Tocan
elecciones, varias, pues allá vamos. Llevamos meses comiendo caldo electoral de
día y de noche. Todo se centra en eso. Ahora toca parar el fascismo, en las
anteriores acabar con el bipartidismo y el Régimen del 78, en las próximas tal
vez salvar el proyecto europeo, o que sé yo. Todo esto con una simple acción,
el voto, que para eso es la quintaesencia de la democracia. Sí, miles de años
de evolución han dado como resultado que poner un papel en una caja s la mejor
forma de tener el control sobre tu vida. ¡Bravo!
Vamos a ello,
nos engañamos y votamos. Ya s sabe, el mal menor, votar con la nariz tapada…
Por seguir con los tópicos, ahí va otro. Eso es como salir al campo a que no te
goleen y cosechar la mayor derrota del año (sucede en nueve de cada diez
ocasiones, en la otra pierdes igual pero más decorosamente) Da igual quién
gana, aunque ganen los “tuyos”, tú pierdes siempre. Es sencillo, el juego tiene
unas normas y si juegas tienes que seguirlas. Si las sigues no hay posibilidad
de que el resultado te sea favorable, a menos que te conviertas en ferviente
seguidor del juego y admitas que las migajas que puedan caerte son un suculento
botín. En el mejor de los casos, mejorará algún aspecto superficial que en poco
afecta a lo fundamental. En el peor, te quitarán el maquillaje de golpe y verás
el verdadero rostro de un mundo que agoniza y, mientras lo hace, destruye todo
lo que encuentra a su paso.
Vivimos en las
llamadas democracia liberales (afortunados que somos) cuyo nombre, en contra de
lo que muchos puedan pensar, no se debe al predominio de la libertad individual
de las personas, sino a la libertad del Capital para seguir siendo acumulado
por unas pocas manos. Y eso es todo, podrán darle cincuenta mil vueltas al
asunto, pero el meollo se mantiene intacto.
Aun así,
nosotros a lo que nos digan, que no nos falten temas ni elementos para marear
la perdiz y demostrar lo buenos oradores y argumentadores que somos todos.
Que si quién es
el más fascista de todos, o el más imbécil, llámalo como quieras; que si los
gobiernos del cambio han servido para cambiar algo o no, que si un fulano ha
apadrinado la sanidad pública, que si tal o cual ha hecho méritos para esto o
lo otro; que si tu bandera es más grande y más bonita que la mía… Hasta los que
tienen claro (o eso me parece) que no participan en el circo, andan todo el día
pendientes de todo y buscando, de paso, traidores entre los suyos que hayan
sucumbido a la tentación. Y así pasan los días, los años, la vida.
Lo peor, es que
todos sabemos que hasta las decisiones que no son más que migajas para
nosotros, no dependen de los votos sino de la presión social en la calle y en
el trabajo. Ningún gobierno aprueba nada mínimamente favorable a la mayoría sin
que ésta lo exija, al fin y al cabo, si no lo van a poder rentabilizar en votos
en las próximas elecciones para qué molestarse. Se lo ponemos tan fácil, somos
tan dóciles, nos conformamos con tan poco…
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