jueves, 26 de diciembre de 2019

SELIGMAN Y LAS LUCES DE NAVIDAD

Estamos jodidos. El mundo se va a la mierda, mejor dicho, nosotros nos vamos a la mierda como especie arrasando con todo lo que encontramos a nuestro paso. Porque el mundo seguirá aquí cuando no seamos más que un recuerdo lejano en la memoria del universo.

Sin embargo, vivimos en la época de la felicidad, la felicidad por decreto. La felicidad como meta. Nuestro objetivo en la vida es procurarnos la felicidad, como si tal cosa estuviera en nuestras manos, como si esa dichosa felicidad existiera y pudiera admirarse en cualquier escaparate comercial o, simplemente, comprarse desde el sofá del salón. ¿Acaso no es así como funciona?
Hasta la ONU tiene instaurado el Día Internacional de la Felicidad (el 20 de marzo, ¿será casualidad que coincida con la llegada de la primavera?) ¿Se puede tener más poca vergüenza? La misma organización que dice estar luchando por erradicar la pobreza, el hambre y todo tipo de calamidades provocadas por las injusticias estructurales en las que se apoya la sociedad moderna (de la que la misma ONU es uno de sus mayores representantes); pretende que festejemos la felicidad mientras contemplamos las muertes de millones de seres humanos cada año auspiciadas y permitidas por los mismos que dirigen ésta y todo el resto de organizaciones que aseguran existir por y para el bien de la humanidad.
Pero claro, todo está en ti. Si tú eres feliz que más dará el resto.

Seligman, uno de los padres de la psicología positiva tan en boga en la última década y que tanto daño ha hecho y sigue haciendo, afirmaba haber encontrado la fórmula de la felicidad. Nada más y nada menos. Todo muy científico para que la gente lo creamos a pies juntillas y no reparemos en las donaciones millonarias que alentaron la creación de dicha corriente psicológica y su posterior encumbramiento.
Como decía, Seligman definió la “auténtica felicidad” de la siguiente manera: la Felicidad es la suma de nuestra herencia genética, nuestros actos voluntarios y nuestras circunstancias. Por circunstancias se refería al entorno vital (nivel socio-económico y educativo, situación laboral, entorno familiar, lugar donde vivimos…) A todo esto le adjudicaba un peso del 10% dentro de la ecuación. A nuestros actos voluntarios un 40%, y a la herencia genética el 50% restante.
Así que… ¡Tantachán! Se obró la magia. A poco que tu genética te haya tratado bien, resulta que la felicidad está en tus manos, en tus actos voluntarios. Ya sabes, si estás jodido es porque TÚ quieres.
Los gobernantes lo entendieron rápidamente. En muchos de los Estados modernos, los tratados constitucionales explicitan que el Gobierno y toda su maquinaría tienen como deber último trabajar por la felicidad de sus ciudadanos (o por su bienestar como se indica en las Constituciones más recientes). Si el objetivo es ser feliz y el Estado está aquí para garantizarlo, lo único que deben procurar es alentarte y convencerte de que tú puedes. Para qué legislar asegurando unas condiciones materiales dignas, para qué procurar un mundo con justicia y libertad si, simplemente, basta con propagar la buena nueva: ser feliz es fácil, está en tus manos, no busques excusas en nosotros.

Así que ya sabes, embelésate con las luces, sé feliz en tu burbuja y no mires atrás… así todo irá bien. 
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