Siempre hemos oído que Europa es el gran estandarte del humanismo y de los ideales sociales, el garante de los derechos humanos y de la igualdad entre las personas.
Sin embargo, el último siglo de la historia europea no deja lugar a dudas: la vieja Europa ha muerto. En concreto en los últimos cincuenta años (así dejamos de largo las atrocidades de las guerras mundiales). Observando el desarrollo de la construcción de la actual Unión Europea podemos ver de manera nítida cómo los ciudadanos han dejado de ser la prioridad fundamental quedando relegados a un segundo plano ante la incipiente pujanza del nuevo símbolo europeo: el capitalismo.
Tras la firma del Tratado de Roma en 1957 se creó la CEE (Comunidad Económica Europea) iniciándose una etapa de crecimiento económico a base de una intensa urbanización y el desmantelamiento del mundo rural tradicional. Este primer intento de creación de un ente supranacional lo formaron Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.
Desde finales de los 70 los Estados Unidos, seguidos de Gran Bretaña, impulsaron un nuevo modelo de capitalismo mucho más salvaje y depredador que se ha venido a llamar neoliberalismo. Este nuevo modelo se basa en el predominio de sus mercados financieros, en el recorte del estado del bienestar hasta reducirlo a la mínima expresión, la supresión de todo lo que tiene que ver con derechos de los trabajadores y en la gestión de la deuda externa de los países del Sur a través de las instituciones internacionales.
Mientras tanto, la CEE sufre una fuerte recesión debida en gran medida a las crisis energéticas. Es entonces cuando las transnacionales europeas y las elites económicas exigen un giro neoliberal en la política del viejo continente.
Rápidamente la maquinaria política se pone a trabajar al dictado de la economía y en 1985 el Consejo Europeo aprueba el Acta Única, creando así un mercado único para mercancías, servicios, capitales y personas para 1993 (aunque esto último a día de hoy sigue siendo una absoluta patraña y si no que se lo pregunten a los gitanos del este que viven en Francia). Además, a partir de ese momento la denominación oficial pasa a ser Comunidad Europea (CE).
Todo esto supone un primer paso en el avance europeo hacia el neoliberalismo. Este camino sufrió un radical acelerón con la construcción del Tratado de Maastrich. Con la puesta en marcha del Tratado en 1993 se inicia la creación del euro, la moneda común europea. Se ponen los cimientos de la unión económica y monetaria.
Esto crea una nueva situación puesto que las principales divisas mundiales se sustentan en la confianza (sobre todo desde la desaparición del patrón de referencia: el oro) y ésta se basa en la fuerza del poder político y militar, por eso se crean tanto la política exterior y de seguridad, como la política interior y de justicia común.
Ese mismo año se decide ampliar la Unión Europea (así se pasó a denominar después de la firma de Maastrich) hacia el Este. Esta ampliación responde a los mismos criterios que utilizó Estados Unidos en la firma del NAFTA con México, a saber, incrementar el mercado, beneficiarse de una mano de obra cualificada y muy barata, apropiarse de todas aquellas empresas dignas de ser expoliadas y, por supuesto, de todos sus recursos. De paso se aseguraron de desactivar la posible amenaza que pudiera suponer a nivel militar y social. Obviamente, esta ampliación tiene su lado negativo debido a las diferencias económicas y culturales pero, sobre todo, a los fuertes vínculos que los países del Este habían establecido con EEUU tras el desmantelamiento soviético.
A estas alturas todavía quedaban visionarios que creían que la Unión Europea debía jugar un papel fundamental en la historia política y económica del futuro. Sin embargo, la mayoría de políticos tenían claro que el futuro (y el presente) de Europa pasaba por rendir pleitesía al gobierno de los Estados Unidos que poseían tanto el poder político (controlaban la ONU y hacían y deshacían a su antojo) como el poder militar (utilizando la OTAN como una extensión de sus fuerzas armadas) Esta visión práctica del papel a desempeñar por el viejo continente se impuso y en 2001 se elaboró la Constitución Europea.
Esta Constitución no es más que un acuerdo de mínimos para ahondar en la Europa del capital y poder, de esta manera, se responden satisfactoriamente las demandas de las corporaciones europeas en esta etapa histórica en que la aparición de nuevas potencias emergentes puede relegarles al furgón de cola de los beneficios económicos. Para asegurarse de que esto sea así dejan clara la ausencia de una estructura política de poder clara con lo que los grandes capitalistas ven el camino despejado para sus operaciones. No obstante, esta Constitución nace herida de muerte por dos razones fundamentales.
