Así me siento. También perplejo ante mi incapacidad de
entender lo que me rodea. La propia marcha de lo cotidiano se me
escapa. No comprendo nada y, cada vez menos, a nadie.
Habitamos varios mundos en paralelo. Cada día vivimos varias vidas
que las consideramos como nuestras y ya no estoy seguro siquiera de
que alguna de todas sea verdadera.
Compartimentos estancos. El trabajo, la familia, las amistades,
militancias varias… Somos personas diferentes en cada situación.
Parece como si existiera una desconexión dentro de nosotros en cada
ámbito. Lo que sucede en cada compartimento se queda ahí. No parece
tener relación alguna con el resto. Nos engañamos pensando que es
una buena estrategia, adaptativa. Buscamos entre las teorías de
última hora algún término que nos convenza y lo conseguimos. Nos
creemos inteligentes emocionalmente, socialmente adaptados,
resilientes, empoderados o cualquier otra etiqueta que nos convenga.
Lo que sea con tal de no ver la etiqueta que realmente arrastramos
con nosotros, somos carne de cañón.
Tal y como vivimos, desconectados unos de otros sin ser capaces de
ver las relaciones entre lo que nos sucede y lo que les sucede al
resto, estamos destinados a ser como hojas secas. Caídas en el suelo
y a merced del viento, moviéndonos al son que nos mandan y en la
dirección a la que somos empujados.
Todos los campos de nuestra vida están
interconectados. Las vidas de la mayoría están conectadas entre sí.
Y no sólo eso, sino que además están atravesadas por decisiones
tomadas por gente que nada tiene que ver con nosotros. Y lo peor es
que les dejamos hacer y les damos la razón a pesar de que la mayoría
de las veces, estas decisiones vayan en contra de nuestros deseos,
nuestras aspiraciones e intereses.
Somos como camaleones que tratamos de adaptar el color que más nos
conviene para pasar inadvertidos en cada situación, para no
diferenciarnos, que no se fijen en nosotros por si acaso. La
diferencia puede comportar el estigma y eso nos puede conducir a una
vida vivida en los márgenes, haciendo inalcanzable los sabrosos
frutos de una existencia consumista. Y al parecer, nadie quiere eso.
Todos queremos disfrutar de ese modelo. Queremos experimentar la
posesión de los objetos, hasta de las personas como fuente de
felicidad.
Me siento desubicado en una sociedad como esta, no la comprendo. Sé
que somos muchos así, algunos conscientes de su manera de sentir.
Otros, la mayoría, todavía no. Saben que las cosas no son como les
gustaría, que su vida no es la que habían soñado tantas veces de
pequeños pero no logran identificar la causa de esa desazón, el
porqué de esa sensación de vivir permanentemente desubicados, fuera
de lugar.
Lo saben y nos ofrecen vías para canalizar esa
inquietud, para mostrarnos que estamos equivocados y que no hay de
qué preocuparse. Ocio controlado y diseñado para no sentirte fuera,
para tener la sensación de pertenencia y de que valen la pena los
sinsabores diarios, las penurias cotidianas. Ocio narcotizante que
nos mantiene aferrados a una existencia irreal, una existencia que
transitamos pero que no vivimos, virtual. Nos deslumbran, nos
engatusan y nos hacen creer que eso es lo que debemos hacer. Ahí
reside su concepto de felicidad, el que nos tienen reservado. Nos lo
creemos y nos entregamos gustosos como autómatas programados para no
pensar y no
sentir nada fuera de lo predeterminado. Pero no es suficiente, nunca
lo es. Puede enmascarar la realidad durante un tiempo pero a la larga
sólo hace que aumentar la insatisfacción. Lo cierto es que de esa
insatisfacción se nutren para mantener constante el flujo de
personas aferradas a esa ilusión de felicidad.
Somos nuestras propias víctimas al aceptar esas vías. Hemos
desplazado los puntos de referencia que nos permitían ubicarnos en
el mundo de forma natural y los hemos sustituido por otros a los que
hemos dado categoría de guías absolutos. El dinero, la acumulación,
el consumo, el trabajo asalariado, la apariencia… Todos factores
ajenos a nuestra propia naturaleza que han usurpado un lugar que no
les corresponde y han engendrado seres desubicados, antinaturales.
Con vidas donde prevalecen el egoísmo, el odio al otro, la
competitividad, la falsedad…
La necesidad de reencontrar un eje de coordenadas que nos permita
ubicarnos de nuevo como lo que realmente somos es acuciante. Seres
que nos apoyamos los unos a los otros, solidarios, dispuestos a no
dejar caer a ninguno de nuestros semejantes, sin miedo de mostrar
nuestra naturaleza, orgullosos de ella.
Yo, al menos, es ahí donde estoy. Tratando de ubicarme de nuevo en
un mundo de claroscuros pero con una gran cantidad de potencial
dispuesto para iluminarlo y hacer que las vidas valgan la pena ser
vividas a cada instante.
3 comentarios:
"...como lo que realmente somos..."
La Realidad es mentira - Agustín García Calvo
http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/501953/index.php
Lo que realmente somos es algo que no forma parte de la realidad que vivimos, al menos en mi modo de ver. De lo contrario, no creo que sintiera esa desubicación.
Es la falta de sentido de la vida característica del siglo XX. Muchos autores la han descrito. En literatura Herman Hesse en El Lobo Estepario, en ensayo, Bauman, Marcuse, etc. Es sencilla la cosa, cree en dios. En la religión van a darte un sentido, unos valores y unas directrices sobre cómo conducirte. Si ya no tienes la mente virgen de un niño para que crezca la semilla de la fe y has crecido mirandote el ombligo entonces aprende a vivir con ello. Lee mucho, ama mucho, haz deporte, quierete y asume lo insignificante de tu existencia.
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