domingo, 12 de noviembre de 2017

JUDICIALIZACIÓN DE LA VIDA: Nada nuevo bajo el sol


Parece ser que en los últimos tiempos vivimos un aumento de la judicialización de la vida, según se encargan de recordarnos diariamente los medios de comunicación de masas. Pareciera como si hasta la fecha esto no hubiera estado sucediendo y la mal llamada Justicia no hubiera estado persiguiendo y castigando a todo aquel que no encaja o no acepta la norma.

Incluso ahora mismo, se circunscribe este fenómeno exclusivamente a lo que sucede con los políticos profesionales cuando día a día se juzga y se condena a personas que, de una forma u otra, protestan o actúan denunciando un sistema que, precisamente, destaca por su falta de justicia. Pero a todos ellos no les afecta la judicialización de la vida, porque a ojos de la masa son delincuentes sin más. Así se encargan de hacerlo saber todos los que colaboran en la elaboración de discursos y verdades oficiales.

Manifestantes de diversa índole, gente que lucha por no ser desahuciada, artistas de toda clase, periodistas, sindicalistas, activistas de movimientos sociales y un largo etcétera. Todos sin excepción son delincuentes para un sistema judicial hecho a medida del poder. Todos han incumplido la norma, la ley. Eso es lo que importa, aquí la verdadera justicia no tiene cabida.


¿Para qué y a quién sirve el sistema de justicia?

Siguiendo las argumentaciones aparecidas durante un debate sobre justicia popular entre militantes maoístas y Michel Foucault iniciado en 1971 vemos que este sistema de justicia se asienta sobre tres patas fundamentales: policía-jueces-cárcel. A lo largo de la historia moderna de los Estados se han identificado tres grandes funciones de este sistema judicial. Según la coyuntura político-social ha predominado una u otra pero siempre han estado y estarán presentes las tres.

La primera de estas funciones sería el hecho de actuar como factor de proletarización. Es decir, obligar al pueblo a aceptar la premisa tan nefasta de que la única vía de conseguir su sustento es a través del salario. Por tanto, éste debe aceptar su condición de trabajador y las condiciones de explotación que esto supone.
Esta función tuvo mucha importancia durante la época de la revolución industrial y los éxodos humanos desde el campo hasta las urbes. Toda vez asimilada la condición de trabajadores (independientemente de si se tiene empleo o no, ya que es más una cuestión de instaurar una mentalidad que una condición física real). Esta función, sufre una derivada por la que se persigue a los que, asumiendo su nuevo rol, pretenden conseguir mejoras en sus condiciones de explotación. Así se consagra la persecución al sindicalismo más combativo y, de paso, se inicia y allana el camino hacia el actual sindicalismo pactista.
Una segunda función, derivada de la primera, es hacer ver y comprender a la mayoría trabajadora que los que no aceptan y se resignan a ese papel son delincuentes, gente peligrosa. En definitiva, el desecho de una sociedad prácticamente perfecta. Por lo tanto, es imprescindible que la gente “de bien” mantenga la distancia, desprecie y condene cualquier tipo de comportamiento que no se ajuste a la norma.
En ese sentido, el sistema de justicia sirve como refuerzo a todo un entramado periodístico, sociológico y político que se encarga, en primera instancia, de construir el relato oficial que debe ser aceptado por la población. En caso contrario, es cuando actúa el sistema de justicia.

Finalmente, existe una tercera función de vital importancia. Esto es debido a que se aplica fundamentalmente sobre aquellos elementos más politizados de la sociedad. A lo largo de los tiempos, se les ha etiquetado de agitadores, revolucionarios, terroristas... Y a través de una difusa maraña de leyes que no sancionan otra cosa más que la crítica al sistema dominante, se condena a prisión a los que osan alzar la voz contra el poder en alguna de sus múltiples expresiones.


Esta enumeración de las funciones del sistema de justicia capta bastante bien, en mi opinión, la esencia de dicho sistema, por lo menos, en lo que atañe al mantenimiento y perpetuación del orden social vigente. Con el paso del tiempo posiblemente se haya refinado, se haya revestido de una supuesta legitimidad que se arroga por el hecho de que la legislación emana del Parlamento, digno representante de la voluntad popular (así reza en los dogmas de los actuales sistemas democráticos).

Pura palabrería, simples disfraces que a duras penas logran ocultar, si no fuera por el excelente trabajo que realiza el periodismo oficial, la realidad. La norma y, por tanto, la justicia tal y como   nos la hacen entender está hecha por y para unos pocos privilegiados. Precisamente, para mantener sus privilegios. De hecho, esto significa que la justicia queda suplantada por la legalidad. No les queda otro remedio porque este sistema en el que vivimos no es capaz de soportar nada, su fragilidad inherente sólo puede verse subsanada a través de una fuerza de represión global. El sistema de justicia es un pilar fundamental de esta fuerza. Sostiene en gran medida las relaciones de poder, las impone.

La judicialización de la vida no es un fenómeno novedoso. Es un elemento intrínseco del desarrollo de las democracias modernas. Es un factor destinado a dar forma a la vida social y, cada vez más, la personal. De tal manera que cada uno sepamos cuál es nuestro papel y qué podemos esperar si no nos atenemos a él. También actúa creando un relato unificador con el consabido lema de “todos somos iguales ante la ley” creando una ficción que necesita mantener de vez en cuando con el enjuiciamiento de elementos que no forman parte del pueblo. Aunque cualquiera puede observar que no son más que pantomimas, incluidos los casos que acaban con algún paso fugaz por la prisión.

Es por esto, que un cuestionamiento radical de este sistema se hace imprescindible cuando hablamos de construir una nueva sociedad, un nuevo mundo. Hay que abordar la necesidad de recuperar la justicia por encima de la legalidad y de cómo esa justicia debe ser puesta en el centro del modelo que regule las relaciones sociales.

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