Hace ya unos cuántos años escribí
una pequeña reflexión al calor de la sacudida que provocó la irrupción de una
nada despreciable cantidad de gente en las plazas de las localidades de mi
entorno más inmediato que, hasta la fecha, al menos para mí, aunque obviamente
ya había mucha gente movilizada y revolucionando de una u otra forma desde
hacía tiempo, habían sido un erial en lo referente a la protesta social más
allá de los paseos programados por sindicatos y partidos varios. Simplemente,
trataba de recoger un sentir que había ido acumulando a través de
conversaciones o escuchando a la gente mientras exponía sus preocupaciones y
sus puntos de vista. Algo que creo sigue estando plenamente vigente tiempo
después aunque las formas de expresarlo sean diferentes y la mayoría de
aquellas voces hayan sido acalladas o engullidas por las dinámicas propias del
modelo social:
“Vivimos tiempos complicados y
difíciles de comprender. Todas aquellas personas que, como yo, nacimos durante
la transición, crecimos con la promesa de un futuro esplendoroso después de
muchos años en los que la muerte, el hambre, la miseria y la represión habían
causado estragos entre gran parte de los habitantes de este país. Nuestros
mayores nos hablaban con esperanza e ilusión del porvenir que nos esperaba.
Fuimos creciendo y entramos en la Unión Europea
(entonces la CEE )
todo parecía que marchaba viento en popa. De vez en cuando, se producían
contratiempos que desencantaban un poco al personal pero siempre se seguía
adelante con un espíritu de superación y con la convicción de que todo iba a ir
mejor. Nosotros nos dedicábamos a
estudiar porque eso era lo que nos iba a garantizar un futuro esplendoroso tal
y como nos recordaban machaconamente. En esto nos incorporamos al mundo laboral
y el dinero parecía caído del cielo (casi daba igual de que trabajaras porque
en todos lados se ganaba dinero), el consumo se disparó hacia el infinito y nos
vimos rodeados de abundancia. No supimos o no quisimos ver la que se nos venía
encima y eso que siempre hubo voces (entonces me parecían pocas y débiles, más
tarde he comprendido que no eran tan pocas ni tan débiles sino que estaban
silenciadas por el sistema hegemónico) con criterio que nos advertían de lo que
estaba sucediendo y del engaño en el que nos habíamos instalado.
Ahora, ya hemos acumulado
experiencia y unas cuantas vivencias que nos permiten tener una perspectiva más
amplia del mundo que nos rodea y nos damos cuenta de cuánta razón tenían
aquellas voces minimizadas de hace unos años. Vivimos absolutamente engañados
gracias al poder que tienen y siempre han tenido los grandes capitalistas. Han
tejido para nosotros una red de falsa opulencia y libertad atrayéndonos hacia
el mismísimo centro de esa red para, una vez allí, atraparnos y no dejarnos
escapar, y hemos caído en la trampa sin oponer apenas resistencia. Nos han
atrapado en una espiral de consumo desmesurado y de una violencia económica e
intelectual que prácticamente nos ha dejado sin respuesta, lo cual les ha
permitido despojarnos de la mayoría de nuestros derechos y nuestra libertad
como seres humanos. Estamos siendo reducidos a la condición de esclavos, esto
es así literalmente en muchos países donde desde hace siglos las personas son
consideradas meras mercancías que se utilizan para mayor gloria y beneficio del
capital. En otros países nos empezamos a dar cuenta de que también lo somos
(aunque el envoltorio es más bonito y lujoso, en el fondo la intención es la
misma) y tanto allí como aquí, en el momento en que alguien alza la voz es
reprimido por la ingente cantidad de recursos que los Estados destinan a la
represión. Así se ponen en marcha todos los mecanismos disponibles. Empezando
por los más directos como ejércitos, policías, e incluso cuerpos paramilitares;
siguiendo por los medios de comunicación que criminalizan de inmediato a todo
aquel que tiene algo que decir contra el sistema capitalista y terminando por
un sistema educativo diseñado específicamente para crear seres sin espíritu
crítico y totalmente doblegados ante un sistema social organizado alrededor del
capital. Mención especial para toda esa pseudointelectualidad que justifica la
necesidad de que las cosas continúen igual y centran todos sus esfuerzos en
perpetuar esta situación.
Ante todo esto, sólo caben dos
opciones: acatar y participar activamente de este régimen de esclavitud o
posicionarse a favor del cambio radical de sistema. No caben las medias tintas
en esta cuestión, no existe un capitalismo menos malo al que se pueda llegar a
través de parches y pequeñas modificaciones”.
