Entró en vigor la ley mordaza; aunque de
manera encubierta lleve activa desde antes incluso de que ningún político se
atreviera a formularla. Es una vuelta de tuerca más que considerable en la
escalada dictatorial en la que andamos envueltos. Parece que definitivamente
los tiempos de la zanahoria han pasado y se impone el palo como método de
gobierno. Y esta vez, no sólo la gente comprometida y militante es la que se
arriesga a sufrir todo el peso del aparato represivo, sino que cualquiera puede
ser la víctima, especialmente esa especie tan desarrollada en los últimos años
que centra su espíritu de lucha en el salón de su casa sentada frente al
ordenador.
Cuando hablamos del palo y la zanahoria nos referimos a
la típica forma en que las élites
ejercen el poder sobre el común de la humanidad. El ejercicio del Poder exige
la coerción física (o su amenaza) y la manipulación psicológica. Con el
despliegue del aparato represivo (policial, judicial, carcelario...) se ejerce
una presión directa e inmediata sobre toda aquella persona considerada
peligrosa para el orden social establecido y que además se atreve a demostrar
su disconformidad de manera pública a través de sus actos. La coerción no es
sólo a nivel físico (y eso que España es una de esas democracias donde la
tortura y la violación de los derechos humanos están a la orden del día, tal y
como saben todos aquellos que la sufren y tal y como lo denuncian organismos
tan poco revolucionarios como Amnistía Internacional).
Otro nivel importante de coerción es el económico. Cada
vez se apela más a la sanción económica como método para persuadir a todos
aquellos que creen que tienen algo que conservar de que la protesta y la
disidencia es un camino que conduce directamente a la desposesión y, por tanto,
a la exclusión del sistema y aunque parezca paradójico esto frena a muchísima
gente cuando parecería razonable vivir excluido de esta locura. Además de todo
esto, tenemos la coerción psicológica que tiene muchas aristas pero que sin
duda las políticas de dispersión en las cárceles son un claro exponente del
inmenso daño que inflingen tanto a los presos como a sus allegados. Podríamos
seguir enumerando situaciones donde los llamados ciudadanos libres (eso se
supone que somos) nos vemos sometidos por la acción del palo, sin embargo, creo
que todos las conocemos sobradamente.
Por otro lado, tenemos la zanahoria. Porque al poder le
interesa una población sumisa pero contenta y agradecida por el tipo de vida
que lleva. Así tenemos que para garantizar el control social se necesita
ejercer la fuerza pero también desarrollar la persuasión. La persuasión es otra
manera de denominar al adoctrinamiento pero con pequeñas diferencias, ya que la
persuasión se consigue colonizando el imaginario colectivo. Poco a poco a
través de la educación, los medios de desinformación, los espectáculos de masas
y la cultura prefabricada se van imponiendo unos presupuestos básicos que
acotan el mundo adaptándolo a las necesidades de las élites. Esta constante
persuasión hace que vayamos construyendo un personaje que nada tiene que ver
con nosotros pero que acaba dominando nuestra vida, porque la necesidad de
adaptación a las exigencias del sistema hace que acabemos identificándonos,
exclusivamente, con nuestra máscara social, necesaria para la supervivencia.
Con ello se genera un vacío interior, se aniquila la propia vida y tratamos,
entonces, de generar nuevas realidades a través de redes sociales cibernéticas
o cualquier otro sucedáneo. Así la despersonalización queda consumada.
Lamentablemente esto se extiende también entre los que se
consideran alternativos o contrarios al modelo social vigente. La persuasión
que ejerce el Poder es tan intensa que parece imposible siquiera imaginar
alternativas fuera del orden establecido. Alternativas que no conlleven en su
misma génesis la fiebre economicista que todo lo envuelve o que no dependan del
criterio infalible de unos cuantos elegidos, son rechazadas por la mayoría de
contestatarios al calificarlas de utópicas. Todo las opciones quedan
restringidas al marco teórico que el propio sistema nos ofrece. En
consecuencia, nada de todo esto puede superar ese marco, nada nacido bajo las
mismas premisas que rigen el sistema puede acabar con ese Poder establecido y
ejercido, independientemente de la forma que adopte cada Estado.
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1 comentario:
Hola Javier
¿Algo más que añadir? ¿Nos conocemos o lo deduces del escrito? En fin, creer es fácil así que adelante, sigue creyendo.
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