A medida que las crisis se suceden y los Estados del
Bienestar se van desmoronando, van dejando al descubierto sus innumerables
fraudes y estafas. Esto deja vislumbrar un futuro (espero que no muy lejano)
enfrentamiento entre los que, a pesar de todo, prefieren la falsa seguridad del
orden establecido y los que comprenden o empiezan a intuir que la vida es otra
cosa y, por tanto, debe discurrir por otros cauces todavía por construir.
De nuevo estamos en medio de una crisis, sanitaria esta vez. Sin
duda, terrible pero no más que cualquiera de las que ya han pasado o de las que
están por llegar. En esta crisis hay muchas víctimas, demasiadas. Las primeras
y las más dolorosas, los fallecidos y el rastro de dolor que dejan en sus seres
queridos. Pero también todos aquellos que caminaban sobre la línea fina de la
supervivencia y que, una vez más, se ven empujados a la miseria y a depender de
la solidaridad/caridad para seguir a flote y no perder el rastro de la vida.
La crisis se ha convertido en el estado natural de la
sociedad en los últimos tiempos. Su gestión, en la manera habitual de gobernar.
Vivimos en un estado de excepción permanente porque este orden social no tiene
otra forma de mantenerse mas que gestionando la miseria, producto de la crisis
permanente que representa el Capitalismo.
Un aspecto fundamental de esta crisis permanente tiene que
ver con el trabajo. Esto lo estamos viendo en la actualidad con una buena parte
del trabajo suspendido y, por consiguiente, cientos de miles de personas
expulsadas de sus puestos de trabajo y otras tantas impedidas para hacerlo de
manera informal (puesto que ya habían sido expulsadas del mercado con
anterioridad o jamás se les ha permitido ingresar en él). Esto no es algo exclusivo
del momento actual.
Desde hace décadas se viene advirtiendo de la progresiva
pérdida de empleos debida a diversos factores. Esto ha llevado la proliferación de un cada vez mayor número
de empleos sin finalidad alguna y a la precarización de la inmensa mayoría de
puestos de trabajo y, por ende, la vida de millones de personas. El trabajo se
ha desligado de la necesidad de producir mercancías (más o menos necesarias). Hoy
en día, tiene más que ver con las necesidades político-ideológicas de tener el
máximo posible de consumidores disponibles. En definitiva, se trata de mantener
a flote, cueste lo que cueste, el orden basado en el trabajo.
Aquí está la clave, el orden del trabajo es el orden del
mundo. La nefasta necesidad de “ganarse la vida” está en la base de un mundo
jerarquizado donde trabajo o muerte (física, social, moral) es la única
disyuntiva para millones de seres humanos.
No hay alternativas, prácticamente todas las posiciones políticas
han puesto la idea del trabajo en su centro teórico hasta convertirlo en una
especie de destino natural del ser humano. Ahora, de nuevo golpea la crisis y de nuevo se legisla en favor de
los favorecidos, de los que nunca dejan de ganar. Oleadas de despidos se
suceden por todos lados por mucho que digan los políticos de distinto pelaje. Otra
vez vamos a pagar los mismos, los que pagamos siempre, los que nunca dejamos de
hacerlo.
Nos estamos convirtiendo en una sociedad de trabajadores sin
trabajo. Y eso nos convierte en prescindibles, como bien saben desde hace
muchos años millones de personas alrededor del globo.
Vivimos tiempos de inmediatez, sin embargo, puede ser el
momento de vislumbrar otros órdenes del mundo porque más pronto que tarde el
orden del trabajo ya no será válido y ahí, justo entonces, existirá una
oportunidad para ese enfrentamiento del que hablaba entre los que desean las
seguridad del Orden vigente y los que no. Más vale estar preparados para cuando
debamos elegir. No nos podemos permitir el lujo de equivocarnos de bando, otra
vez no.
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