Es de sobra conocido el expolio al que estamos siendo sometiendo por parte del capital en connivencia con el Estado y que no es más que nuestra incorporación a esa ingente cantidad de seres humanos, qué según los medios de desinformación viven en el tercer mundo o en países en vías de desarrollo, que vienen siendo explotados y humillados desde tiempos inmemoriales.
A pesar de esto, parece que hay mucha gente que ha decidido no hacer caso a la historia y cree que esta crisis es algo novedoso y que es el principio del fin del sistema tal y como lo conocemos.
A pesar de que una y otra vez, los voceros de la izquierda alternativa nos auguran el fin del capitalismo no hay más que constatar los hechos históricos para poder afirmar que ninguna crisis económica por sí misma nos regalará el “derrumbe” del sistema capitalista, sino nuevas formas cada vez más fuertes y degradantes para el ser humano y el planeta.
Afirmar que la crisis actual en curso colapsará el sistema equivale a ignorar toda una serie de cuestiones que apuntalan y protegen el capitalismo de una manera que lo convierte prácticamente en inexpugnable.
En primer lugar, tenemos lo que se ha dado en llamar la sociedad de la información. Es cierto, que el desarrollo de esta sociedad ha permitido y permite un mayor acceso a la información pero lo que realmente fomenta este bombardeo de supuestos saberes es la manipulación total y absoluta de la conciencia, convirtiéndonos en poco más que autómatas seguidores de la corriente oficial.
En segundo lugar, existe un aumento constante del gasto de muerte, es decir, el gasto militar, represivo, judicial, penitenciario. Por todo el mundo y a pesar de la crisis los Estados se afanan en agrandar sus cuerpos represivos y su poderío militar, anteponiéndolo a cualquier otro tipo de gasto. La represión policial, silenciada como siempre, va en aumento bajo la justificación de la seguridad ciudadana.
En tercer lugar, tenemos el sistema educativo. Un arma nunca suficientemente valorada pero que resulta fundamental para mantenernos a todos incapacitados para el criticismo y la búsqueda de la verdad. El refinamiento de este sistema es tal, que ha conseguido sacarnos a la calle en su defensa frente a su propio amo que ríe encantado al vernos. Este punto no admite malas interpretaciones, soy el primero que defiende una educación pública (no confundir con estatal que es lo que tenemos ahora) pero en el sentido original de la palabra, es decir, del pueblo.
Por último, destacar la muchas veces infravalorada sociedad de los drogadictos en que la ciencia al servicio del poder nos ha convertido. Todo aquello capaz de producir adicción es puesto al servicio del pueblo sin ningún reparo por parte del sistema que ha engendrado su obra cumbre con la creciente medicalización de una sociedad en la que todo se soluciona sin esfuerzo y sin dolor.
A todos estos factores se añade la grave crisis financiera que en realidad sólo es tal en las viejas potencias imperialistas, EEUU, UE y Japón.
Teniendo en cuenta esto y muchas otras cuestiones y viendo ya por dónde van los hechos consumados y las futuras decisiones, el resultado de esta crisis parece estar más cerca de un aumento del militarismo, el recrudecimiento de las medidas de control social y una explotación más rapaz de los seres humanos y los recursos naturales. La sociedad de consumo irá rebajando paulatinamente sus niveles para dejar paso a una nueva forma de vida del sistema capitalista.
Ante todo este panorama es más que previsible que cualquier solución o alternativa que se plantee dentro del orden actual está condenada al fracaso. Cualquier intento de creer que es posible un cambio revolucionario sin el cambio de sistema político sólo significa permitir al sistema salir bien parado de la actual situación de crisis. La revolución no consiste en volver atrás, a los tiempos de abundancia sino en vivir de otro modo bajo otras premisas morales.
Así pues, se impone un cambio paradigmático y para ello la acción decisiva debe venir de la conciencia, de su desarrollo y difusión, así como de las formas organizativas que se formen en torno.
En estos momentos, es crucial para una verdadera revolución social la identificación con un sistema de ideas que ponga de relieve las cuestiones trascendentales de la esencia humana: el futuro de la civilización y de la esencia humana, es decir, sólo la lucha por una organización social radicalmente diferente y basado en otros parámetros junto con la lucha por encumbrar la verdad concreta frente a la propaganda conseguirá que todos los seres humanos que aún queden sobre la faz de la tierra se unan en la lucha.