Estamos jodidos. El mundo se va a la mierda, mejor dicho,
nosotros nos vamos a la mierda como especie arrasando con todo lo que
encontramos a nuestro paso. Porque el mundo seguirá aquí cuando no seamos más
que un recuerdo lejano en la memoria del universo.
Sin embargo, vivimos en la época de la felicidad, la
felicidad por decreto. La felicidad como meta. Nuestro objetivo en la vida es
procurarnos la felicidad, como si tal cosa estuviera en nuestras manos, como si
esa dichosa felicidad existiera y pudiera admirarse en cualquier escaparate
comercial o, simplemente, comprarse desde el sofá del salón. ¿Acaso no es así
como funciona?
Hasta la ONU tiene instaurado el Día Internacional de la
Felicidad (el 20 de marzo, ¿será casualidad que coincida con la llegada de la
primavera?) ¿Se puede tener más poca vergüenza? La misma organización que dice
estar luchando por erradicar la pobreza, el hambre y todo tipo de calamidades
provocadas por las injusticias estructurales en las que se apoya la sociedad
moderna (de la que la misma ONU es uno de sus mayores representantes); pretende
que festejemos la felicidad mientras contemplamos las muertes de millones de
seres humanos cada año auspiciadas y permitidas por los mismos que dirigen ésta
y todo el resto de organizaciones que aseguran existir por y para el bien de la
humanidad.
Pero claro, todo está en ti. Si tú eres feliz que más dará el
resto.
Seligman, uno de los padres de la psicología positiva tan en
boga en la última década y que tanto daño ha hecho y sigue haciendo, afirmaba
haber encontrado la fórmula de la felicidad. Nada más y nada menos. Todo muy
científico para que la gente lo creamos a pies juntillas y no reparemos en las
donaciones millonarias que alentaron la creación de dicha corriente psicológica
y su posterior encumbramiento.
Como decía, Seligman definió la “auténtica felicidad” de la
siguiente manera: la Felicidad es la suma de nuestra herencia genética,
nuestros actos voluntarios y nuestras circunstancias. Por circunstancias se
refería al entorno vital (nivel socio-económico y educativo, situación laboral,
entorno familiar, lugar donde vivimos…) A todo esto le adjudicaba un peso del
10% dentro de la ecuación. A nuestros actos voluntarios un 40%, y a la herencia
genética el 50% restante.
Así que… ¡Tantachán! Se obró la magia. A poco que tu genética
te haya tratado bien, resulta que la felicidad está en tus manos, en tus actos
voluntarios. Ya sabes, si estás jodido es porque TÚ quieres.
Los gobernantes lo entendieron rápidamente. En muchos de los
Estados modernos, los tratados constitucionales explicitan que el Gobierno y
toda su maquinaría tienen como deber último trabajar por la felicidad de sus
ciudadanos (o por su bienestar como se indica en las Constituciones más recientes).
Si el objetivo es ser feliz y el Estado está aquí para garantizarlo, lo único
que deben procurar es alentarte y convencerte de que tú puedes. Para qué
legislar asegurando unas condiciones materiales dignas, para qué procurar un
mundo con justicia y libertad si, simplemente, basta con propagar la buena
nueva: ser feliz es fácil, está en tus manos, no busques excusas en nosotros.
Así que ya sabes, embelésate con las luces, sé feliz en tu
burbuja y no mires atrás… así todo irá bien.
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