Cambio de año, tiempo de reflexión, de análisis y de nuevos
propósitos para mejorar nuestra vida mientras seguimos dando vueltas alrededor
del sol y acumulando experiencias y muescas en nuestro cuerpo y nuestra mente.
Así es como año tras año se suelen plantear estas fechas.
No tengo lista de buenos propósitos, hace tiempo que dejé de
leer cuentos de hadas. Tal vez debería recuperar esa costumbre, seguramente eso
me ayudaría a soñar con más nitidez.
Para este año y desde hace tiempo sólo tengo clara una cosa:
no quiero ser como ellos. Tengo la convicción de que a partir de ahí llegaré a
saber, o al menos me acercaré a la comprensión, de lo que me gustaría que fuera
y lo que deseo que sea.
No quiero ser como los que ven el mundo desde la óptica de la
posesión y la propiedad. Los que consideran la vida una mercancía más con la
que negociar y obtener beneficio, que creen que puede ser prescindible si con
ello se consigue un beneficio.
No quiero ser como los que anteponen el análisis económico a
cualquier decisión que deban tomar. Haciéndolo en función de la rentabilidad. Esos
que desconocen o, simplemente obvian, sentimientos y experiencias como la
belleza, la solidaridad, la alegría o el dolor.
No quiero ser como los que voluntariamente deciden obviar lo
perverso y criminal del mundo en que habitamos para disfrutar de su vida
material. Los que bloquean deliberadamente sus sentidos para no sentir nada, a
excepción del gusto que utilizan para comprobar cómo cada día se alimentan y
mantienen su estómago lleno.
No quiero ser como los que callan por miedo a ofender o al qué
dirán y luego descargan toda su rabia sobre los que les rodean convirtiendo sus
vidas en infiernos. Los que actuando de esta forma reproducen infinitamente el
modelo que critican y perpetúan el dolor.
No quiero ser como los que se indignan sentados en el sofá,
ante la tele o el ordenador y claman al cielo para que se haga justicia pero
son incapaces de ver esa injusticia a su alrededor y de mover un solo dedo para
remediarla.
No quiero ser como los que aseguran tener la verdad y
critican a todo aquel que intenta actuar para modificar el orden y las
circunstancias de lo que no le gusta, pero jamás mueven un dedo ni se
arremangan para demostrar al mundo su tan preciada verdad.
No quiero ser como los que viven asumiendo que las cosas son
como deben ser y nada se puede hacer para que ocurran de modo diferente. Los seguidores
del fatalismo y la resignación, del orden establecido, en definitiva, no quiero
ser como los que se conforman con recibir las migajas mientras otros sólo
reciben muerte.
No quiero ser como los que a la primera encrucijada recurren
a la seguridad de los medios, a las verdades construidas para defender
intereses que les son ajenos. Los que jamás cuestionan la versión oficial y
creen sin ningún tipo de remordimientos en todo aquello que les dictan al son
de la música del poder.
No quiero ser como los que consideran unas muertes más importantes
que otras, unas vidas más preciosas que otras. Los que justifican toda las atrocidades
del mundo mientras no sean ellos los que las sufren y les permitan mantener una
vida artificial repleta de paliativos que enmascaran la infelicidad galopante.
No quiero ser como los que renuncian a sus sueños porque
llegó la hora de madurar y asumir que la vida no siempre es como uno desea. Los
que se mienten diciéndose que es el momento de convertirse en un buen ciudadano
y no asumen la derrota personal que están sufriendo, la claudicación.
No quiero ser como los que se lamentan del tiempo perdido y
no ven que siempre hay tiempo. Los que dan por buena cualquier excusa para
retrasar indefinidamente la toma del control de su existencia.
No quiero ser como los que dicen vivir una vida estupenda
mientras se pudren día a día en sus trabajos, en sus casas, con sus eventos
sociales y luego acuden a la red para dejar claro que deberían ser objeto de
envidia y de admiración por parte de sus congéneres.
No quiero ser como los que se vanaglorian de ser empleado del
mes, ciudadano modelo o esposo ejemplar.
Existen muchos ellos como los que no quiero ser. Pero estoy
convencido de que hay muchos más con los que comparto camino y con los que
acabaré coincidiendo a lo largo del trayecto. La dificultad y la belleza
estriba en que ese trayecto está por hacer, en muchos casos hasta por pensar y,
sobre todo, por recorrer. Pero quiero creer que sabiendo cómo no quiero que
sea, poco a poco, el horizonte se irá aclarando y me permitirá ver con mayor
nitidez la senda que voy construyendo.
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