Me costó mucho tiempo identificar esa sensación que me envolvía cada anochecer, cuando el mundo se detenía una vez que todas las tareas del día quedaban liquidadas. Siempre pensé que ese momento debía ser el mejor de todos. De pequeño imaginaba que cuando nos íbamos a dormir y todo permanecía en calma, los adultos se dedicaban a esas cosas maravillosas y secretas que sólo ellos conocían y que todos deseábamos averiguar porque, al fin y al cabo, en eso debía consistir eso de crecer y hacerse mayor.
Al principio lo achaqué al cansancio
físico. No estaba acostumbrado, todavía, a ser adulto y al nivel de exigencia
en ese plano que esa condición conllevaba. Suponía que con el paso del tiempo
iba a acostumbrarme, que sin darme cuenta el propio devenir de los
acontecimientos me iba a preparar para sobrellevarlo todo. De chaval nunca me
había parecido ver a ningún adulto cansado de la vida.
Pero he llegado hasta aquí (y no son
pocos los años) y la cosa no ha mejorado. El tiempo no cura una mierda. En este
caso, lo empeora todo. Tal vez, eso sí, aporta conocimiento de causa aunque no
siempre.
No sé cómo explicarlo, ni siquiera si
es necesario hacerlo, pero es un cansancio violento, agresivo. O al menos, ese
es el efecto que me produce. No es una violencia dirigida a nadie ni a nada. Simplemente,
no quiero saber nada, no quiero hablar con nadie ni necesito que nadie venga a
reconciliarme con el mundo. Por eso lo siento violento porque te aísla y te
cubre con un manto que te separa de todo lo demás. Definitivamente, aísla y en
consecuencia, divide.
No será el ingrediente primordial de
la sopa pero, sin duda, ayuda y mucho a esta vida desconectada que caracteriza
nuestra sociedad. Es un cansancio que destruye toda posibilidad de relación con
el otro. No hay nada de qué hablar ni que compartir. Se vive en un estado de
pasividad absoluta donde esta inacción la vives con dolor pero no puedes dejar
de vivirla. Es un circuito cerrado, no hay escapatoria dentro de los parámetros
que se consideran correctos para ser considerado un buen ciudadano.
Otra característica que le confiere
ese carácter violento es que este cansancio no tiene correspondencia con el
plano físico ni con el mental de la vida.
No tengo un trabajo agotador físicamente
que justifique este estado (ni siquiera la crianza es justificación). Por supuesto,
no debería existir ningún trabajo que agotara mentalmente hasta el extremo. Sé que
los hay pero lo son más por como lo encaran las personas que lo ejercen que por
la importancia extrema del asunto. La Tierra seguirá girando cuando el último
ser humano haya desaparecido por muy especial e importante que sea la función
que desempeñe.
Ojalá este cansancio tuviera que ver
con mi aportación al mundo, ya me gustaría sentir sobre mis hombros el peso de
una responsabilidad ineludible que justificara tanta violencia. Pero no, nada
de eso. Es un cansancio injustificable, es un cansancio anodino que sólo
responde a la más absoluta inoperancia a la hora, simplemente, de ser.
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