A todas horas aparece la
libertad en boca de políticos, periodistas y demás personal que nos machaca a
diario desde todos los altavoces habidos y por haber. También desde lo
alternativo, desde lo antisistema se reclama el concepto como cuestión central.
Todo se hace o se dice en nombre de la libertad, de su libertad. De la que
significa elegir, tener opciones, hacer uso de eso que llaman libre albedrío.
Eso es lo que nos hacen creer, lo que han conseguido que creamos, sin más. Sin
cuestionar si eso es posible o no. Sin darnos cuenta de que eso carga todo lo
que sucede sobre nuestros hombros, como si viviéramos en pequeños
compartimentos estancos y nuestras vidas fueran una obra exclusiva de nuestras
decisiones.
La libertad que
defienden se asocia a un objeto deseable útil a la sociedad: libertad de
consumir, de poseer, de disponer de bienes materiales, libertad de conformarse
al modelo de consumidor ensalzado por los sistemas publicitarios y
promocionales; libertad de comprar una conducta, valores o un modo de
presentarse al otro, y así se nos propone: ya listo para usar, por la ideología
dominante y transmitida por lo que se ha dejado de llamar propaganda para
convertirse en publicidad. La libertad se reduce entonces, a la posibilidad de
inscribirse en una lógica mimética, de participar en la carrera en la que todo
el mundo aspira a ascender a los niveles superiores de la escala social que
propone el mundo mercantil.
Querer la
libertad que ofrece este sistema induce a inscribirse en el movimiento gregario
y supone no tener que obligarse a reflexionar, analizar, comprender, pensar; es
decir, ahorrarse todo esfuerzo crítico propio, pues basta con obedecer.
Y así andamos, incapaces
de darnos cuenta de que no tenemos ningún control sobre nuestras vidas a pesar
de creer que elegimos, sin comprender que andamos atrapados en una corriente
que no nos lleva a ninguna parte, que no somos más que hojas secas arrastradas
por la corriente. Una corriente cada vez más intensa porque nosotros mismos la
alimentamos con nuestro quehacer diario. Cada acción que realizamos lleva
consigo de manera inexorable una huella ecológica, social, política… que va
allanando más y más el camino para que esa corriente pase con más fuerza y, al
mismo tiempo, sea más fácil para los que vienen detrás transitar por ese camino
tantas veces pisado. Igual de fácil que nos resulta a nosotros gracias a los
que nos precedieron. En otras palabras, cada vez necesitamos menos esfuerzo
para vivir conforme a la norma imperante y al modelo actual. No necesitamos
apenas movilizar recursos cognitivos, basta con dejar hacer y, sobre todo,
dejarnos hacer. En realidad estos recursos los utilizamos en su inmensa mayoría
para producir y consumir mercancías superfluas en trabajos inútiles, cuya única
finalidad es mantener la corriente en marcha mientras seguimos atrapados en
ella; completando un círculo vicioso que jamás permitirá satisfacer las
necesidades reales de los seres humanos puesto que la insatisfacción permanente
es imprescindible en esta cadena de despropósitos en que hemos convertido
nuestras vidas.
Pero más allá de
todo esto hay infinitud de conceptos, situaciones, prácticas asociadas a ese
concepto llamado libertad. Libertad también es pensar por uno mismo, inventar, amar
sin reservas, establecer planos de igualdad, coherencia y muchísimas otras
cosas que exigen un esfuerzo y una constancia muy difíciles de sostener en un
mundo en que todo se ha concebido para mantener muy limitado el espíritu
crítico y la acción sincera. Es en este segundo plano, el de la acción sincera,
donde la lucha se hace necesariamente personal e intransferible, donde no sirve
más conciencia que la propia y donde está la verdadera batalla. Sin una
victoria en este plano, cualquier cambio, cualquier revolución se antoja
imposible. Pero todos los significados que queramos atribuirle a la libertad se
dan siempre en un contexto, en un marco totalmente ajeno a nosotros, en el que
no hemos participado de su creación de ninguna manera porque hhemos perdido la
capacidad de imaginar, la facultad de soñar se nos ha extirpado a fuerza de ir
reduciendo el marco dentro del cual somos capaces de pensar. El esquema mental
del capitalismo se ha impuesto y queda lejos cualquier concepción de sociedad
que no se base en la propiedad, en el salario, en la obtención de algún tipo de
beneficio. Sin embargo, justo ese es el camino que nos está conduciendo al
desastre a nivel planetario. Nuestras habilidades creativas fuera de los
márgenes están atrofiadas, han sido inutilizadas. Por tanto, no podemos más que
elegir el sentido en que vamos a seguir reproduciendo los viejos esquemas.
Puede que con nuevas formas pero, desde luego, con los mismos fondos de
siempre. Hemos perdido la capacidad de crear imposibles, de crear lo utópico.
No estoy seguro de cómo ni cuándo pero el oportunismo y el cinismo se han
impuesto como rasgos definitorios del sujeto actual. Son valores en alza en una
sociedad de consumidores exacerbados. El cinismo es imprescindible para
sobrellevar la perpetua insatisfacción de este tipo de vida en la que es
imposible alcanzar la plena satisfacción de unas necesidades (cada vez, más y
mayores) que constantemente se van alejando de nosotros mismos. Una vida con
una precariedad emocional derivada de esta insaciabilidad y de lo volubles que
resultan los deseos de cada cual ante la avalancha de imaginería que se nos
viene encima a diario. Desde los medios de comunicación pasando por la ciudad
escaparate y por cualquier otro canal presente en nuestras vidas. El
oportunismo es la cualidad básica que se esconde detrás de todos esos mantras
actuales tales como el emprendimiento, la resiliencia y demás artefactos
creados para que soportes de manera efectiva los embates que te va dando la
vida mientras esperas tu momento, la oportunidad para pasar por encima de todos
sin mirar atrás, para encaramarte en esa escalera social por la que anhelas
ascender aunque para ti, como para la mayoría, sus escalones son infranqueables
y fabricados de un material altamente escurridizo.
Hay que
recuperar la utopía como fuerza que guía nuestro imaginario. Debemos hacer
frente a esa enfermedad llamada pragmatismo que tanto daño hace a cualquier
intento de transformación, que inevitablemente conduce a la filosofía del mal
menor y al apuntalamiento de aquello que queremos transformar.
Es necesario
leer, escribir, hablar, recuperar las palabras que representan los conceptos
que nos mueven. Si no usamos las palabras, dejaremos pensarlas y si eso sucede
ya no las podremos sentir. Y eso es el final, porque si algo no nos conmueve,
no nos interpela; simplemente desaparece de nuestra vida. Pero al mismo tiempo
hay que construir en la vida diaria, sin descanso. Cada vez es más urgente. La
emergencia aumenta por momentos, la situación requiere recuperar la utopía
frente al desastre que vivimos y frente al que nos está esperando a la vuelta
de la esquina.
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2 comentarios:
Creo que "aceptar" se ajusta más a lo que quieres decir. Somos muchos los que coincidimos que en este sistema no se encuentra la Libertad. Ni de los humanos como sociedad, ni de las personas.
"Querer la libertad que ofrece este sistema induce a inscribirse en el movimiento gregario y supone no tener que obligarse a reflexionar, analizar, comprender, pensar; es decir, ahorrarse todo esfuerzo crítico propio, pues basta con obedecer".
Hola, Juan. Probablemente tengas razón. Aceptar más que querer aunque utilizar el aceptar, en mi opinión, implicaría ser consciente de lo que significa esa libertad. Y en muchos casos no estoyseguro de que eso sea así.
Gracias por la visita y la aportación, compa.
Saludos.
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