Termina el
año y sé que carece de importancia pero necesito poner
por escrito lo vivido y lo sentido desde la pequeñez de mi
realidad cotidiana. No pretendo hacer un análisis político
ni social, simplemente es una reflexión sentimental sobre lo
que pudo ser, lo que fue y lo que ya no será, porque sobre
todo, el 2015 ha sido un año de renuncias.
La renuncia a todo aquello que
vislumbré hace ya más de cuatro años y que puso
en primer plano de mi práctica diaria lo que creía
postergado tan sólo al plano teórico. Tras un año
de circo electoral, finalmente, se ha finiquitado el espíritu
de las plazas y una vez más, todo ha terminado por la vía
institucional que, cumpliendo con su cometido, acabará por
fagocitar cualquier posibilidad de cambio.
Creí y sigo creyendo en que a
pesar de llamarla democracia, no lo es. Sigo pensando que no me
representan (no, los de ahora tampoco) sin embargo, acepto que mi
forma de vivirlo no era, o por lo menos no es, el sentir de muchos
con los que sentía que compartía camino. No importa,
cada uno elige su ruta y lo importante es transitarla con conciencia,
dignidad y compromiso. Lo único que espero es que todo esto
que, este año, se ha dado en llamar “la nueva política”
no sea el final del camino para nadie. Que no sea la renuncia final.
Sí, este año lo he vivido
como la confirmación de la renuncia, de la negación de
la fraternidad como elemento básico de cualquier cambio
sustancial. En mi opinión el fundamento sobre el que se
sustentan sus dos compañeros de viaje: igualdad y libertad.
Sin embargo, siempre ha sido la gran olvidada en los discursos y,
especialmente, en la práctica.
En nombre de fronteras, banderas,
identidades, dioses... en definitiva, en nombre del beneficio y el
poder, que es lo que se esconde detrás de todo esto, se
enfrenta al ser humano con sus semejantes, se asesina física y
moralmente y se pretende justificar lo injustificable.
La matanza de miles de seres humanos
bajo el fuego que pretende imponer la libertad. El genocidio
deliberado de cientos de miles a través de una hambruna
impuesta por unos y consentida por casi todos.
Muertos a diario, expulsados de sus
tierras, de sus raíces por la codicia de unos pocos y la
estupidez de otros tantos. Muertos tratando de alcanzar un horizonte
nuevo con la esperanza del que se cree a salvo, sin saber que les
espera más miseria y humillación, más odio
inculcado por los mismos que les obligaron a huir dejando su vida
atrás.
Muertos porque simplemente sobran,
entorpecen el correcto funcionamiento del mundo y su sacrificio es
necesario.
La indiferencia es el fruto de la
renuncia a la fraternidad como valor fundamental, esa indiferencia
con la que aprendemos a convivir rápidamente y que nos impide
ver el quehacer y los sufrimientos de los que nos rodean. En muchas
ocasiones, es capaz de ocultar hasta el propio dolor.
También hemos renunciado a
cualquier posibilidad de entendimiento con la naturaleza. Ni siquiera
siendo conscientes del abuso tan dañino al que sometemos al
planeta nos hace plantearnos la necesidad de un cambio en nuestro
modelo hiperconsumista de vida. Digo lo de plantearnos porque
nosotros podemos planteárnoslo, muchos no tienen esa opción.
Simplemente, son las víctimas de nuestro furibundo apetito de
posesión y nuestra forma de vida antinatural.
Como decía al principio, tan
sólo pretendo reflexionar desde mi vivencia porque me siento
sumergido en este año de renuncia. En lo personal, un año
de renuncias a proyectos, ilusiones, esperanzas... Cada vez más
acuciado por el intento de superar contradicciones, de no dejarse
llevar, de tratar de no verlo todo desde la distancia (como si esa
posición fuera posible), luchando por no caer en el
convencimiento de la inutilidad del esfuerzo. Aferrándome a
las personas y a las ideas que me han acompañado durante tanto
tiempo, esforzándome por alejar esa maldita indiferencia que
anestesia conciencias y facilita mantener una vida tan indolora como
estéril.
Afortunadamente, existen muchas
personas (muchísimas más de las que imagino/imaginamos)
con la alegria intacta y con la conciencia despierta tratando de
construir nuevas vías, explorando y recorriendo nuevos y
viejos caminos hacia otras posibilidades y disfrutando de ese
trayecto.
Son/sois esas personas, junto a las
convicciones personales, por las que uno no acaba de renunciar nunca.
Porque, a pesar de todo, sigo pensando y creyendo en ese otro mundo
posible, y con todas mis dudas y contradicciones es hacia donde
intento caminar.
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