Te vas arrastrando, lentamente, a
través de los días. Intentando desgastarte lo mínimo posible en un trabajo que,
tal vez, algún día te gustó pero que ya no recuerdas la última vez que te
ilusionó, que regresaste satisfecho al hogar.
Reservas la energía para los tuyos,
para lo tuyo, para vivir eso que consideras tu vida.
¡Tienes suerte!, dicen muchas voces a
tu alrededor, muchas de ellas son voces amigas y, sin embargo, en tu cabeza no
suenan para nada amistosas. Incluso, a veces, te parece entrever un tono de
reproche.
¿Suerte? Sin pronunciar la palabra,
tu rostro es lo que da a entender porque enseguida esas voces sienten la
necesidad de explicártelo. Tienes trabajo, casa, familia… (sí, en ese orden
suelen reiterarlo) Tienes una nómina, suelen concluir a modo de sentencia, por
si todavía no te habías dado cuenta de que eres poco menos que la encarnación
de dios en la Tierra. Poco les importa lo que esa suerte supone para tu salud
mental, para la física, para la convivencial… Al fin y al cabo, tienes ingresos
y eso es lo que importa, eso es lo que te permite ser alguien.
Ni siquiera tratas de rebatir nada,
demasiadas veces has intentado explicar que la vida debería ser otra cosa,
debería regirse por otros criterios. Que ser afortunado sería poder disfrutar
viendo crecer a tu hijo, aprendiendo con él en lugar de tener que conformarte
con verle un rato al día cuando ya no te quedan apenas fuerzas para seguir
adelante. Que ser afortunado sería seguir construyendo y caminando nuevas vías
junto a tu pareja en lugar de estar pendientes del siguiente pago, del
siguiente percance que te dinamite la economía familiar. Que ser afortunado
sería desarrollar tus ideas, tus ilusiones, tus inquietudes, tus anhelos en
lugar de sucumbir al ritmo frenético de consumo inútil en el que vivimos.
Pero todo esto te lo guardas para
unos pocos, cada vez menos, y prefieres aceptar tu supuesta suerte y encerrarte
en ella con la íntima esperanza de que algún día todo cambie y vire a tu favor
por mucho que seas totalmente consciente de que los vientos no soplen a tu
favor.
Eso sí, te queda el exabrupto, la
maledicencia y las benditas redes sociales para volcar toda la frustración que
esa vida tuya tan afortunada te produce.
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