“Vivimos en el mejor de los sistemas posibles” esta sentencia
o algunas parecidas son recitadas a diario de manera directa o indirecta desde
cualquier altavoz de los utilizados para recordarnos lo afortunados que somos.
Sin embargo, yo no veo esa “fortuna” por ningún lado. En mi entorno inmediato
no consigo dar con personas satisfechas y contentas con sus vidas tal y como
debiera ser según el libro de instrucciones de las democracias avanzadas de
occidente que nos inculcan desde pequeños.
Obviamente, la culpa es nuestra. Esa es la única explicación
razonable. No sabemos adaptarnos, no somos resilientes o no seguimos al pie de
la letra las indicaciones que tan amablemente se nos brindan desde ese engendro
llamado psicología positiva que tan en boga anda en estos tiempos o,
simplemente no nos hemos topado con el coach adecuado. Cualquier explicación de
esta índole o similar es suficiente porque, de lo contrario, nos veríamos
obligados a cuestionarnos demasiadas cosas. Y, sinceramente, cada vez veo esto
más difícil porque si algo caracteriza a la ciudadanía de esta sociedad tan
perfecta es la progresiva precarización
de la mente.
Ahora que está tan de moda etiquetar la pobreza, asignándole
diversos adjetivos para rehuir hablar de la pobreza como tal, reivindico una
nueva adjetivación: la pobreza mental. Por supuesto, al igual que cualquier
otra forma que le queramos dar a la pobreza es fruto de un modo de vida y un
sistema de explotación diseñado para la acumulación de riqueza en unas pocas
manos cueste lo que cueste. Como cualquier sistema que se precie todo está
enfocado y reorientado hacia su propio beneficio que no es otro que su
conservación y perpetuación. Para ello, no duda en deformar todos los aspectos
de la vida hasta hacernos partícipes de nuestra propia decadencia y
destrucción.
Y así andamos, incapaces de darnos cuenta de que no tenemos
ningún control sobre nuestras vidas a pesar de creer que elegimos, sin
comprender que andamos atrapados en una corriente que no nos lleva a ninguna
parte, que no somos más que hojas secas arrastradas por la corriente. Una
corriente cada vez más intensa porque nosotros mismos la alimentamos con
nuestro quehacer diario. Cada acción que realizamos lleva consigo de manera
inexorable una huella ecológica, social, política… que va allanando más y más
el camino para que esa corriente pase con más fuerza y, al mismo tiempo, sea
más fácil para los que vienen detrás transitar por ese camino tantas veces
pisado. Igual de fácil que nos resulta a nosotros gracias a los que nos
precedieron. En otras palabras, cada vez necesitamos menos esfuerzo para vivir
conforme a la norma imperante y al modelo actual. No necesitamos apenas
movilizar recursos cognitivos, basta con dejar hacer y, sobre todo, dejarnos
hacer. En realidad estos recursos los utilizamos en su inmensa mayoría para
producir y consumir mercancías superfluas en trabajos inútiles, cuya única
finalidad es mantener la corriente en marcha mientras seguimos atrapados en
ella; completando un círculo vicioso que jamás permitirá satisfacer las
necesidades reales de los seres humanos puesto que la insatisfacción permanente
es imprescindible en esta cadena de despropósitos en que hemos convertido
nuestras vidas.
Esto es lo que veo cada día a mi alrededor: gente resignada
con una vida que al parecer le ha tocado como si fuera el resultado de un
sorteo. Sin cuestionar nada más allá de lo que por momentos le aleja de
mantener el ritmo de la corriente y que una vez reestablecido ese ritmo (una
vez solucionados los problemas que pudiera tener para conseguir ingresos o
techo o tratamientos médicos o lo que fuera) se sumerge plácidamente en la
corriente hasta el próximo resbalón. Si, por el contrario, estos problemas no
se solucionan siempre queda el derecho al pataleo; pero siempre en voz baja y
entre conocidos mientras crece el desprecio hacia los que se mantienen dentro
de la corriente. Y aunque cada vez este grupo va siendo mayor, seguimos sin
desviar ni un ápice de nuestra energía a tratar de revertir ese círculo vicioso
del que hablaba. En realidad tratamos con todas nuestras fuerzas de volver a
él.
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