Desde la entrada en vigor de la ley Mordaza, el término desobediencia ha
recobrado fuerza y está inundando el imaginario colectivo, especialmente, a
través de la red (como casi siempre en estos tiempos de virtualidad). En
concreto, parece recuperarse el concepto de desobediencia civil que popularizó
Thoreau en su famoso ensayo. A saber, el no acatamiento de aquellas leyes
consideradas contrarias a la justicia, es decir, injustas.
Además asumía que la no cooperación con lo que él denominaba el mal, que no
era otra cosa mas que el gobierno, era un deber moral. Más tarde Martin Luther
King añadió a esto que también era un deber moral cooperar con todo aquello que
consideraba justo, esto último parece caer siempre en el olvido entre los que
tenemos la tendencia al manifestódromo y los que hacen revoluciones a través de
redes sociales.
Es muy importante en este sentido recordar la enorme diferencia que existe
entre la justicia y la legalidad. Este tema estoy seguro que daría para debates
y escritos interminables pero que aquí reduzco a una sencilla cuestión: ¿Es
justo todo lo legal o es legal todo lo
que consideramos justo? La justicia se define como un principio moral que
inclina a hacer respetando la verdad y dando y recibiendo cada uno lo que le
corresponde. Por el contrario, la legalidad es el marco de referencia
establecido por el poder imperante para la convivencia social. No hace falta
ponernos técnicos para darnos cuenta de que una cosa son las leyes y otra lo
que cada uno considera justo. De hecho, hay cantidad de ejemplos activos en
nuestro entorno de desobediencia hacia leyes consideradas injustas, entre los
que me gustan especialmente todo lo concerniente al antimilitarismo (la insumisión
en su día o las campañas actuales de denuncia y objeción fiscal), al llamado
derecho a la vivienda (el movimiento okupa, las asambleas vecinales...) y
tantos otros relacionados con temas tan dispares como la educación, las
migraciones, los impuestos, los transportes…
La desobediencia civil es una práctica imprescindible para mantener una
mínima cordura dentro de un sistema tan demente como éste en el que vivimos.
Sin embargo, son necesarias más desobediencias, no sólo la referida a las
leyes injustas. Es imprescindible empezar a cuestionar y desobedecer en lo
individual todas aquellas servidumbres que nos imponen y que venimos
arrastrando durante tanto tiempo y que tanto ayudan a mantener el orden
establecido.
Desobedezcamos esa ley grabada a fuego que nos dice que la vida hay que
ganársela y que la forma de hacerlo es a través del salario. Jamás podremos
desarrollar nuestro potencial ni podremos construir una sociedad justa si la
vida de cada uno depende de la oportunidad de obtener un salario y, sobre todo,
depende de que alguien crea conveniente pagar un salario. Desterremos el dogma
economicista que nos ha absorbido totalmente y hace que cualquier proyecto,
cualquier acción se mida en función de si es factible económicamente.
Desobedezcamos esa moral capitalista que permite que millones de personas mueran
de hambre y padezcan guerras diseñadas y perpetradas por las grandes
corporaciones en connivencia con los Estados pero que condena y reprime
cualquier intento de protesta.
Desobedezcamos el mantra del consumismo. Nunca seremos felices a través del
consumo por mucho que sus maravillosos medios de propaganda nos lo hagan creer.
Eso no pasará simple y llanamente porque no es posible, porque está diseñado
para todo lo contrario: para mantenernos es la más absoluta de las
infelicidades y de las impotencias a través de la continua inoculación del
deseo de alcanzar algo mejor (que por supuesto se sabe que es mejor porque es
más caro) mezclado con la obsolescencia programada con la que se produce
cualquier artículo.
Desobedezcamos la imposición del ritmo, del tiempo a la que estamos
sometidos. Tenemos el horario de nuestras vidas prediseñado: tantas horas para
trabajar, tantas para consumir, tantas para descansar... y siempre de tal
manera que nos parezca imposible el poder realizar algo, cualquier cosa que no
esté marcada en ese horario. Eso sí, nos conceden nuestro tiempo de asueto y
amablemente nos indican cómo debe ser nuestro ocio y dónde debemos pasarlo.
Desobedezcamos sus patrones culturales prefabricados y sus modas que nos
conminan a vivir de una forma totalmente ajena a lo que nuestra forma de ser y
sentir nos indica. Que nos homogeniza a partir de la falsa ilusión de que somos
absolutamente diferentes al resto gracias a seguir determinados patrones y no
otros.
Deberíamos hablar y, sobre todo, practicar las desobediencias en plural,
empezando por las más personales hasta llegar a las colectivas porque oponernos
a lo injusto es el primer paso, pero necesitamos seguir avanzando para poder
colaborar y construir aquello que consideramos justo, pero no para nosotros
solos sino para todos.
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2 comentarios:
Es tan fácil adesobedecer... para empezar, reduce gastos al mínimo y como consecuencia menor consumo. Cerrar tv . Usar móvil hasta que se rompa. Reciclarlos para no comprar o hacerlo de 2mano. Ropa, ídem. Si te mandan, acepta la. Muebles de los que tiran los jueves en las calles. No tirar comida ni dejar qye se pudra en el freezer. Los yogures no caducan, ni la leche. Hacer observa con fruta sobrante. Reducir el consumo de agua. No pisar los centros comerciales. Preparar termos con bebidas frías o calientes y tomar los espacios públicos compartiendo. Hablar con los vecinos y crear ayuda mutua.
Tantas cosas...
Hola Empe
Es cierto que hay muchas cosas por hacer, aunque casi todo lo que comentas se refiere al consumo que si bien es muy importante no es exclusivamente el único terreno en el que la desobediencia es imprescindible. por supuesto, empezar por lo que propones sería un gran paso adelante.
Saludos y gracias por la visita y la aportación.
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