De nuevo ha empezado la carrera electoral y el circo se
ha puesto en marcha desplegando todas las carpas y haciendo desfilar a todos
sus actores exhibiendo sus mejores galas. Parece que se avecinan tiempos de
cambios en cuanto a la aparente diversidad de partidos políticos que han
saltado a la palestra y que gracias, entre otras cosas, al constante bombardeo
mediático se han convertido en pequeñas ofertas de cambio lanzadas desde las
cumbres para todos aquellos insatisfechos con el panorama actual y con el
discurrir de sus vidas en general (por supuesto, para todos los que todavía
creen que la vía electoral es la mejor opción de cara a poder vivir en una
sociedad menos desigual y menos esclavizada).
Independientemente de la creencia sobre el hecho
electoral es innegable que muchos nos cuestionamos el modelo vital en el que
vivimos o, por lo menos, las injusticias sociales con las que se empieza a
convivir con una cierta normalidad. Cualquier persona con un mínimo de
sensibilidad hacia los demás comprende que lo que le sucede a otro en realidad
nos sucede a todos porque para el sistema somos exactamente lo mismo, simples
números, simples peones de un macabro juego donde todos sin excepción pasamos a
la categoría de prescindibles en un abrir y cerrar de ojos.
Ante estas circunstancias parece claro que está todo por
hacer, es decir, necesitamos de un cambio tan radical (ir a la raíz de las
cuestiones) que prácticamente cualquier ámbito de nuestra vida y por tanto de
nuestra sociedad necesita de nuestra actuación. Todo por hacer, esa consigna se
repite una y otra vez en cualquier grupo con aspiraciones al cambio social y responde
a esa angustia vital que se siente cuando comprendes que la vida debe ser otra cosa.
Siendo absolutamente cierto, es necesario comprender que
esta necesidad de hacer debe nacer de la reflexión porque si no es así es más
que probable que acabe conduciendo a un desgaste que, a la postre, resulte útil
solamente a los intereses del poder ya que acaba por hacer renunciar a mucha
gente que se recluyen en la esquizofrenia cotidiana que implica nuestra vida
actual. La acción sin reflexión sólo puede darse bajo mandato ajeno (ya sea el
partido, el colectivo, el líder…) o siguiendo dogmas, por muy
antisistema que sean éstos, que nos conducen a ridículas disputas entre teorías
decimonónicas que prácticamente nunca se han puesto en práctica y sobre las
cuales no se admite discusión por parte de sus seguidores.
Por tanto nos enfrentamos al todo por pensar, porque sin
desmerecer ideas y teorías ajenas con las que podemos simpatizar es
imprescindible que cada cual reflexione (y dando un paso más allá, ponga en
común esas reflexiones con el máximo posible de personas) y trate de comprender
desde su propia vivencia el mundo que le rodea y cómo es su relación con ese
mundo para poder ser capaz de visualizar de qué manera se puede incidir en el
cambio que se considere oportuno. La reflexión es el paso previo que
imprescindiblemente hemos de dar para que la acción no se convierta en una
especie de trabajo (algo así como un activista profesional que anda en todas
partes sin involucrarse en ninguna) rutinario donde la forma se imponga al
fondo y, por tanto, se imponga una vez más la razón del sistema que propugna lo
superficial y lo inmediato.
Sin embargo, el factor crucial de esta ecuación es desde
donde se inicia ese proceso de reflexión. Aquí entra en juego la última parte
del enunciado: todo por sentir. A mi modo de ver, la reflexión que no nace de
un sentir el objeto de la reflexión como propio se queda en un mero ejercicio
de intelectualidad y es, sin duda, el primer paso hacia una acción inocua. No
podemos realizar ningún tipo de planteamiento sin ser plenamente partícipes,
especialmente a nivel emocional, de aquello que pretendemos modificar. Sólo
cuando una situación duele a todos los niveles tiene la suficiente fuerza para
conseguir que las personas nos involucremos de manera relevante en un proyecto.
La cuestión es si en un mundo en el cada vez se vive de
forma más superficial es posible sentir, empezando por sentirnos a nosotros
mismos. En una sociedad donde la realidad se abre camino a través de una
pantalla y la interacción cada vez se restringe más a las posibilidades que
ofrece un teclado es más difícil comprender el significado de la palabra
fraternidad que bien pudiera estar en la base de muchos proyectos emancipadores
colectivos.
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