Mientras los medios de comunicación nos bombardean con estériles debates políticos acerca de la situación económica y el estado de la nación, la maquinaria capitalista sigue implacable su viaje hacia ninguna parte, no se detiene ante nada ni ante nadie.
Mucha gente habla a diario de las bondades de nuestra sociedad moderna y evolucionada, de los grandes beneficios que nos ha proporcionado y la gran cantidad de servicios y productos disponibles para todos aquellos consumidores (eso es lo que somos: consumidores, no personas) dispuestos a alcanzar el estándar de vida que nos proponen. Sin embargo, nunca veo a nadie hablando de los sacrificios que hay que aceptar para tener todos esos productos imprescindibles para nuestra vida de consumo y felicidad artificial
Tal vez, uno de los sacrificios más importantes que se nos exige, y que acatamos sin rechistar, es el de la infancia. Más de 400 millones de niños en todo el mundo viven sometidos a la esclavitud, jamás en la historia de la humanidad hubo tantos esclavos como en pleno siglo XXI. Alrededor de 175 millones de estos niños son menores de cinco años, con cinco años en nuestra moderna y democrática sociedad apenas sabemos sacarnos los mocos de la nariz y estos millones de niños trabajan de sol a sol a cambio de comida y, con mucha suerte, un techo en el que refugiarse.
Si esto es vivir en una sociedad justa y democrática, yo escupo sobre vuestra justicia y vuestra democracia. Pero no me escaqueo de mi parte de culpa, yo formo parte de esa sociedad que consume ferozmente y evita enfrentarse a la realidad de nuestro mundo. Todos lo hacemos, y seguimos tragando mierda y dejando que nuestros políticos y sindicatos (cada día cuesta más diferenciarlos) no hagan nada, no sea que disgusten a los dueños que les dan de comer.
La terrible condena a la que sometemos a esos millones de niños y niñas tiene muchas caras. Están los niños que fabrican juguetes en China para grandes marcas como Hasbro, Mattel o Disney; durante doce o quince horas al día para que nuestros hijos tengan su justa recompensa por haber sido buenos chicos. También tenemos a niños africanos, sudamericanos e indios trabajando en las minas pagando las deudas de sus familias para que cuando queramos podamos cambiarnos el móvil que nos compramos tres meses atrás. Se calcula que hay unos 130 millones de niños trabajando en los campos a cambio de comida repartidos por todo el mundo, por ejemplo recogiendo cacao en el África occidental para multinacionales como Nestlé. Cientos de miles trabajan en talleres de confección en Asia para que podamos renovar nuestro vestuario cada nueva temporada. La esclavitud infantil representa el 10% de la fuerza laboral mundial, mientras en esos mismos países el paro adulto aumenta de manera vertiginosa. Da asco cómo las grandes multinacionales se escudan hablando de trabajo infantil en lugar de esclavitud, por si fuera poco se atreven a asegurar que es mejor que los niños trabajen puesto que de otra forma se morirían de hambre. Así es, los gurús de nuestra democrática sociedad prefieren que los niños trabajen para que no mueran, porque lo de ser felices, ir a la escuela, tener una vivienda digna y una familia a su alrededor al parecer no es bueno o, por lo menos no para esos niños, porque no me imagino a la descendencia de los ejecutivos de las grandes empresas yendo a recoger algodón en lugar de asistir a sus internados privados.
Todos somos culpables de la situación, nos dejamos seducir por la ilusión de felicidad consumista y lo queremos todo lo más rápido y barato posible y claro, tampoco hay tanta gente en el mundo que sea considerada consumidora de primera categoría, así que las multinacionales tienen mucha competencia y luchan por abaratar costes a cualquier precio. No hay nada más barato que los niños trabajando para sobrevivir, no exigen nada, no cuestan nada, en definitiva, no valen nada.