Por un lado, tenemos el creciente descontento popular por el rumbo netamente neoliberal que está tomando Europa. Esto se ve reflejado en el rechazo de franceses y holandeses expresado en las urnas en sus respectivos referendos (no como en España donde fue aprobada por la mayoría, la mayoría de los que fueron a votar se entiende).
Por otro lado, tenemos las continuas injerencias de la administración Bush (apoyados por sus lacayos ingleses) quien en defensa de las corporaciones norteamericanas realiza todo tipo de tretas para desequilibrar la creación de una Europa económicamente potente y por tanto competidora. Entre otros planes de desestabilización, Bush llevó a cabo el escudo de mísiles en Polonia y la República Checa, apoyó insistentemente la independencia de Kosovo y la creación de una gran Albania. Con todo esto pretendía enfrentar a Europa y Rusia (principal suministrador de recursos energéticos de la UE)
Con este panorama, en el año 2007 y en medio de un secretismo absoluto se acuerda en una conferencia intergubernamental el Tratado de Lisboa, además se establece que su aprobación se haga por vía parlamentaria evitando así a la ciudadanía. La nueva Europa será una unión de Estados en la que los ciudadanos no cuentan para nada.
La firma de este acuerdo supone la confirmación de que Europa pertenece al bloque occidental capitaneado por Estados Unidos y renuncia formalmente a ser un actor principal en la historia mundial dedicándose a acatar las órdenes del jefe norteamericano. Es por ello que en el Tratado se señala que la OTAN es el marco donde se organiza la defensa europea (por fin EEUU consigue aunar en solo grupo a los países de Europa del Este bajo su dominio político, económico y militar). Para reafirmar esta postura se designa a Catherine Ashton (declarada entusiasta de los Estados Unidos que no dudó en mostrar su apoyo a la invasión de Irak)como alta representante del Consejo de Europa para Relaciones Exteriores y vicepresidenta de la Comisión Europea.
Con este Tratado se establecen las bases para la total privatización de la sanidad, la educación, el agua y el sistema público de pensiones dejando las riendas a la lógica de los mercados (que ya hemos visto a donde nos ha llevado)
También se establece que las políticas sociales y fiscales queden al libre albedrío de cada Estado para poder satisfacer las demandas internas de cada país con lo que una vez más la política comunitaria es de todo menos común. Con esto se beneficia a los verdaderamente dueños de la UE: Francia y Alemania. Estos países pretenden repartirse el pastel europeo. Para Francia queda todo el flanco sur europeo con la creación de la Unión Mediterránea (que controla la inmigración y el acceso a los recursos naturales de nuestros vecinos del Sur), y para Alemania todo el Este de Europa y sus riquezas.
Otro punto importante del Tratado de Lisboa es que por primera vez la energía se comunitariza (curiosamente casi nada lo hace pero como los países europeos van justos de recursos y en el Este van más sobrados pues... esto sí que pasa a ser legislado por “Europa”).
La verdadera razón del Tratado es mantener en funcionamiento el modelo económico basado en el crecimiento sin límites alimentado por el consumo de energía y por la expansión descomunal del crédito, por eso en el Tratado se refuerza sobre manera la posición del Banco Central Europeo que es totalmente autónomo y no responde ante ningún gobierno.
En definitiva, el Tratado de Lisboa es la culminación de 50 años en los que Europa ha pasado de ser la tierra de los ciudadanos para convertirse en la tierra de las grandes corporaciones y los paraísos fiscales.
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Sin embargo, el último siglo de la historia europea no deja lugar a dudas: la vieja Europa ha muerto. En concreto en los últimos cincuenta años (así dejamos de largo las atrocidades de las guerras mundiales). Observando el desarrollo de la construcción de la actual Unión Europea podemos ver de manera nítida cómo los ciudadanos han dejado de ser la prioridad fundamental quedando relegados a un segundo plano ante la incipiente pujanza del nuevo símbolo europeo: el capitalismo.
