acto de fe y pensar que las reglas que impone el sistema permitan abolir dicho sistema. Yo no lo creo, más bien me inclino a pensar que los Parlamentos no son ese órgano democrático de representación de la voz del pueblo, sino que son unas máquinas potentes con unos engranajes que garantizan el actual orden de las cosas. El orden democrático es el eufemismo utilizado para mantener la tiranía del salario, la acumulación de beneficios, la explotación humana y de la naturaleza, la dominación ideológica…
Por supuesto, que mientras nos pueda más la boca que lo que hacemos seguiremos sometidos a los designios de los Gobiernos y sus Parlamentos. Pero dejemos algo claro: jamás ningún cambio sustancial nació ni nacerá de ningún Parlamento, a lo sumo refrendará una conquista social cuando crea que sus consecuencias estén más que controladas. Así uno de los mayores logros de la lucha obrera fue la jornada laboral de ocho horas diarias allá por 1919, conseguida tras una intensa lucha encabezada por una huelga de 44 días y un alto coste humano por la terrible represión ejercida por Estado y patronal. Obviamente, el Gobierno encabezado por Romanones prefirió sellar ese avance ante la posibilidad de que todo aquello derivase en algo peor para el orden establecido. Bien sabían que la dictadura del salario estaba impuesta y bien afianzada en el imaginario colectivo.
Parece claro que a día de hoy una movilización popular del tal calibre, con todo el factor de solidaridad que conlleva, parece improbable (entre otras causas precisamente por la aparición de esos partidos autodenominados como voceros del pueblo, que han conseguido vaciar las calles haciendo creer que el trabajo ya está hecho con su llegada al Parlamento) y, más improbable todavía parece que el sistema se sienta tan presionado como para ceder en alguno de sus privilegios y conceder una ración un poco mayor de las migajas con las que nos sustentamos a día de hoy, porque eso es de lo único que hablamos cuando lo hacemos de la vía parlamentaria: migajas.
Así que… como decía, mientras no estemos dispuestos/preparados para romper las normas y salir de su tablero de juego no queda otra que seguir trabajando en la construcción de alternativas, en la agitación, en la creación de otros modelos relacionales lejos de la monetarización… En definitiva, trabajar en nuestras ideas, sentimientos y acciones porque esto es lo único que tenemos para enfrentar este mundo loco y criminal. Ningún partido ni ningún Gobierno están con nosotros en esas luchas, sólo podemos contar con lo que somos y lo que hacemos.
 

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