Pero no toda la esclavitud es laboral, todavía hay casos más sangrantes si cabe. Cientos de miles de niños son reclutados contra su voluntad para participar en guerras, arrancados de sus pueblos y separados para siempre de sus familias son obligados a matar para no morir. Por supuesto estas guerras las financiamos entre todos gracias a nuestra tolerancia con la fabricación y venta de armamento. Millones de niños y niñas son vendidos por sus familias para pagar las deudas con usureros locales, la mayoría de estos niños acaban en redes de prostitución repartidas por todo el mundo para que los putos pederastas puedan saciar su criminal deseo. Los menos afortunados de estos niños mueren a manos de carniceros que inmediatamente les extirpan los órganos para que algún inocente niño occidental pueda seguir yendo a ver los partidos de fútbol con su maravilloso papá.
Todo esto nos suena como lejano, ya se sabe que ojos que no ven... Pero no os engañéis, la esclavitud infantil está entre nosotros. Estudios recientes demuestran que hay más de dos millones de niños esclavos trabajando en el servicio doméstico en la Unión Europea y cientos de miles de niñas menores de edad siendo violadas repetidamente en multitud de prostíbulos europeos.
Las cifras hablan por sí solas. En América Latina uno de cada cinco niños de entre 5 y 14 años vive esclavizado, en África es 1 de cada 3 y en Asia 1 de cada 2 y nosotros lo permitimos y lo fomentamos con nuestra manera de vivir.
En esta sociedad democrática y justa, de cada dos niños pobres uno trabaja como esclavo a cambio de seguir viviendo un día más. El otro niño pobre simplemente sobra, el mercado no le necesita.
Debemos hacer aquello que creamos que está en nuestras manos. A nivel particular podemos informarnos sobre las empresas que alientan y permiten que los niños trabajen para vivir y no adquirir sus productos, podemos alzar la voz para que nuestros políticos nos escuchen y si no lo hacen podemos alzar la voz para largarlos de una vez por todas. Podemos exigir el fin de la economía basada en la guerra y detener la venta de armas, podemos hacer todo aquello que imaginemos si somos capaces de deshacernos de la propaganda “econo-fascista” que día a día inunda nuestras mentes a todas horas. Que cada cual actúe como crea mejor pero que actúe.
Mucha gente habla a diario de las bondades de nuestra sociedad moderna y evolucionada, de los grandes beneficios que nos ha proporcionado y la gran cantidad de servicios y productos disponibles para todos aquellos consumidores (eso es lo que somos: consumidores, no personas) dispuestos a alcanzar el estándar de vida que nos proponen. Sin embargo, nunca veo a nadie hablando de los sacrificios que hay que aceptar para tener todos esos productos imprescindibles para nuestra vida de consumo y felicidad artificial
Tal vez, uno de los sacrificios más importantes que se nos exige, y que acatamos sin rechistar, es el de la infancia. Más de 400 millones de niños en todo el mundo viven sometidos a la esclavitud, jamás en la historia de la humanidad hubo tantos esclavos como en pleno siglo XXI. Alrededor de 175 millones de estos niños son menores de cinco años, con cinco años en nuestra moderna y democrática sociedad apenas sabemos sacarnos los mocos de la nariz y estos millones de niños trabajan de sol a sol a cambio de comida y, con mucha suerte, un techo en el que refugiarse.
Si esto es vivir en una sociedad justa y democrática, yo escupo sobre vuestra justicia y vuestra democracia. Pero no me escaqueo de mi parte de culpa, yo formo parte de esa sociedad que consume ferozmente y evita enfrentarse a la realidad de nuestro mundo. Todos lo hacemos, y seguimos tragando mierda y dejando que nuestros políticos y sindicatos (cada día cuesta más diferenciarlos) no hagan nada, no sea que disgusten a los dueños que les dan de comer.
