Sólo cuando te detienes,
ni que sea por un breve periodo de tiempo, y consigues apearte del ritmo
habitual de una vida que se empeña en ir a toda velocidad, tienes la
oportunidad de saborear y hasta casi entender muchas de las sensaciones que
experimentas a diario y van conformando tu experiencia vital.
Me puedo detener porque no
trabajo durante unos días, vacaciones. Me puedo detener porque por fin todos
estamos en casa sin atender a más cuestiones que a las que nosotros queramos;
moviéndonos, viviendo al ritmo que nos marcamos, desacompasados de la métrica
habitual que nos acelera hasta hacernos perder el sentido de la realidad.
Estos pequeños oasis en el
tiempo vienen a corroborar algo en lo que siempre he creído. El trabajo, la
ocupación, esa ansia por mantenernos activos (más allá de satisfacer las
necesidades que lamentablemente sólo podemos realizar a través del salario o su
equivalente), es el verdadero enemigo de cada uno de nosotros. Esa centralidad
del trabajo que se ha impuesto y que hemos aceptado en nuestras vidas. Ese
seguimiento ciego del precepto religioso del “ganarás el pan con el sudor de tu
frente”… Como si la vida hubiera que ganársela, como si no fuera suficiente con
estar aquí para vivir, ha permitido que, durante muchísimos años, cada vez un
número mayor de seres humanos hayan renunciado a enfrentarse a la pesada carga
del sentido y de la libertad humana.
Así es como estas
cuestiones se han ido convirtiendo en abstracciones cada vez más alejadas de
nuestra realidad hasta prácticamente desaparecer de nuestro horizonte
intelectual y transformar sus significados en nuestro vocabulario habitual. Y
como siempre sucede, lo que no se nombra, no se piensa y lo que no se piensa,
no existe.
El camino ha quedado bien
abonado para que crezca la semilla de una sociedad abúlica, incapaz de ejercer
como tal y formada por seres con una falta absoluta de capacidad para, si
quiera, imaginar una vida diferente. Y los pocos que sueñan con hacerlo (y los
menos que tratan de vivir ese sueño) son considerados por sus propios
congéneres como peligrosos y, por supuesto, unos completos vagos que no aportan
nada al bien común. Esos mismos son los que idolatran a los héroes modernos, en
su mayoría verdaderos parásitos sociales, y adoran a una clase dirigente que
vive alejada del mundanal ruido defendiendo unos intereses ajenos a los de sus admiradores.
Cuando te detienes, puedes
observar y reflexionar sobre ello. Sobre todo, puedes observarte y hasta tener
el valor de reconocer que no te reconoces en tu forma de vivir. Puedes
conversar, pensar, planear, soñar, tomar decisiones, amar… todo acciones
consideradas peligrosas para el buen funcionamiento social. Por eso necesitan
que no nos detengamos, que no tengamos tiempo de parar. Trabajar (sea en un
empleo o en su búsqueda) es lo que debe hacerse hasta que nuestras reservas
físicas y mentales queden bien diezmadas y ya no podamos ofrecer beneficios. A
partir de ahí, pasar lo más desapercibidos posible y, a poder ser, no tardar
mucho en morir no sea que resultemos una carga demasiado pesada para la
sociedad. Esa es la vida de un buen ciudadano, un buen hombre. Ese es el
sentido de nuestra existencia para el mundo en el que vivimos.
Por eso detenerse es malo,
porque ofrece la oportunidad de empezar a vislumbrar otros mundos, otros
sentidos de la vida.
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3 comentarios:
Excelente reflexión,sigue así Raul.
Gracias Vicente.
Que bien lo expresas!lastima que la gente solo lo reduce al sueño de la poca posibilidad de que les toque una primitiva o la loteria en vez de luchar por la libertad de no estar atados a bancos ... no pienses y trabaja hasta que te mueras tu deuda por vivir debes pagarla
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