Sigo pensando igual, no creo en
la posibilidad del capitalismo amable o como quieran llamarlo. De hecho la creencia en la posibilidad de ese
capitalismo es, en gran parte, lo que nos ha llevado hasta aquí. La promesa de
un futuro mejor a través del dominio de la naturaleza, la abundancia material y
el salario, permitiendo mejorar las condiciones de vida de la generación
inmediatamente anterior ha sido una inmensa trampa en la que la mayoría caímos,
en la que muchos todavía ni saben que están. Salta a la vista que la ilusión
del crecimiento ilimitado ha estallado frente a unos límites ecológicos que
lanzan señales de su existencia por doquier. La tan cacareada abundancia
material sólo existe para todo aquello inútil y superfluo con lo que atiborran
nuestras vidas con la esperanza de poseer y poseer dando por sentado que en eso
consiste la felicidad. Nada de aquello que prometieron era cierto y lo sabían
desde el principio. Simplemente no era posible porque en la base de todo estaba
la acumulación y, ésta, es incompatible con la posibilidad de una vida digna
para todos.
No creo en la posibilidad de la
revolución desde dentro, sencillamente porque eso no es posible. Ni lo es
ahora, ni lo ha sido jamás. No existe ningún sistema basado en lo que se llama
“las reglas democráticas del juego” (elecciones, partidos políticos,
representatividad…) al margen del Capitalismo y cuya sociedad no esté altamente
jerarquizada y sometida a los designios de unos pocos. En el mejor de los
casos, se consigue en el plano material una distribución equitativa de la
miseria que inevitablemente conduce a una profunda tendencia hacia la
restauración del privilegio reformulado en base a un nuevo sistema.
Además, estos años también me han
servido para ir perdiendo cierta ingenuidad, para desmitificar ciertas
organizaciones o colectivos, para ir formando un criterio propio que me va
permitiendo poco a poco distinguir a los charlatanes de los que hablan con
convicción, a los que consideran que con hablar y escribir sobre la revolución
es suficiente de los que no necesitan exhibirse porque sus actos hablan por
ellos. Siempre se recuerdan los grandes nombres, los grandes actos
revolucionarios del pasado hasta convertirlos en leyendas, sin embargo, se
olvida lo cotidiano, el día a día de esos hombres y mujeres que de forma
anónima protagonizaron y protagonizan esas revoluciones. Es precisamente en
esos actos cotidianos donde se forjan y se fundamentan los grandes cambios y es,
en ese terreno, desde la práctica diaria donde descubrimos a los verdaderos
revolucionarios, aquellas personas que no necesitan nada más que tratar de
vivir su vida lo más acorde posible con sus principios.
Aquel escrito lo terminaba con la
siguiente frase:
“Esto es una cuestión de todo o
nada, o aceptamos la esclavitud o luchamos por la libertad. La opción es
personal pero la decisión que cada uno tome afectará al conjunto de la
humanidad”.
Desde luego la opción sigue
siendo personal pero de nada o muy poco sirven esas opciones individuales si no
se conectan con otras, si no sirven para construir algo colectivo, si no sirven
para tejer redes y alianzas que tan importantes son para expandir las
alternativas como para defenderse de la violencia que el poder ejerce en caso
de que, efectivamente, esas alternativas lo sean de verdad. Las iniciativas
individuales son toleradas e incluso alentadas por el sistema, ya que las
aprovechan como ejemplo de esa máxima tan de moda y tan capitalista “todo está
en ti, todo depende de ti”. Además son fácilmente anuladas ya que estar
desconectado de lo colectivo te convierte en una presa muy fácil. Pero
articular cualquier proyecto colectivo requiere de una convicción y una
capacidad de esfuerzo y resistencia que cada vez es más difícil encontrar, esto
también lo he aprendido a lo largo de estos años. Así, en la medida en que la
práctica diaria de todas aquellas personas de las que hablaba anteriormente
pueda ir creando y ampliando esa red gracias al ejemplo diario, estaremos
caminando en la dirección correcta para empezar a construir un mundo nuevo.
“Seamos valientes” fue el título
que puse a ese escrito de hace años pensando que era una cuestión de valor. El
valor necesario para sacrificar nuestra vida de esclavos de primera y perder el
miedo a las consecuencias que de eso se pudieran derivar. Sigue siendo una
cuestión de valentía pero, sobre todo, ahora me parece una cuestión de
realismo. Si seguimos por este camino no hay futuro para la inmensa mayoría de
la población humana.
Imprimir