La terrible condena a la que sometemos a esos millones de niños y niñas tiene muchas caras. Están los niños que fabrican juguetes en China para grandes marcas como Hasbro, Mattel o Disney; durante doce o quince horas al día para que nuestros hijos tengan su justa recompensa por haber sido buenos chicos. También tenemos a niños africanos, sudamericanos e indios trabajando en las minas pagando las deudas de sus familias para que cuando queramos podamos cambiarnos el móvil que nos compramos tres meses atrás. Se calcula que hay unos 130 millones de niños trabajando en los campos a cambio de comida repartidos por todo el mundo, por ejemplo recogiendo cacao en el África occidental para multinacionales como Nestlé. Cientos de miles trabajan en talleres de confección en Asia para que podamos renovar nuestro vestuario cada nueva temporada. La esclavitud infantil representa el 10% de la fuerza laboral mundial, mientras en esos mismos países el paro adulto aumenta de manera vertiginosa. Da asco cómo las grandes multinacionales se escudan hablando de trabajo infantil en lugar de esclavitud, por si fuera poco se atreven a asegurar que es mejor que los niños trabajen puesto que de otra forma se morirían de hambre. Así es, los gurús de nuestra democrática sociedad prefieren que los niños trabajen para que no mueran, porque lo de ser felices, ir a la escuela, tener una vivienda digna y una familia a su alrededor al parecer no es bueno o, por lo menos no para esos niños, porque no me imagino a la descendencia de los ejecutivos de las grandes empresas yendo a recoger algodón en lugar de asistir a sus internados privados.
Todos somos culpables de la situación, nos dejamos seducir por la ilusión de felicidad consumista y lo queremos todo lo más rápido y barato posible y claro, tampoco hay tanta gente en el mundo que sea considerada consumidora de primera categoría, así que las multinacionales tienen mucha competencia y luchan por abaratar costes a cualquier precio. No hay nada más barato que los niños trabajando para sobrevivir, no exigen nada, no cuestan nada, en definitiva, no valen nada.
Pero no toda la esclavitud es laboral, todavía hay casos más sangrantes si cabe. Cientos de miles de niños son reclutados contra su voluntad para participar en guerras, arrancados de sus pueblos y separados para siempre de sus familias son obligados a matar para no morir. Por supuesto estas guerras las financiamos entre todos gracias a nuestra tolerancia con la fabricación y venta de armamento. Millones de niños y niñas son vendidos por sus familias para pagar las deudas con usureros locales, la mayoría de estos niños acaban en redes de prostitución repartidas por todo el mundo para que los putos pederastas puedan saciar su criminal deseo. Los menos afortunados de estos niños mueren a manos de carniceros que inmediatamente les extirpan los órganos para que algún inocente niño occidental pueda seguir yendo a ver los partidos de fútbol con su maravilloso papá.
Todo esto nos suena como lejano, ya se sabe que ojos que no ven... Pero no os engañéis, la esclavitud infantil está entre nosotros. Estudios recientes demuestran que hay más de dos millones de niños esclavos trabajando en el servicio doméstico en la Unión Europea y cientos de miles de niñas menores de edad siendo violadas repetidamente en multitud de prostíbulos europeos.
Las cifras hablan por sí solas. En América Latina uno de cada cinco niños de entre 5 y 14 años vive esclavizado, en África es 1 de cada 3 y en Asia 1 de cada 2 y nosotros lo permitimos y lo fomentamos con nuestra manera de vivir.
En esta sociedad democrática y justa, de cada dos niños pobres uno trabaja como esclavo a cambio de seguir viviendo un día más. El otro niño pobre simplemente sobra, el mercado no le necesita.
Debemos hacer aquello que creamos que está en nuestras manos. A nivel particular podemos informarnos sobre las empresas que alientan y permiten que los niños trabajen para vivir y no adquirir sus productos, podemos alzar la voz para que nuestros políticos nos escuchen y si no lo hacen podemos alzar la voz para largarlos de una vez por todas. Podemos exigir el fin de la economía basada en la guerra y detener la venta de armas, podemos hacer todo aquello que imaginemos si somos capaces de deshacernos de la propaganda “econo-fascista” que día a día inunda nuestras mentes a todas horas. Que cada cual actúe como crea mejor pero que actúe.
Imprimir
No hay comentarios:
Publicar un comentario