Llevo una temporada de
renovación. Necesito espacio y estoy vaciando cajones, armarios y demás y está
siendo una experiencia más que interesante.
Ando recuperando
escritos propios, recortes de periódicos y textos que he ido guardando por
diferentes motivos a lo largo del tiempo (material de cuando las “cosas iban
bien”, y de cuando dejaron de “ir bien”) y, sinceramente, me está permitiendo
redescubrir algunas cosas que ya intuía y en cierto modo sabía.
En primer lugar, me
está permitiendo constatar de nuevo que la vida es puro humo en la inmensa
mayoría de las ocasiones y de los casos. Da igual el escenario que se nos ponga
delante, ya sea en un momento de eso que llaman crecimiento económico y empleo
a borbotones, ya sea en plena crisis y máximo desempleo, parece que se repiten
las mismas dinámicas sociales e individuales. Antes y ahora prima el mismo modo
de funcionar entre las personas, inconexo y carente de emoción social; incapaz
de pensar y obrar más allá del interés personal inmediato. Esto me lleva a
pensar que en las constantes llamadas que se hacen al cambio y la revolución, a
la lucha contra la tiranía y el poder andan un tanto cojas. Por un lado, nos
centramos en ir contra los que ostentan el poder, olvidándonos de nosotros
mismos. Aunque esta lucha triunfara repetiríamos constantemente los mismos
errores si no somos capaces de entender que no somos más que el producto
refinado de un modelo social que nos empuja hacia lo inmediato y lo superficial
siendo así que cualquier lucha acaba convirtiéndose en pura reforma por mucho
que queramos vestirla con los ropajes más radicales. Por otro lado, se produce
un fenómeno por el cual cuanto más consigue el sistema crear individuos
desconectados entre sí y con una falta absoluta de empatía, más energía debe
destinar la sociedad (de la que todos formamos parte) para mantenerlo. Así,
todo el esfuerzo que deberíamos dedicar a satisfacer las necesidades reales se
canaliza en trabajos absurdos y protestas estériles que, queriendo o no, sólo
consiguen el efecto de perpetuar la situación.
También veo que la
industria de la muerte sigue campando, como siempre, convertida en uno de los
motores de este salvaje sistema. Esto es una constante inherente al
capitalismo, es imprescindible matar y destruir para mantener la máquina viva,
para que los engranajes funcionen a la perfección es necesario engrasarlos con
sangre. Da igual la época y las razones esgrimidas, siempre ha sido el maldito
dinero (lo vistan de motivos geopolíticos, religiosos, o de lo que quieran
vendernos). Una y otra vez se fomenta el miedo y el terror, creando enemigos,
convirtiéndolos en la excusa perfecta para continuar con el despliegue militar
tanto en el exterior como en el interior de cualquier país. Se aprovecha la
constante miseria a la que nos somete el sistema, tanto económica como ética,
para fomentar el patriotismo ya que es muy seductor como válvula de escape ya
que permite focalizar la culpa de la situación en el diferente. Pero, por
encima de todo, permite mantener una situación de enfrentamiento entre los
desheredados de cada sociedad que imposibilita cualquier intento de
internacionalización revolucionaria. Llegados a este punto no podemos
engañarnos, en la situación actual la revolución es una cuestión de todo o
nada. Cualquier revolución individual será aplastada sin remisión, sólo es
posible revertir la actual situación mediante una reacción internacional en
cadena que imposibilite cualquier intento de represión.
El afán de consumir y
poseer sigue creciendo día tras día, da igual que no tengamos siquiera las
necesidades básicas cubiertas, parece que no podamos evitar que la vida gire en
torno a lo superfluo, a cosas que realmente no son necesarias para vivir. Han
conseguido que estos objetos prescindibles sean los únicos capaces de hacernos
sentir ilusión por seguir adelante. Este afán permanece intacto en la base de
los fracasos de la mayoría de experiencias prerrevolucionarias que se vienen
dando alrededor del mundo, convirtiéndolas normalmente en movimientos tendentes
al reformismo. Inevitablemente, se acaba imponiendo una especie de “realismo”
que obliga a perseguir objetivos supuestamente factibles que, en caso de
conseguirse, acaban siendo ampliamente superados en otros ámbitos por las
constantes agresiones del poder. Están muy bien las reformas pero no van más
allá de aspectos irrelevantes que tan sólo sirven para maquillar la situación
y, sobre todo, para desgastar las energías de los que se deciden a luchar por
algo.
Afortunadamente,
también constato que somos muchos los que seguimos aprendiendo y trabajando con
el objetivo de ir construyendo el tipo de vida que queremos vivir, buscando e
indagando en múltiples vías que de forma más o menos acertada acortan la
distancia entre lo que pensamos y lo que vivimos. Si conseguimos desprendernos
de la inmediatez con la que el sistema nos obliga a vivir y somos capaces de
compartir experiencias sin prejuzgar desde los dogmas de cada uno, podremos dar
un paso importante por ese camino revolucionario que tan largo parece. Soy
consciente de que está lejos la posibilidad de una revolución digna de tal
nombre, sin embargo, hay que estar preparados para reconocer las pequeñas
oportunidades y experiencias prerrevolucionarias que se van gestando o van
surgiendo en momentos puntuales para ir ampliando el espectro de gente
dispuesta a avanzar y, sobre todo, para no torpedearlas si no cumplen con la
ortodoxia que cada uno considere como la única capaz de llevarnos hacia una
nueva sociedad.