Las fronteras son la explicitación del control sobre algo
o sobre alguien. Su función es separar aquello que deseamos dominar, poseer,
conocer de lo que no queremos. Son la expresión máxima de la propiedad, del
nosotros o del yo frente al resto.
En cualquier campo, las fronteras no son más que líneas
imaginarias, arbitrariamente creadas sin ninguna justificación. Prueba de ello,
son lo fácilmente movibles que han resultado a lo largo de la historia, por
supuesto, siempre en interés de los que poseen el poder, ya que son ellos los
que se encargan de su creación. Ya sean territoriales, económicas, de
conocimiento… las fronteras se crean y se utilizan con el único propósito de
delimitar lo accesible en función de qué papel desempeñas.
Las fronteras son contrarias a la vida. Constriñen,
encierran y reprimen mientras que la vida trata de emerger y expandirse. No es
posible defender la vida y las fronteras al mismo tiempo, éstas matan de forma
directa y violenta y, también, de una forma más sibilina, lentamente y con una
violencia socialmente tan aceptada que causa terror.
Alambres, espinos, vallas, muros, armas, balas,
concertinas, muerte… Así se erigen las fronteras en el mundo físico. Esta es la
manera de seleccionar, de separar, de diferenciar el lado correcto del
incorrecto. Ya los Estados se encargan de hacernos creer que estamos en el lado
oportuno y que toda esa infraestructura necesita ser defendida con uñas y
dientes y que cualquier precio a pagar por ello es justo. Se alienta el
fanatismo, bajo la etiqueta del patriotismo cuya única utilidad es enmascarar
la estupidez humana que nos arrastra a odiar al otro, al que está al otro lado
de la frontera hasta tal punto que creamos justo su sufrimiento y su muerte si
intenta traspasarla.
Miedo, dolor, resignación, impotencia, muerte… Así se
erigen las fronteras en el mundo psíquico. Esta es la manera de acotar, de
establecer, de delimitar la zona segura de la peligrosa. Nosotros mismos nos
encargamos de hacerlas posibles y de creer que las necesitamos para poder
desarrollar nuestras vidas, conforme a unos patrones establecidos en los que
andamos deseosos de encajar. Estos patrones, sólo dibujan modos de vida ajenos
a lo que podría ser pero suficientemente confortables como para aceptarlos y,
por tanto, desear defenderlos al precio que sea. Incluso, con la construcción
de fronteras mentales a pesar de saber que constriñen nuestra existencia y nos
sitúan más cerca de una vida carente de significado hasta para nosotros mismos.
Todas las fronteras forman parte de una realidad inhumana
y dolorosa que sólo engendra desesperanza y muerte. Cada vez que una frontera
se levanta, el odio se hace dueño de la situación y la esperanza de ir
recuperando la esencia de lo humano se aleja un poco más.
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