Esta sentencia resume
perfectamente lo que cualquiera puede observar en su quehacer diario. Medios,
redes, vecinos, amigos, compañeros… todo el mundo maneja las claves de todo
tipo de información y conocimiento. Recibimos constantemente el mensaje de vivir
en una sociedad donde la información está al alcance de la mano, tenemos
millones de datos disponibles, de historias, de noticias, informes… al alcance
de un solo clic, cualquiera diría que estamos en condiciones de conocerlo todo.
A la vista de la proliferación de opinadores totales que aparecen en medios y
redes sociales, es evidente que mucha gente cree saberlo todo o, por lo menos,
todo lo necesario para ofrecer su visión del mundo y de la vida. A todo eso,
hay que añadir la credulidad imperante y el poco análisis crítico que existe
entre su audiencia (una gran mayoría) nos vemos abocados a un descorazonador
panorama que se resume en la sentencia citada en el título: lo sabemos todo,
pero no podemos nada. Y la vida sigue empeñada en demostrarnos que no somos
capaces de variar ni un ápice. Hemos interiorizado de tal manera la delegación
que ya no vemos posible una correlación entre lo que sabemos/conocemos y lo que
podemos llegar a hacer con ello. Esto nos lleva hacia un futuro más que
incierto en el que parece que sólo haya dos vías posibles: apocalipsis con todo
lo que eso implica o solucionismo.
La primera vía nos conduce al autoritarismo de manera
directa. Sea en forma de lo que se denominan ecofascismos o no, lo cierto es
que el sometimiento de las poblaciones será cada vez mayor (siempre por nuestro
propio bien, por supuesto) Sin descartar que esto suceda hasta por aclamación
popular.
La segunda vía es la que más me interesa, no porque la
comparta sino porque es la que parece imponerse en la izquierda (signifique
esta palabra lo que signifique) y los movimientos alternativos.
El solucionismo es un término acuñado en un primer momento
por Evgeny Morozov que lo define como la ideología que legitima y sanciona las
aspiraciones de abordar cualquier situación social compleja a partir de
problemas de definición clara y soluciones definitivas. En palabras de Marina
Garcés, representa un saber que no quiere hacernos mejores como personas/sociedad,
no creemos en ello porque lo sabemos todo y, a pesar de eso, no podemos o no somos capaces de hacer nada.
Esto genera un impotencia que nos lleva a desear y esperar
soluciones/privilegios aquí y ahora.
Simple y llanamente, consiste en mejorar las posibilidades de
una huida hacia adelante sin salirnos del paradigma dominante, sin abandonar
esos lugares comunes que son el crecimiento y la productividad mil veces
redefinidos y revestidos con diferentes capas pero que siempre encierran la
misma lógica: la del capital. Esta huida se ve y se seguirá viendo reflejada en
las diferentes alternativas, siempre capitalistas por
mucho que las acompañen de adjetivos tan estupendos como colaborativa, social…
a la crisis. Por eso es tan importante aportar lo que aparentemente son
soluciones definitivas, por eso existe tanto tecno-optimista. Aquellos que
creen que la tecnología solucionará todos nuestros males, aquellos que por lo
tanto, ya han renunciado a cualquier tipo de esfuerzo por tratar de revertir la
situación. Son, en definitiva, los que confían en esa utopía solucionista que nos
transportará a la humanidad (o, más bien, a los que puedan permitírselo) a un
mundo sin problemas donde los humanos podrán ser estúpidos porque la
inteligencia será una cuestión que la delegaremos en las máquinas,
procedimientos… De momento, la parte de los humanos va cumpliéndose a gran
velocidad.
Todo esto está cambiando nuestra manera de estar en el mundo.
Nos centramos en nosotros, nuestro bienestar dentro de la burbuja que nos
esforzamos en crear porque empezamos a descubrir que el presente no dura
eternamente y lo que viene después es horrible. Esto nos deja en una posición
crítica.
Esta impotencia que nos impide incidir en nuestras vidas más
allá de lo cosmético, nos aboca a una existencia en permanente combate por
seguir adelante aunque no sepamos hacia dónde porque sólo el movimiento
perpetuo nos hace sentir vivos. Lamentablemente el combate es entre nosotros.
Luchamos por sobrevivir unos contra otros. Nos convertimos en víctimas para
nosotros mismos y frente a los demás, a los que pasamos a considerar nuestros
enemigos si no son capaces de entender la gravedad de nuestra situación. Por
supuesto, nosotros somos incapaces de ver que el resto está exactamente en la
misma posición. El resultado de todo esto es que inmediatamente todos estamos
enfrentados. Así se cierra el círculo virtuoso que posibilita una desconexión
total entre iguales y, por tanto, se pierde la posibilidad de romper esta
telaraña que nos oprime, ya que sin el otro es absolutamente imposible.
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