En repetidas ocasiones, caracterizamos el sistema
político-social como represor y esclavizante, sustentado en una economía
depredadora. Así pues, tenemos y formamos parte de todo ese engranaje que
devora todo lo que encuentra a su paso.
Exacto, el capitalismo es depredador por naturaleza y nosotros somos su
gran presa. La vida humana es el objetivo; pero no desde el punto de vista
tradicional de un depredador. No se trata de aniquilarnos sin más para
alimentar a la máquina (eso es demasiado fácil y lo hace diariamente allá dónde
le interesa); sino que el objetivo de la depredación es otro: dominarnos. Se
trata de dirigir y dominar hasta los últimos rincones de lo humano; la
conciencia, las emociones, las ideas… para ello ataca la vida en su conjunto:
lo individual y lo colectivo.
En todas las esferas de nuestra vida, lo colectivo, entendido
siempre en un plano de igualdad, ha servido y sirve para desarrollar nuestras
armas más poderosas frente a los intentos de dominación: la solidaridad, el
apoyo, el fortalecimiento mutuo, la seguridad… organizarnos siempre es una
buena idea, tanto para resistir como para crear.
La creación de tejido social y el establecimiento de unas
relaciones basadas en la fraternidad y el reconocimiento entre iguales es el
que ha posibilitado y posibilita el nacimiento de un verdadero sentido de
solidaridad, sin matices y sin excepciones. Sólo este sentido puede servir como
una base auténtica y sincera para la creación de un modelo diferente, sin duda
mejor, al actual sistema depredador. Pero el capitalismo no se ha desarrollado
por casualidad. Entre otras razones, el poder tiene memoria y aprende de lo
ocurrido (cosa que en numerosas ocasiones parece que aquellos que nos situamos,
aunque sea a nivel teórico, en la posición contraria no hacemos). Tiene muy
presentes las posibles consecuencias de dejar que la vida colectiva se
autogestione por las propias personas que participan de ella. Además de
aprender, analiza y actúa en consecuencia. Por eso, enseguida comprendió de la
importancia que tiene el sentido de pertenencia para el ser humano. De tal
forma, cuando ataca la vida colectiva no lo hace con la intención de destruirla
si no de sustituirla por otra carente de compromiso y responsabilidad.
Donde los obreros se organizaban en sociedades, gremios o
sindicatos en los que se fundían lo laboral con lo familiar y lo personal, para
defenderse del empuje de un capitalismo incipiente, se ha pasado a la nada o
prácticamente. Hoy en día el verdadero sindicalismo (el que va más allá de
negociar días de asuntos propios, cursos de formación y despidos) parece cosa
de héroes y las huelgas de más de una jornada son poco menos que milagros.
Donde las personas se reunían en su tiempo libre, disfrutando
de la conversación, el debate, del ejercicio o la naturaleza… Ahora nos concentramos grandes multitudes en
espacios cerrados para no decirnos nada. De los ateneos culturales, los clubs
excursionistas, las sociedades de todo tipo… hemos pasado a los centros
comerciales.
Donde los vecinos compartían todo, se reunían al caer la
tarde o, simplemente, procuraban que a nadie le faltara de nada, hemos pasado a
no conocer ni a los que viven en la celda de al lado en esas grandes colmenas
que llamamos hogar.
Todo esto y mucho más tiene en común un objetivo concreto:
conseguir romper los lazos, quebrar esa vida comunitaria. Todos sabemos que una
presa aislada es más fácil de identificar, acorralar y cazar.
Es obvio que es un proceso complejo, con multitud de causas y
poco uniforme pero, en mi opinión, es donde nos tienen. Solos, es decir, en el
punto ideal para atacar el otro flanco: la vida individual.
Porque la cacería no termina hasta que la presa cae
derrotada. Esto sucede cuando cada uno ocupamos el lugar que nos tienen
adjudicado y realizamos la tarea asignada y, sobre todo, cuando lo aceptamos y
nos sentimos contentos y realizados con ello. Ese es el verdadero triunfo, en
ese preciso momento ganan la batalla.
Por eso, primero nos han aislado para que no podamos
sujetarnos durante la caída. Luego se trata de ir colonizando a la persona: En
lo físico, se alimentan egos y se crean necesidades que jamás podrán ser
cubiertas totalmente; en lo moral se justifica el precio a pagar y el modo de
conseguirlo y en lo intelectual, se cierra el marco que circunscribe lo posible
y se centra el foco tan sólo en lo inmediato.
Ese es el juego, nosotros somos la presa y otros los
cazadores. En el medio, muchos que no son más que utensilios de usar y tirar.
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