domingo, 28 de septiembre de 2014

A VECES HAY QUE DETENERSE PARA SEGUIR


Llevo una temporada de renovación. Necesito espacio y estoy vaciando cajones, armarios y demás y está siendo una experiencia más que interesante.

Ando recuperando escritos propios, recortes de periódicos y textos que he ido guardando por diferentes motivos a lo largo del tiempo (material de cuando las “cosas iban bien”, y de cuando dejaron de “ir bien”) y, sinceramente, me está permitiendo redescubrir algunas cosas que ya intuía y en cierto modo sabía.

En primer lugar, me está permitiendo constatar de nuevo que la vida es puro humo en la inmensa mayoría de las ocasiones y de los casos. Da igual el escenario que se nos ponga delante, ya sea en un momento de eso que llaman crecimiento económico y empleo a borbotones, ya sea en plena crisis y máximo desempleo, parece que se repiten las mismas dinámicas sociales e individuales. Antes y ahora prima el mismo modo de funcionar entre las personas, inconexo y carente de emoción social; incapaz de pensar y obrar más allá del interés personal inmediato. Esto me lleva a pensar que en las constantes llamadas que se hacen al cambio y la revolución, a la lucha contra la tiranía y el poder andan un tanto cojas. Por un lado, nos centramos en ir contra los que ostentan el poder, olvidándonos de nosotros mismos. Aunque esta lucha triunfara repetiríamos constantemente los mismos errores si no somos capaces de entender que no somos más que el producto refinado de un modelo social que nos empuja hacia lo inmediato y lo superficial siendo así que cualquier lucha acaba convirtiéndose en pura reforma por mucho que queramos vestirla con los ropajes más radicales. Por otro lado, se produce un fenómeno por el cual cuanto más consigue el sistema crear individuos desconectados entre sí y con una falta absoluta de empatía, más energía debe destinar la sociedad (de la que todos formamos parte) para mantenerlo. Así, todo el esfuerzo que deberíamos dedicar a satisfacer las necesidades reales se canaliza en trabajos absurdos y protestas estériles que, queriendo o no, sólo consiguen el efecto de perpetuar la situación.

También veo que la industria de la muerte sigue campando, como siempre, convertida en uno de los motores de este salvaje sistema. Esto es una constante inherente al capitalismo, es imprescindible matar y destruir para mantener la máquina viva, para que los engranajes funcionen a la perfección es necesario engrasarlos con sangre. Da igual la época y las razones esgrimidas, siempre ha sido el maldito dinero (lo vistan de motivos geopolíticos, religiosos, o de lo que quieran vendernos). Una y otra vez se fomenta el miedo y el terror, creando enemigos, convirtiéndolos en la excusa perfecta para continuar con el despliegue militar tanto en el exterior como en el interior de cualquier país. Se aprovecha la constante miseria a la que nos somete el sistema, tanto económica como ética, para fomentar el patriotismo ya que es muy seductor como válvula de escape ya que permite focalizar la culpa de la situación en el diferente. Pero, por encima de todo, permite mantener una situación de enfrentamiento entre los desheredados de cada sociedad que imposibilita cualquier intento de internacionalización revolucionaria. Llegados a este punto no podemos engañarnos, en la situación actual la revolución es una cuestión de todo o nada. Cualquier revolución individual será aplastada sin remisión, sólo es posible revertir la actual situación mediante una reacción internacional en cadena que imposibilite cualquier intento de represión.

El afán de consumir y poseer sigue creciendo día tras día, da igual que no tengamos siquiera las necesidades básicas cubiertas, parece que no podamos evitar que la vida gire en torno a lo superfluo, a cosas que realmente no son necesarias para vivir. Han conseguido que estos objetos prescindibles sean los únicos capaces de hacernos sentir ilusión por seguir adelante. Este afán permanece intacto en la base de los fracasos de la mayoría de experiencias prerrevolucionarias que se vienen dando alrededor del mundo, convirtiéndolas normalmente en movimientos tendentes al reformismo. Inevitablemente, se acaba imponiendo una especie de “realismo” que obliga a perseguir objetivos supuestamente factibles que, en caso de conseguirse, acaban siendo ampliamente superados en otros ámbitos por las constantes agresiones del poder. Están muy bien las reformas pero no van más allá de aspectos irrelevantes que tan sólo sirven para maquillar la situación y, sobre todo, para desgastar las energías de los que se deciden a luchar por algo.

Afortunadamente, también constato que somos muchos los que seguimos aprendiendo y trabajando con el objetivo de ir construyendo el tipo de vida que queremos vivir, buscando e indagando en múltiples vías que de forma más o menos acertada acortan la distancia entre lo que pensamos y lo que vivimos. Si conseguimos desprendernos de la inmediatez con la que el sistema nos obliga a vivir y somos capaces de compartir experiencias sin prejuzgar desde los dogmas de cada uno, podremos dar un paso importante por ese camino revolucionario que tan largo parece. Soy consciente de que está lejos la posibilidad de una revolución digna de tal nombre, sin embargo, hay que estar preparados para reconocer las pequeñas oportunidades y experiencias prerrevolucionarias que se van gestando o van surgiendo en momentos puntuales para ir ampliando el espectro de gente dispuesta a avanzar y, sobre todo, para no torpedearlas si no cumplen con la ortodoxia que cada uno considere como la única capaz de llevarnos hacia una nueva sociedad.