No queda espacio para la duda. Así es imposible aprender nada y
yo no sé el resto pero a mí me resulta vital aprender. Si algo
tengo claro es que el ser humano es curioso por naturaleza. La curiosidad es la
antesala de la duda porque nos empuja a obtener respuestas, nos obliga a
indagar. Ante esas respuestas surge la duda que nos impele a una mirada crítica
para tratar de discernir entre las diferentes opciones. Se puede decir que esa curiosidad
nos lleva inevitablemente a aprender. Por tanto, aprender forma parte de
nuestro ser. Sin necesidad de caer en esencialismos, se puede decir que
aprender forma parte importante de lo humano. Pero cada día aprender está más
caro, la duda está prácticamente criminalizada. Vivimos en un mundo en que
dudar es sinónimo de quedarse fuera, de perder. Cuando todo es competición,
cuando la imagen proyectada es lo importante, la duda no tiene cabida. No
puedes mostrarte débil. Hay que saber de todo o, al menos, aparentarlo. La
ingente cantidad de ruido lanzado sobre nosotros a través de Internet y la
velocidad a la que es posible asimilar y responder a todo eso, ha creado la
ilusión de tener al alcance de la mano todo el conocimiento y la información
disponible en el mundo. Automáticamente, esto nos ha convertido en potenciales
expertos en cualquier tema por muy ajeno que éste sea a nuestra vida diaria. Y
lamentablemente, en esta sociedad de sobreexposición permanente se siente la
necesidad imperiosa de demostrarlo.
Hace años
que le escuché (si no me equivoco a Carlos Taibo) la expresión “todólogos” para
referirse a los personajes que opinaban sobre cualquier tema en los múltiples
programas televisivos de actualidad. Daban la sensación que sabían de todo y el
amplificador que suponían esos espacios televisivos reforzaba su imagen de
sabios expertos. Ingenuamente pensaba que el fenómeno de los “expertos en todo”
se reducía a ambientes muy específicos. Lugares como los bares, los mass media
y los escalafones de los partidos políticos donde habitan sus cabezas visibles…
siempre han estado repletos de gente con una necesidad imperiosa de dar su
opinión sobre todo (normalmente acompañan esta necesidad con la creencia de
estar en posesión de la verdad, por supuesto, su verdad que es la única).
Pero hace
tiempo ya, que este fenómeno se ha expandido de manera imparable alcanzando
todos los rincones de la sociedad.
No tengo
nada en contra de que la gente nos informemos, más bien al contrario, me parece
fantástico. Otra cosa bien distinta es formarse y aprender. Yendo más allá,
todavía resultaría mucho mejor tratar de establecer algún tipo de relación
entre todo esto y nuestra forma de desenvolvernos en el mundo.
Intentemos hacerlo con algún tipo de filtro
crítico y escéptico antes de dar por buena cualquier teoría o hecho y su
contrario. Incluso, debemos estar dispuestos a admitir que hay cuestiones que
nos superan (ni que sea de momento) y que por tanto no podemos tener una
opinión sólida al respecto.
Esta
proliferación de “expertos en todo” es un signo de estos tiempos. Especialmente
visible el fenómeno con la pandemia y todo lo que conlleva esta situación. No
me importa en absoluto cuando me la encuentro en reuniones familiares, en un
bar, o en el trabajo. He de admitir que incluso me divierte según
cómo sea. Pero me parece mucho más preocupante cuando me la encuentro en
ambientes alternativos donde se supone que el pensamiento crítico es algo
importante. Me resulta especialmente triste constatar que en muchas ocasiones
las personas con opiniones formadas sobre todo no hacen más que repetir
argumentaciones y discursos ajenos que ni siquiera son capaces de explicar
cuando se les pregunta. Lo sé porque seguramente leo las mismas páginas y los
mismos textos que ellos. Nadie duda, todo el mundo cree saber todo lo que tiene
que saber. No sólo eso, además se exige de los demás un claro posicionamiento.
O conmigo (por supuesto, los buenos) o contra mí. La falta de espacio para la
duda refuerza el bucle del dogma. La ortodoxia (sea en el sentido que sea y en
el campo que sea) se convierte en algo inquebrantable. Así no hay duda
perteneces a la secta o estás fuera.
Es justo en
ese momento cuando todo suele terminar, porque es entonces cuando los expertos
suelen acudir a los grandes tótems del asunto en cuestión que se esté tratando
o, directamente, a las sacrosantas palabras de los grandes gurús de la
ideología política que predomine en ese ambiente. Y claro, llegado a este punto,
admito que no me he empapado las obras completas de ningún ser humano al que se
le otorgue la autoridad máxima en cualquier –ismo. Así que una vez este dato
salta a la palestra de una u otra forma, parece ser que automáticamente me
invalida para cuestionar esos argumentos de dicho experto. En ocasiones,
incluso, me convierte en sospechoso de colaboracionismo con el enemigo,
reaccionario o pequeño burgués según de dónde venga la acusación.
En fin, hay
tantos frentes abiertos, tantas cuestiones que nos afectan de una forma brutal
y directa que resulta dificilísimo estar bien informado/formado sobre todo.
Personalmente, no lo estoy pero me niego en redondo a que eso sea un motivo
para tener que aceptar imposiciones argumentales o ideológicas. Vivimos
momentos absolutamente inciertos y sin embargo, veo a la gente en general estar
más seguro de sus creencias que nunca. Me resulta incomprensible.
Si no somos
capaces de apoyarnos y fomentar la coeducación entre nosotros, si no es posible
el debate sin miedo a ser excluido, si la capacidad de transmitir conocimiento
y experiencia sólo se utiliza para colgarse medallitas absurdas en lugar de
utilizarla para ampliar las posibilidades de revuelta, entonces todo queda
reducido a la mínima expresión y nada puede suceder más allá del pequeño grupo
de autoproclamados expertos. Seguir al pope o morir. O mejor todavía
convertirte tú mismo en predicador de tu buena nueva, esa a la que sólo tú por
una misteriosa razón tienes acceso.
Imprimir