De forma
recurrente hablo y, de vez en cuando, escribo sobre la necesidad de recuperar
la utopía como elemento central en el pensamiento crítico. No sólo por la
necesidad personal de cada cual de ir atisbando un horizonte hacia el que
caminar, sino como contraposición a una realidad cuyos elementos se vuelven
cada vez más distópicos, más inhabitables. Existen infinidad de esos elementos
que nos afectan, que condicionan nuestra vida durante cada segundo de nuestra
existencia. Y ante los cuales hay que empezar por resistir para poder existir.
Sin embargo, hay un elemento que probablemente engloba a todos, o prácticamente
a todos los otros, y que rara vez es situado en la lista de elementos
distópicos, de aspectos sobre los que al menos es necesario reflexionar y poner
en tela de juicio.
Este
elemento es la democracia, sí la sacrosanta democracia.
La
democracia es el marco en el que los miembros de las sociedades que se
consideran a sí mismas como ideales, tenemos para desenvolvernos. Lo domina
todo, incluido el lenguaje con el que formamos los conceptos, las ideas con las
que performamos nuestras vidas. Utilizamos ese lenguaje para describir aquello
que nos incomoda, que nos crea malestar, que nos oprime. También para delimitar
aquello que anhelamos, a lo que aspiramos. De esta forma, sin darnos cuenta, se
impone un modelo de vida que es incapaz de transgredir los márgenes que nos
ofrecen. Se coloniza nuestro interior al mismo tiempo que esa colonización
tiene su reflejo en el mundo exterior, donde la fuerza es utilizada de forma
más o menos explícita, para imponer ese modelo basado en la libertad. Una
libertad que como mucho es un mal sucedáneo del ejercicio de la misma. Una
libertad que como todo en esta vida es definida dentro de los límites de lo
democrático, es decir, de lo asumible.
A partir de
ese momento, no es posible imaginar nada mejor que la democracia. Tal vez
podamos imaginar cómo mejorar algunos aspectos concretos (eso que unos llaman
regeneración democrática, otros tal vez lo llamen democracia digital, tal vez
si siguiéramos buscando podríamos hallar docenas de denominaciones para otros
tanto modelos de mejora democrática). Pero, desde luego, lo que no somos
capaces de vislumbrar es un sistema superador de la democracia. Es posible que
esto se deba a que tenemos la creencia, transmitida de generación en generación
de que la única alternativa a la democracia es la dictadura y ésta es, sin
duda, el peor de los males. No lo pongo en duda. No deseo una dictadura de ningún
tipo a nadie. Ahora bien, eso no implica que le desee un sistema democrático.
Porque como decía, no quiero dictaduras y las democracias no dejan de ser
dictaduras sociales en las que se imponen, como siempre, los intereses de una
minoría. Así ha sido desde su origen.
Siempre se
habla de la democracia ateniense como el principio del sistema hace ya unos
cuantos siglos. Pero ya en ese momento, el gobierno del pueblo no era más que
el gobierno de los poseedores, de los propietarios, hombres. Ni mujeres ni esclavos.
Hasta llegar
a nuestros días, la democracia ha ido variando, construyéndose siempre
respondiendo a una correlación de fuerzas muy desiguales entre aquellos que poseían
la riqueza y los que no. Siendo así, no es de extrañar que en cualquiera de las
diferentes manifestaciones que la democracia ha ido mostrando siempre hayan
respondido a los intereses de unos pocos.
Pero si algo
confiere de forma definitiva esa pátina distópica a la democracia es su
carácter omnipresente. Jamás ha habido un modelo de gobierno tan intrusivo como
la democracia que pretende abarcar todos los aspectos de la vida. Pretende
legislarlo todo hasta lo más íntimo. Y lo que es peor, siempre con criterios
económicos. Siempre con el beneficio en mente. Esto la ha convertido en el sistema
ideal para el desarrollo del capitalismo ya que ha conseguido que un modelo
económico nacido para el beneficio de los Estados se haya convertido en un
elemento autónomo situado por encima de los Estados mismos. Esto explica en
gran medida el porqué de la supremacía del modelo democrático y de su
incuestionabilidad.
Además, la
democracia es considerada como un sistema moralmente insuperable ya que es ni
más ni menos que la representación del interés popular. Aunque es evidente que
la única representación existente es la de los intereses de aquellos que poseen
la riqueza sigue siendo, aparentemente, irrefutable esta afirmación. Al fin y
al cabo, el pueblo elige libremente a sus representantes así que no hay nada
que objetar. Es tal su grado de perfección moral que continuamente se inician
guerras alrededor del mundo en su nombre. Se trata de imponer la perfección del
sistema allá donde todavía se muestren indecisos ante él. Por supuesto, es todo
por el bien del pueblo aunque para ello haya que asesinar al propio pueblo. La
democracia pretende ser el único modelo posible. Su democracia debe ser para
todos, sin excepción.
Democracia o
barbarie. Podría ser el eslogan de los tiempos y, no obstante, no parece que la
barbarie haya desaparecido ni mucho menos en los países democráticos. Basta ver
cualquier informe (o abrir los ojos a tu alrededor si no es que tú mismo la
sufres en primera persona) escogido al azar del organismo oficial que se quiera
sobre condiciones de vida para ver la lamentable situación en que se encuentran
las sociedades democráticas. Sirvan como ejemplos los de EEUU, donde las
desigualdades sociales y todo lo que conllevan son abismales o la propia
España, donde la pobreza alcanza a un tercio del total de la población.
Podríamos fijarnos en el acceso a la vivienda, o a la educación, o a la sanidad
o cualquier otro parámetro que se nos ocurra para ver qué intereses defiende la
democracia.
Tal vez no
presente los niveles brutales de represión pura y dura de las dictaduras (cuyo
recuerdo facilita mucho más la imposición democrática) pero de ahí a la
perfección como sistema de organización social hay un abismo. Hay margen para
poder, al menos, confrontarla, para incluir, al menos, esta oposición en el marco de nuestra
conciencia. Es posible que estos sean buenos tiempos para ello. Tal vez esta
nueva normalidad de la que tanto hablamos incluya la posibilidad de responder a
la pregunta que encabeza este escrito. En caso de una respuesta afirmativa,
estaremos más cerca de nuestro sentir. Y eso sí que es moralmente positivo.
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5 comentarios:
Si ni siquiera podemos comprender qué es la democracia, mucho menos podemos hablar sobre ella.
Sigue repitiéndose la falacia de que la democracia es el gobierno de la mayoría, cuando apenas el gobierno de la mayor minoría. Partiendo de ese error, cualquier cosa que se postule no será más que charlas de café.
Saludos,
J.
Hola, J.
El esfuerzo por comprender, o al menos tratar de acercarnos a la comprensión, todo lo que nos concierne es para mí parte fundamental de la vida. Por supuesto, no siempre se consigue ni mucho menos, pero cada uno es responsable de su camino en ese sentido.
Saludos y gracias por pasarte por aquí.
Esta muy bueno tu artículo, cada día es más evidente que tanto la democracia, la justicia, la educación formal y todas las instituciones del estado oprimen la mente y la vida de la gente
Hola, Ciro.
Gracias por pasarte y comentar.
Saludos.
qué democracia?
cuando la conozcamos podremos opinar. mientras no haya separación de poderes ni posibilidad de echar a los gobernantes ni representatividad no lo sabremos.
la distopia se llama claramente nuevo orden mundial y es eso que empezamos a vivir el 11S y ahora, con el engaño del covid, todos estáis ayudando a que prospere, sin daros cuenta de que vuestros hijos serán los que más lo sufran.
saludos
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