miércoles, 31 de mayo de 2023

SUICIDIO JUVENIL

¿Qué clase de sociedad hemos creado? ¿Cómo es posible que esto sea  el culmen de la evolución? Nos jactamos de ser el ser vivo más inteligente que habita el planeta y hemos conformado una manera de vivir en común que nos impulsa a la muerte. Es más, por primera vez (al menos en la historia moderna del llamado mundo occidental) esta pulsión de muerte ha llegado a los más jóvenes.  Por supuesto que siempre ha existido esa pulsión. Forma parte de la experiencia vital de manera inevitable. Cuestionarse acerca de la muerte es imprescindible para sentirse vivo. La lamentable novedad es que se está yendo mucho más allá y se está empezando a contemplar la muerte, la no existencia como algo más deseable que la propia existencia.

Aquellos que en teoría, deberían tener intactas sus energías y proyectos para la vida se encuentran vacíos, agotados de una vida que apenas acaba de comenzar.

Vayamos a lo concreto.

Recientemente se ha presentado el informe de la Fundación ANAR del 2022 que recoge datos sobre las diferentes violencias que sufren niños, niñas y adolescentes en este país. Entre otras cosas, esta entidad ofrece unas líneas telefónicas de ayuda de donde han extraído los datos de dicho informe.

Por primera vez desde que se recogen estos datos los problemas relacionados con la salud mental (concepto ambiguo y extenso pero sobre el que podemos basarnos para entendernos) ocupan el primer lugar. Por encima, incluso, de todo lo que tiene que ver con la violencia física y el acoso. Pero no sólo eso, sino que dentro del bloque de salud mental destaca sobremanera la conducta suicida (tanto lo referido a la ideación como lo referido a los intentos reales).

Es sabido por todo el que no quiera mirar hacia otro lado que el suicidio es una de las causas de muerte más extendida en nuestra sociedad. En España se calcula (los números siempre son estimaciones y casi siempre tirando por lo bajo) que se suicida un ser humano cada dos horas. Por supuesto, parece lógico e inevitable que una parte de ellos sean adolescentes y hasta niños.

Más allá de las ideas de cada uno sobre el suicidio y lo que representa, la cuestión radica en cómo es posible que en un momento en que lo tenemos todo (teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad donde tener y poseer lo es todo) y somos inmensamente afortunados haya tanta gente que decida quitarse de en medio. Cómo es posible que tantos jóvenes con todo un mundo por descubrir decidan no vivir más.

No sólo el suicidio se ve reflejado en este informe. También las autolesiones, la violencia autoinfligida física y psicológicamente. Y tantos otros aspectos que no aparecen citados pero que necesariamente concurren y ayudan a crear el caldeo de cultivo necesario para llegar al horror estadístico que refleja el informe.

Una ausencia de solidez absoluta (lo líquido que diría Bauman) en las relaciones tanto familiares como entre iguales. Una presión desmedida por parecer algo que no son. Una competencia tan brutal como absurda por alcanzar objetivos impuestos tan alejados de su realidad y tan cercanos al mismo tiempo gracias a la realidad paralela vivida a través de las redes. Un mundo que les exige una singularidad extraordinaria mientras los moldea como clones conduciéndolos a un inevitable choque vital ante el que cualquier reacción es posible. Sí, la muerte también.

Vivimos en un mundo violento. Más allá de lo explícito y de lo que cualquiera podamos entender por violencia. Vivimos en constantes relaciones jerárquicas que nos impiden liberarnos. Exigidos por obligaciones, en muchos casos, impuestas externamente que se sitúan muy por encima de nuestros deseos y nos hacen sentir como normal un modo de vida absolutamente disfuncional.

Se nos exige, en especial a los más jóvenes, responsabilidades por alcanzar o no unos ideales basados en premisas que son pura fantasía. Es imposible que todos seamos ganadores, no todos podemos ser triunfadores según los cánones del sistema. Las propias reglas del juego exigen que para que haya vencedores tiene que haber vencidos, y muchos. Es así de simple. Es la lógica de la guerra, la lógica de la vida que nos está tocando vivir. En este marco bélico es imposible que no exista el suicidio. No todo el mundo puede (ni está dispuesto a) soportar la derrota, a caer en manos del enemigo. Y menos cuando todo y todos a tu alrededor inciden en que es exclusivamente culpa tuya que eso sea así.

Este será nuestro legado, una sociedad en la que muchos, cada vez más, de sus miembros más jóvenes no querrán formar de ella y preferirán quitarse de en medio antes que soportar el sufrimiento de este mundo sin alma.

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lunes, 15 de mayo de 2023

CANSANCIO VITAL

Me costó mucho tiempo identificar esa sensación que me envolvía cada anochecer, cuando el mundo se detenía una vez que todas las tareas del día quedaban liquidadas. Siempre pensé que ese momento debía ser el mejor de todos. De pequeño imaginaba que cuando nos íbamos a dormir y todo permanecía en calma, los adultos se dedicaban a esas cosas maravillosas y secretas que sólo ellos conocían y que todos deseábamos averiguar porque, al fin y al cabo, en eso debía consistir eso de crecer y hacerse mayor.

Al principio lo achaqué al cansancio físico. No estaba acostumbrado, todavía, a ser adulto y al nivel de exigencia en ese plano que esa condición conllevaba. Suponía que con el paso del tiempo iba a acostumbrarme, que sin darme cuenta el propio devenir de los acontecimientos me iba a preparar para sobrellevarlo todo. De chaval nunca me había parecido ver a ningún adulto cansado de la vida.

Pero he llegado hasta aquí (y no son pocos los años) y la cosa no ha mejorado. El tiempo no cura una mierda. En este caso, lo empeora todo. Tal vez, eso sí, aporta conocimiento de causa aunque no siempre.

No sé cómo explicarlo, ni siquiera si es necesario hacerlo, pero es un cansancio violento, agresivo. O al menos, ese es el efecto que me produce. No es una violencia dirigida a nadie ni a nada. Simplemente, no quiero saber nada, no quiero hablar con nadie ni necesito que nadie venga a reconciliarme con el mundo. Por eso lo siento violento porque te aísla y te cubre con un manto que te separa de todo lo demás. Definitivamente, aísla y en consecuencia, divide.

No será el ingrediente primordial de la sopa pero, sin duda, ayuda y mucho a esta vida desconectada que caracteriza nuestra sociedad. Es un cansancio que destruye toda posibilidad de relación con el otro. No hay nada de qué hablar ni que compartir. Se vive en un estado de pasividad absoluta donde esta inacción la vives con dolor pero no puedes dejar de vivirla. Es un circuito cerrado, no hay escapatoria dentro de los parámetros que se consideran correctos para ser considerado un buen ciudadano.

Otra característica que le confiere ese carácter violento es que este cansancio no tiene correspondencia con el plano físico ni con el mental de la vida.

No tengo un trabajo agotador físicamente que justifique este estado (ni siquiera la crianza es justificación). Por supuesto, no debería existir ningún trabajo que agotara mentalmente hasta el extremo. Sé que los hay pero lo son más por como lo encaran las personas que lo ejercen que por la importancia extrema del asunto. La Tierra seguirá girando cuando el último ser humano haya desaparecido por muy especial e importante que sea la función que desempeñe.

Ojalá este cansancio tuviera que ver con mi aportación al mundo, ya me gustaría sentir sobre mis hombros el peso de una responsabilidad ineludible que justificara tanta violencia. Pero no, nada de eso. Es un cansancio injustificable, es un cansancio anodino que sólo responde a la más absoluta inoperancia a la hora, simplemente, de ser.

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