Eliminar los obstáculos o impedimentos que dificultan una acción.
Me gusta
esta acepción del verbo desbrozar. Con seguridad es la menos utilizada de todas
pero se ajusta como un guante a la idea que me ronda por la cabeza si trato de
definir con cierto grado de precisión en qué se ha convertido (si es que no ha
sido siempre así) mi vida y la de tantas personas a lo largo y ancho del globo.
La acción
por antonomasia es vivir. Nada hay más importante y más simple a la vez. Sin
embargo, qué difícil se vuelve en este mundo insensible que todo lo convierte
en mercancía, en objetos sujetos a la extracción de beneficio tras lo cual no
nos queda más que ser simples desechos.
Pasamos la
vida tratando de desbrozar los caminos por los que queremos transitar. En el
esfuerzo, ni siquiera llegamos a advertir que esos caminos están más que
despejados. Prácticamente existen sólo para que la gente como tú y como yo los
transitemos. Y a pesar de eso, a pesar de haber sido andados por millones antes
que nosotros se hace imposible no desbrozarlos día tras día. Caminos diseñados
para que jamás consigamos llegar a ninguna parte pero tengamos la sensación de
haber hecho lo imposible por lograrlo. Ya lo decía el poeta, se hace camino al andar aunque no
vayamos a ningún sitio en particular.
Es una
locura. De las primeras cosas que tratan de inculcarte es de la necesidad de
escoger un camino, de trazarte unas metas, ir a por ellas… Todo eso dota de
sentido tu vida, te dicen. Se supone que pasas gran parte de vida aprendiendo
(desde tu casa, la escuela, la sociedad, los medios…) la mejor manera de
transitar esos caminos y resulta que apenas te han enseñado nada. Nadie te ha
explicado la verdadera naturaleza de esos caminos. En definitiva, nadie te ha
enseñado la cara real de la vida, la que no entiende de teorías abstractas sino
que sólo reconoce la práctica cotidiana.
Y así vas
pasando, tratando de eliminar unos obstáculos que no sabías que te ibas a
encontrar porque has estado toda la vida siguiendo las instrucciones supuestamente
correctas. Has cumplido a pies juntillas con el plan preestablecido. Pero al
parecer, ese plan sólo funciona en determinadas condiciones. Condiciones tan
particulares que tan sólo un porcentaje muy reducido de la población está en
condiciones de cumplirlas. Este pequeño grupo poblacional coincide a la
perfección con el poseedor de la gran mayoría de la riqueza material del
planeta. Pero ni siquiera esa gente queda exenta de la obligación de desbrozar
para seguir su camino (aunque nada que ver con el trabajo que debemos realizar
el resto de los mortales).
Esta ingente
tarea debería prepararnos, servirnos de entrenamiento para cuando tratamos de
abrir nuevas vías por las que el discurrir de nuestras vidas sea más aproximado
a lo que llevamos en nuestros corazones y nuestras mentes. Pero no lo es, no
sirve de nada. Ni contamos siempre con las mismas herramientas para desbrozar
ni los obstáculos con los que nos encontramos son siempre iguales. En muchas
ocasiones, desconocemos por completo las razones por las que nos esforzamos
tanto en desbrozar, simplemente, lo hacemos. Es lo que nos han enseñado, es lo
que hemos querido creer.
Pero al
parecer, aquello de que uno todo lo puede y todo lo tiene en su mano no acaba
de ser del todo cierto. Más nos hubiera valido aprender a manejar herramientas
para desbrozar que toda esa charlatanería barata. Mejor dicho, ojalá haber
comprendido antes que las herramientas están ahí, a nuestro alcance… al alcance
de todos. Porque sí, esas herramientas son colectivas y siempre han estado ahí.
Sólo desde ahí, desde lo común uno puede empezar a desbrozar con cierto sentido
su camino. No sólo eso, sino que también es posible compartir esas herramientas
sin que necesariamente implique tener que llegar al mismo lugar que el resto.
Sin duda, aprendizajes maravillosos que nadie nos procuró (aunque tal vez sí y
no supimos verlo) y que tal vez no acabemos de descubrir jamás o seamos
incapaces de llevarlos a cabo ante la sobredosis individualista que acarreamos.