Ese parece ser el hábitat
natural de todas aquellas personas con un mínimo de conciencia social.
A poco que uno quiera
darse por enterado del mundo en el que vive, sabe que está involucrado en una
batalla y que va perdiendo (a no ser que pertenezca a esa minoría que se lucra
con el dolor ajeno y no le importa nada más que su situación actual). Al menos,
esta es la sensación que tengo y creo percibir en muchas ocasiones a mi
alrededor. No parecen buenos tiempos, de verdad que no.
Sin embargo, es en la
derrota donde uno empieza a vislumbrar la esperanza. Sentirse derrotado sólo es
posible cuando se ha emprendido la batalla, cuando se ha entendido que la lucha
es un camino necesario, se desarrolle ésta en el lugar y las condiciones que
sean. Por ahí es por donde se deja entrever una esperanza. Muchos son los que
se sienten derrotados sin haber dado un paso, sin haber recibido un golpe, sea
físico o moral, sin haberse atrevido a traspasar el umbral de la seguridad de
su casa, de sus dominios al fin y al cabo por ínfimos que éstos sean. Eso no es
derrota, eso es aceptación, acatamiento, resignación, humillación en cualquier
caso. Todo, mucho peor que la derrota, porque ahí no hay esperanza, ahí sólo
hay servidumbre, negación de uno mismo.
Es cuando entramos en
conflicto con el mundo hostil del que formamos parte cuando florece la
posibilidad. En la derrota se intuye la posibilidad de la futura victoria y
eso, en no pocas ocasiones, es más importante, más exitoso incluso que lograr
superar el propio conflicto. No nos engañemos, en casi cualquier lucha social
siempre salimos perdiendo. Hasta cuando creemos haber ganado y logrado un
objetivo marcado no podemos obviar que siempre es el poder el que nos lo
concede y a la larga (o a la corta en muchos casos porque de las palabras a los
hechos hay un mundo) lo único conseguido es reforzar un sistema del que
presuntamente renegamos.
Pero, independientemente
del resultado inmediato de la lucha, de la supuesta derrota o victoria, lo que
subyace en todo ello es la experiencia vivida e interiorizada de cada uno, la
red de vínculos tejida en el día a día de la lucha con personas afines que han
estado codo con codo al pie del cañón, la constatación de haber encontrado
sensibilidades capaces de funcionar de forma autónoma dentro del engranaje
social… Y eso sí que es atisbar la esperanza, vislumbrar la posibilidad de
construcción de otro mundo. Esa sí es una victoria.
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