Termina el estado de alarma, lamentablemente, continua el estado de estupor.
No es una
palabra que haya utilizado mucho en mi vida pero define bien la situación
actual. Me parece especialmente acertada su acepción médica (no podía ser de
otra manera en esta sociedad medicalizada en la que vivimos y en estos tiempos
pandémicos) que dice lo siguiente: Estado
de inconsciencia parcial caracterizado por una disminución de la actividad de
las funciones mentales y físicas y de la capacidad de respuesta a los
estímulos. De forma más general se define estupor como: Asombro o sorpresa exagerada que impide a
una persona hablar o reaccionar.
La falta de
respuesta, de reacción, es un elemento clave. Salta a la vista que la manera de
afrontar la pandemia por los gobiernos de cualquier signo ha sido la gran
excusa para poner en marcha medidas de control que van más allá de cualquier
justificación médica o científica. El hecho de prohibir prácticamente todo a
excepción de aquello que tenga que ver con el trabajo nos debería dejar muy
claro que no todo es interés por nuestro bienestar. También hay otra cosa que
no se ha prohibido, el continuado expolio a los eslabones más débiles de la
sociedad. Desahucios, despidos y abusos laborales, robos ejecutados por bancos
y empresas energéticas al amparo de las leyes hechas a medida y lo que todavía no sabemos pero que aparecerá en
forma de vasallaje hacia Europa a cambio de unos fondos económicos que como
siempre acabarán sirviendo para hacer más ricos a los ricos y dejar nuevamente
atados a la esclavitud salarial o a las humillantes limosnas al resto.
No hay respuesta
a toda esa cantidad de estímulos, apenas unos pocos han osado desafiar las
medidas represivas para alzar la voz y están pagando un alto precio por ello.
No me refiero a los que sólo ven un problema en tener que llevar mascarilla y
no poder ir al bar cada vez que se les antoja. Hablo de los que se la juegan
por ellos y por los demás, los que ya tienen claro que la falta de libertad no
ha llegado con la pandemia sino que siempre ha estado aquí.
Asombro o sorpresa que impide la
reacción.
Por primera
vez en la vida de muchas personas, que hasta la fecha se creían a salvo ya que
todo lo malo y horrible de la vida sucedía siempre en otras latitudes, han
visto (mejor dicho han sentido) su existencia amenazada. La sorpresa ha sido
mayúscula y el miedo, atroz. El tratamiento de la información realizada sin
excepción desde todos los frentes ha aumentado la sensación de asombro ante una
anécdota que tenía que ver con murciélagos en el otro lado del globo hasta que
se convirtió en la mayor de las plagas habidas en la historia de la humanidad.
Día tras día, sin excepción, todo gira en torno a la pandemia. Al principio se
competía por ver dónde había más contagios; más tarde la competición se
extendió a los muertos; ahora tocan las vacunas… Pero la gran competición
siempre ha girado alrededor de dónde era más sumisa (sensata y responsable
decían los medios) la población. Al parecer dependía exclusivamente de esta
sumisión el poder retomar la tan ansiada normalidad. Ciertamente, esta era la
razón aunque no tenga que ver con cuestiones sanitarias.
Fin del Estado de alarma.
Y tras más
de un año terminó la excepcionalidad (en su versión oficial). Ante la sorpresa
de nadie lo que ha sucedido ha sido fiesta, celebración y vuelta a la rutina
consumista. Saldremos mejores rezaba
el mantra televisivo. De momento, salimos más pobres, más débiles y en un
estado de estupor permanente. Casi un millón de nuevos pobres (oficialmente
personas que viven con menos de 16 euros al día) que llevan a una cifra de casi
11 millones en todo el estado español, cientos de miles que engrosarán estas
estadísticas en los próximos tiempos cuando acabe la mascarada de los ertes y
las limosnas en forma de rentas mínimas. Pero todo suma, el estupor aumenta. Un
año de entrenamiento intensivo en miedo y sumisión da para mucho. Incluso para
rebajar más si cabe la capacidad de respuesta, para reforzar hasta el absurdo
el modo egoísta de vida, el sálvese quien pueda.
Y a cada
paso aumenta la sorpresa porque hemos pasado de protagonistas a espectadores. La
vida es lo que sucede en las pantallas, en los medios. No es lo que nos sucede
a nosotros mismos. Vivimos atrapados en una serie de infinitos capítulos en la
que no nos reconocemos, como si no fuera con nosotros. Mientras aceptamos
nuestro rol de espectadores, otros dirigen el espectáculo y deciden que va
sucediendo.
Contra el estupor
Este estupor
sólo es posible porque seguimos sorprendiéndonos. Seguimos creyendo que las
decisiones que se toman son por nuestro bien, por el bien común. Seguimos
pensando que el poder representa nuestra voluntad. No aprendemos.
Estupefactos
sufrimos las consecuencias sin llegar a ser conscientes del todo hasta que, tal
vez, sea imposible hacer otra cosa que no sea sufrir.
2 comentarios:
Estoy muy de acuerdo con tus artículos, hace mucho no públicas. Estás en alguna otra plataforma? Me gustaría seguir leyendote. Saludos
Hola Ciro.
Todo lo que escribo (y me parece que vale la pena publicar) lo hago aquí. Estoy en las redes sociales pero no cuelgo nada diferente. Sólo en facebook tengo una página donde de vez en cuando publico algún poema. También llevo un canal de telegram donde además de mis textos pongo noticias o artículos que me interesan (t.me/quebrantandoelsilencio )
Tengo intención de seguir publicando pero es cierto que cada vez cuesta más.
Gracias por pasarte y comentar.
Saludos.
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