Hace unos días, en una de esas conversaciones con amigos típicas del
verano, que se sabe cuándo empiezan pero no cuándo terminan; un buen amigo
recordaba una sentencia de su profesor de estadística el primer día de clase:
“La estadística es el arte de engañar con números”.
Y los números están por todas partes. Vivimos en un mundo donde todo se
reduce a cifras, incluso las personas. Desde que el dinero y la propiedad
privada son los pilares fundamentales del orden social, las personas nos hemos
convertido en números, en meros apuntes contables. Lo hemos aceptado e
interiorizado y dejamos que nos traten y nos usen de esta forma.
Así, la estadística se ha convertido en la forma habitual de referenciar
cualquier situación social y, por tanto, la mejor forma de mantener el espejismo
de este mundo insostenible.
Día tras día, se esgrimen estadísticas para demostrar las bondades del
modelo socioeconómico y político del que formamos parte. Vemos cómo el factor
estadístico nos dice que estamos en un momento de euforia colectiva a nivel
económico y, sin embargo, cada día están más llenos los comedores sociales, los
desahucios se multiplican, las puertas traseras de los supermercados en las que
muchos esperan el sustento que no pueden conseguir por otros medios, se
convierten en escenarios improvisados de la tragedia cotidiana de miles de
personas.
La estadística nos dice que el salario medio en España ronda los 22.000
euros anuales pero apenas conocemos a personas con esos ingresos y, sin
embargo, conocemos a muchísimos con trabajos precarios por debajo del salario
mínimo.
También nos cuentan las estadísticas las bondades del capitalismo. Una de
ellas es el aumento de la esperanza de vida a nivel global situándola por
encima de los 70 años. Sin embargo, se olvida de mencionar los 3 millones de
niños menores de 5 años que mueren de hambre cada año, es decir, seis niños por
minuto. Al parecer no todos los números valen lo mismo ni necesitan ser
conocidos ni difundidos.
Así, también en la política, vemos cómo el factor estadístico se impone al
comprobar la manera en que los partidos políticos se apropian de la
representación del pueblo por amplias mayorías al recibir vía votación el
respaldo de, en el mejor de los casos, el 15% o el 20% de la población total.
Todo son estadísticas, números que justifican acciones causantes de muertes
que, sin embargo, reflejan un supuesto bienestar social. Pero no sólo sirven
para estas justificaciones sino que la estadística tiene un uso todavía más
perverso.
El factor estadístico determina lo normal y, por tanto, establece las bases
para la norma. Esto significa que se utiliza para determinar qué principios se
imponen o se adoptan para dirigir la conducta o la correcta realización de una
acción. Así, la estadística, justifica nuevamente la imposición de criterios de
control y selección social. Esto se puede ver en cualquier ámbito de la vida.
En el ámbito de la educación, el criterio estadístico sirve para etiquetar
(con su consecuente estigmatización) a cualquier joven en función de unos
criterios establecidos única y exclusivamente para hacer prevalecer una
estratificación social y un sistema de organización social firmemente asentado
sobre la base de cada cual ocupe el lugar que tiene asignado. De esta forma, la
estadística predice, señala y confirma el destino de cada uno a través de la
constante reducción a factores numéricos de la compleja vida de cualquier
joven.
En el ámbito de la salud, el factor estadístico decide quién tiene derecho
a recibir un tratamiento y quién queda desahuciado. Determina quién debe ser
considerado como sujeto de riesgo en función de si cumple con los criterios
establecidos para actuar en consecuencia. Especialmente, en lo tocante a la
salud mental (extendido a todo ese universo de las llamadas ciencias psi) es
donde se manifiesta en toda su plenitud el factor estadístico. Permite
clasificar a todos los sujetos en categorías, muchas veces totalmente
inventadas con el único propósito de patologizarnos; la desfachatez llega al
punto en que para decidir si uno sufre alguna enfermedad de este tipo se basan
en una simple cuestión de número: si se cumplen un porcentaje aleatorio de
criterios estás o no enfermo.
También en lo social muchas veces se impone el criterio estadístico. De
esta forma se decide quién puede recibir la limosna del Estado o quién debe
acudir directamente a la caridad religiosa. Se decide quién está en riesgo o
no, o quién es apto para la vida en sociedad y quién no.
Todo se reduce a una cuestión numérica porque en eso nos hemos convertido.
Esos números nos definen, nos catalogan y nos ubican en el lugar que nos
corresponde. A través de este tratamiento estadístico se obtiene la uniformidad
social y la estratificación bien definida que todo Estado necesita para su buen
funcionamiento democrático. Es decir, que las ovejas sigan obedeciendo al
pastor y que las que no lo hagan sean tratadas como lo que son: descarriadas y,
por tanto, abocadas al ostracismo y finalmente, al matadero.
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1 comentario:
Excelente publicación , me ha gustado mucho el enfoque en general , pero especialmente cuando te refieres a los enfermos mentales , porque te puedo asegurar de buena tinta que en los psiquiátricos un 90% son diagnosticados de esquizofrenia mientras que el 10% restante de trastorno bipolar como si ya no existieran más enfermedades mentales
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