viernes, 8 de junio de 2018

UTOPÍA O DESASTRE






La lucha del hombre contra el poder,
es la lucha de la memoria contra el olvido.
Milan Kundera.

La mayoría de las crisis a las que nos enfrentamos son manifestaciones de un mismo mal: una lógica basada en la dominación por la que se considera que la mayoría de seres humanos somos simples cosas de las que se pueden prescindir. Esto mismo, se aplica al planeta mismo en el que habitamos.



En primer lugar, es necesario que seamos capaces de reconocer las conexiones existentes y los intereses que se esconden tras las guerras, las migraciones forzosas, el cambio climático, la absoluta dependencia de los combustibles fósiles, el racismo, la represión, la violencia contra el débil como forma de situarse en el mundo… Como decía, todo esto no son compartimentos estancos. Todo sigue una lógica y obedece a unos intereses.

Generación tras generación vamos aprendiendo a pensar en compartimentos estancos. El paradigma de la terapia rápida y centrada en la solución se impone y nos condena a prescindir del trabajo de largo alcance, de soluciones duraderas que nos parecen siempre inalcanzables.

La necesidad de recuperar el pensamiento utópico es acuciante. Cada año que pasa queda menos rastro, al menos en Occidente, de otra forma de vida que no sea la vivida bajo el capitalismo en cualquiera de sus diferentes formulaciones. Además, pronto ni siquiera quedará el recuerdo del llamado Estado del Bienestar, ya que las nuevas generaciones sólo conocen el yugo del capitalismo salvaje y competitivo que no ofrece ninguna contrapartida por mínima que sea. En estas condiciones es difícil poder llegar a soñar, ya no digamos pensar y realizar, una alternativa que evite el cataclismo hacia el que nos conducimos.

Estamos totalmente integrados en el esquema del capitalismo, somos sus hijos y sus perpetuadores. De esta forma, la capacidad de exigir nada que no sean pequeñas reformas o reajustes al marco actual se nos escapa. Mantenemos la capacidad de decir NO; pero cada vez nos queda más lejos la posibilidad de proponer. Entre otras razones, es esto lo que hace tan maleables y fáciles de aplacar los movimientos de protesta surgidos en las últimas décadas.

Hemos perdido la capacidad de imaginar, la facultad de soñar se nos ha extirpado a fuerza de ir reduciendo el marco dentro del cual somos capaces de pensar. El esquema mental del capitalismo se ha impuesto y queda lejos cualquier concepción de sociedad que no se base en la propiedad, en el salario, en la obtención de algún tipo de beneficio. Sin embargo, justo ese es el camino que nos está conduciendo al desastre a nivel planetario.

Hay que recuperar la utopía como fuerza que guía nuestro imaginario. Debemos hacer frente a esa enfermedad llamada pragmatismo que tanto daño hace a cualquier intento de transformación, que inevitablemente conduce a la filosofía del mal menor y al apuntalamiento de aquello que queremos transformar.

Es necesario leer, escribir, hablar, recuperar las palabras que representan los conceptos que nos mueven. Si no usamos las palabras, dejaremos pensarlas y si eso sucede ya no las podremos sentir. Y eso es el final, porque si algo no nos conmueve, no nos interpela; simplemente desaparece de nuestra vida.
Pero al mismo tiempo hay que construir en la vida diaria, sin descanso. Cada vez es más urgente. La emergencia aumenta por momentos, la situación requiere recuperar la utopía frente al desastre que vivimos y frente al que nos está esperando a la vuelta de la esquina. 
 

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