Tras la firma del Tratado de Roma en 1957 se creó la CEE (Comunidad Económica Europea) iniciándose una etapa de crecimiento económico a base de una intensa urbanización y el desmantelamiento del mundo rural tradicional. Este primer intento de creación de un ente supranacional lo formaron Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.
Desde finales de los 70 los Estados Unidos, seguidos de Gran Bretaña, impulsaron un nuevo modelo de capitalismo mucho más salvaje y depredador que se ha venido a llamar neoliberalismo. Este nuevo modelo se basa en el predominio de sus mercados financieros, en el recorte del estado del bienestar hasta reducirlo a la mínima expresión, la supresión de todo lo que tiene que ver con derechos de los trabajadores y en la gestión de la deuda externa de los países del Sur a través de las instituciones internacionales.
Mientras tanto, la CEE sufre una fuerte recesión debida en gran medida a las crisis energéticas. Es entonces cuando las transnacionales europeas y las elites económicas exigen un giro neoliberal en la política del viejo continente.
Rápidamente la maquinaria política se pone a trabajar al dictado de la economía y en 1985 el Consejo Europeo aprueba el Acta Única, creando así un mercado único para mercancías, servicios, capitales y personas para 1993 (aunque esto último a día de hoy sigue siendo una absoluta patraña y si no que se lo pregunten a los gitanos del este que viven en Francia). Además, a partir de ese momento la denominación oficial pasa a ser Comunidad Europea (CE).
Todo esto supone un primer paso en el avance europeo hacia el neoliberalismo. Este camino sufrió un radical acelerón con la construcción del Tratado de Maastrich. Con la puesta en marcha del Tratado en 1993 se inicia la creación del euro, la moneda común europea. Se ponen los cimientos de la unión económica y monetaria.
Esto crea una nueva situación puesto que las principales divisas mundiales se sustentan en la confianza (sobre todo desde la desaparición del patrón de referencia: el oro) y ésta se basa en la fuerza del poder político y militar, por eso se crean tanto la política exterior y de seguridad, como la política interior y de justicia común.
Ese mismo año se decide ampliar la Unión Europea (así se pasó a denominar después de la firma de Maastrich) hacia el Este. Esta ampliación responde a los mismos criterios que utilizó Estados Unidos en la firma del NAFTA con México, a saber, incrementar el mercado, beneficiarse de una mano de obra cualificada y muy barata, apropiarse de todas aquellas empresas dignas de ser expoliadas y, por supuesto, de todos sus recursos. De paso se aseguraron de desactivar la posible amenaza que pudiera suponer a nivel militar y social. Obviamente, esta ampliación tiene su lado negativo debido a las diferencias económicas y culturales pero, sobre todo, a los fuertes vínculos que los países del Este habían establecido con EEUU tras el desmantelamiento soviético.
A estas alturas todavía quedaban visionarios que creían que la Unión Europea debía jugar un papel fundamental en la historia política y económica del futuro. Sin embargo, la mayoría de políticos tenían claro que el futuro (y el presente) de Europa pasaba por rendir pleitesía al gobierno de los Estados Unidos que poseían tanto el poder político (controlaban la ONU y hacían y deshacían a su antojo) como el poder militar (utilizando la OTAN como una extensión de sus fuerzas armadas) Esta visión práctica del papel a desempeñar por el viejo continente se impuso y en 2001 se elaboró la Constitución Europea.
Esta Constitución no es más que un acuerdo de mínimos para ahondar en la Europa del capital y poder, de esta manera, se responden satisfactoriamente las demandas de las corporaciones europeas en esta etapa histórica en que la aparición de nuevas potencias emergentes puede relegarles al furgón de cola de los beneficios económicos. Para asegurarse de que esto sea así dejan clara la ausencia de una estructura política de poder clara con lo que los grandes capitalistas ven el camino despejado para sus operaciones. No obstante, esta Constitución nace herida de muerte por dos razones fundamentales.
Por un lado, tenemos el creciente descontento popular por el rumbo netamente neoliberal que está tomando Europa. Esto se ve reflejado en el rechazo de franceses y holandeses expresado en las urnas en sus respectivos referendos (no como en España donde fue aprobada por la mayoría, la mayoría de los que fueron a votar se entiende).
