lunes, 27 de agosto de 2018

SÓLO CUANDO TE DETIENES…

Sólo cuando te detienes, ni que sea por un breve periodo de tiempo, y consigues apearte del ritmo habitual de una vida que se empeña en ir a toda velocidad, tienes la oportunidad de saborear y hasta casi entender muchas de las sensaciones que experimentas a diario y van conformando tu experiencia vital.


Me puedo detener porque no trabajo durante unos días, vacaciones. Me puedo detener porque por fin todos estamos en casa sin atender a más cuestiones que a las que nosotros queramos; moviéndonos, viviendo al ritmo que nos marcamos, desacompasados de la métrica habitual que nos acelera hasta hacernos perder el sentido de la realidad.

Estos pequeños oasis en el tiempo vienen a corroborar algo en lo que siempre he creído. El trabajo, la ocupación, esa ansia por mantenernos activos (más allá de satisfacer las necesidades que lamentablemente sólo podemos realizar a través del salario o su equivalente), es el verdadero enemigo de cada uno de nosotros. Esa centralidad del trabajo que se ha impuesto y que hemos aceptado en nuestras vidas. Ese seguimiento ciego del precepto religioso del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”… Como si la vida hubiera que ganársela, como si no fuera suficiente con estar aquí para vivir, ha permitido que, durante muchísimos años, cada vez un número mayor de seres humanos hayan renunciado a enfrentarse a la pesada carga del sentido y de la libertad humana.

Así es como estas cuestiones se han ido convirtiendo en abstracciones cada vez más alejadas de nuestra realidad hasta prácticamente desaparecer de nuestro horizonte intelectual y transformar sus significados en nuestro vocabulario habitual. Y como siempre sucede, lo que no se nombra, no se piensa y lo que no se piensa, no existe.

El camino ha quedado bien abonado para que crezca la semilla de una sociedad abúlica, incapaz de ejercer como tal y formada por seres con una falta absoluta de capacidad para, si quiera, imaginar una vida diferente. Y los pocos que sueñan con hacerlo (y los menos que tratan de vivir ese sueño) son considerados por sus propios congéneres como peligrosos y, por supuesto, unos completos vagos que no aportan nada al bien común. Esos mismos son los que idolatran a los héroes modernos, en su mayoría verdaderos parásitos sociales, y adoran a una clase dirigente que vive alejada del mundanal ruido defendiendo unos intereses ajenos a los de sus admiradores.

Cuando te detienes, puedes observar y reflexionar sobre ello. Sobre todo, puedes observarte y hasta tener el valor de reconocer que no te reconoces en tu forma de vivir. Puedes conversar, pensar, planear, soñar, tomar decisiones, amar… todo acciones consideradas peligrosas para el buen funcionamiento social. Por eso necesitan que no nos detengamos, que no tengamos tiempo de parar. Trabajar (sea en un empleo o en su búsqueda) es lo que debe hacerse hasta que nuestras reservas físicas y mentales queden bien diezmadas y ya no podamos ofrecer beneficios. A partir de ahí, pasar lo más desapercibidos posible y, a poder ser, no tardar mucho en morir no sea que resultemos una carga demasiado pesada para la sociedad. Esa es la vida de un buen ciudadano, un buen hombre. Ese es el sentido de nuestra existencia para el mundo en el que vivimos.


Por eso detenerse es malo, porque ofrece la oportunidad de empezar a vislumbrar otros mundos, otros sentidos de la vida.
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3 comentarios:

https://accounts.google.com/SignOutOptions?hl=es&continue=https://www.blogger.com/switch-profile.do&service=blogger dijo...

Excelente reflexión,sigue así Raul.

Quebrantando el Silencio dijo...

Gracias Vicente.

jotake dijo...

Que bien lo expresas!lastima que la gente solo lo reduce al sueño de la poca posibilidad de que les toque una primitiva o la loteria en vez de luchar por la libertad de no estar atados a bancos ... no pienses y trabaja hasta que te mueras tu deuda por vivir debes pagarla