viernes, 19 de octubre de 2018

SU MIEDO, NUESTRO MIEDO

El miedo siempre está presente. Es una emoción básica y uno de los motores para bien o para mal, de las sociedades humanas.
Siempre he oído que hay que hacerlo cambiar de bando; pero el miedo está en ambos lados. Simplemente, unos tienen las armas y las herramientas para protegerse de sus miedos. Otros, nos las negamos.


El sistema basado en la acumulación de capital se tambalea, se dirige a su fin tal y como lo hemos conocido hasta ahora. No parece que nada mejor vaya a surgir de sus cenizas (al menos para nosotros). Sus dos principales fuerzas motrices se agotan y se están volviendo insuficientes para mantener la dominación capitalista.
La explotación a través del trabajo asalariado ya no sirve para mantener su tan necesaria paz social. Por muchos trabajos inútiles que inventen ya no son suficientes para emplear a toda la masa obrera existente. Además los salarios de miseria hacen inviable el mantenimiento del nivel de consumo que necesita la maquinaria capitalista para mantener su función. Esto no tiene vuelta atrás por muchas motos que pretendan venderse desde el progresismo tecno-optimista oficial.
La depredación de recursos naturales y bienes comunes en todo el planeta ha llegado a límites insostenibles literalmente y las catástrofes se suceden y seguirán haciéndolo. Nada importa si reporta beneficios.

Esto es una bomba de relojería y lo saben, lo saben desde hace mucho tiempo, tal vez desde siempre. Nosotros, apenas empezamos a intuirlo. Ambos tememos la explosión de la bomba. Pero ellos siempre han tratado de controlarla y lo consiguen una y otra vez.

A golpe de leyes, de educación, de comunicación de masas, de sistemas de representación vacíos e inocuos… Siempre consiguen retornar las aguas a su cauce consiguiendo mantener esa paz social tan importante para poder seguir impunemente acaparando toda la riqueza. Al fin y al cabo se trata de eso. Cuando todo falla, siempre quedan los golpes. Es la única manera con la que logran dominar por completo su mayor miedo: el estallido de esa falsa burbuja en la que vivimos. La violencia es su bálsamo, su derecho, así lo dictaminan sus leyes.
Saben que la quiebra de esa burbuja sólo es posible si logramos desembarazarnos de esa falta de responsabilidad que nos han inoculado a través de todo ese entramado de representantes y gestores (partidos, sindicatos, iglesia, ongs…) que se encargan de nuestras vidas con nuestra complicidad. Hemos crecido bajo la premisa de acatar las acciones que hacen en nuestro nombre y aceptarlas como nuestras. Hemos aprendido a ser espectadores de nuestras propias vidas dejando que la voz cantante la lleven ellos. Superar el actual mundo depredador y formar parte de la construcción de un mundo mejor sólo es posible si lo hacemos en primera persona, sin intermediarios que nos digan lo que hay que hacer y cuándo hay que hacerlo, dando la cara a sabiendas de que eso implica dolor y represión. Y eso, sin duda, nos da mucho miedo. Un miedo que nos atenaza y nos hace creer que vivimos mucho mejor acatando y desahogándonos en el anonimato. Deseando, en la intimidad, que la eterna promesa de un mañana mejor sea renovada una vez más y nos permita seguir sin tener que arriesgar en demasía.


Lo siento, eso ya no es posible.

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