Por otro lado, tenemos las continuas injerencias de la administración Bush (apoyados por sus lacayos ingleses) quien en defensa de las corporaciones norteamericanas realiza todo tipo de tretas para desequilibrar la creación de una Europa económicamente potente y por tanto competidora. Entre otros planes de desestabilización, Bush llevó a cabo el escudo de mísiles en Polonia y la República Checa, apoyó insistentemente la independencia de Kosovo y la creación de una gran Albania. Con todo esto pretendía enfrentar a Europa y Rusia (principal suministrador de recursos energéticos de la UE)
Con este panorama, en el año 2007 y en medio de un secretismo absoluto se acuerda en una conferencia intergubernamental el Tratado de Lisboa, además se establece que su aprobación se haga por vía parlamentaria evitando así a la ciudadanía. La nueva Europa será una unión de Estados en la que los ciudadanos no cuentan para nada.
La firma de este acuerdo supone la confirmación de que Europa pertenece al bloque occidental capitaneado por Estados Unidos y renuncia formalmente a ser un actor principal en la historia mundial dedicándose a acatar las órdenes del jefe norteamericano. Es por ello que en el Tratado se señala que la OTAN es el marco donde se organiza la defensa europea (por fin EEUU consigue aunar en solo grupo a los países de Europa del Este bajo su dominio político, económico y militar). Para reafirmar esta postura se designa a Catherine Ashton (declarada entusiasta de los Estados Unidos que no dudó en mostrar su apoyo a la invasión de Irak)como alta representante del Consejo de Europa para Relaciones Exteriores y vicepresidenta de la Comisión Europea.
Con este Tratado se establecen las bases para la total privatización de la sanidad, la educación, el agua y el sistema público de pensiones dejando las riendas a la lógica de los mercados (que ya hemos visto a donde nos ha llevado)
También se establece que las políticas sociales y fiscales queden al libre albedrío de cada Estado para poder satisfacer las demandas internas de cada país con lo que una vez más la política comunitaria es de todo menos común. Con esto se beneficia a los verdaderamente dueños de la UE: Francia y Alemania. Estos países pretenden repartirse el pastel europeo. Para Francia queda todo el flanco sur europeo con la creación de la Unión Mediterránea (que controla la inmigración y el acceso a los recursos naturales de nuestros vecinos del Sur), y para Alemania todo el Este de Europa y sus riquezas.
Otro punto importante del Tratado de Lisboa es que por primera vez la energía se comunitariza (curiosamente casi nada lo hace pero como los países europeos van justos de recursos y en el Este van más sobrados pues... esto sí que pasa a ser legislado por “Europa”).
La verdadera razón del Tratado es mantener en funcionamiento el modelo económico basado en el crecimiento sin límites alimentado por el consumo de energía y por la expansión descomunal del crédito, por eso en el Tratado se refuerza sobre manera la posición del Banco Central Europeo que es totalmente autónomo y no responde ante ningún gobierno.
En definitiva, el Tratado de Lisboa es la culminación de 50 años en los que Europa ha pasado de ser la tierra de los ciudadanos para convertirse en la tierra de las grandes corporaciones y los paraísos fiscales.
3 comentarios:
¡Hola, Raúl! En primer lugar, gracias por tu visita a mi blog.
De vez en cuando, es muy interesante pararse en el camino y contemplar desde una posición algo elevada, que dé perspectiva espacio-temporal, cómo ha sido el devenir de los acontecimientos.
Lo que en un momento es vivido (con los media bombardeando, haciendo su trabajo sin cesar) como conveniente, en esa situación de perspectiva histórica podemos comprender que todo estaba organizado para conseguir más poder para las instituciones privadas, corporaciones... En suma, para unos pocos: los de siempre...
Salud para ti y los tuyos.
Gracias a tí, espero contar con tus aportaciones en el futuro.
Un saludo.
Tu análisis de la realidad y la deriva europeas es impecable, Raúl.
Permíteme añadir que mucha gente no sabe que la Unión Europea es un sueño del nazismo hecho realidad.
Ésta es la Europa de los "fuertes" , no la de las masas trabajadoras y la de las pueblos.
Con la caída de las oligarquías de la región se conseguirá que las personas en este ámbito seamos más importantes que las mercancías.
Por otra parte, si la UE continúa siendo un enano diplomático manejado por Washington y Tel Aviv las relaciones con países considerados parte del "Eje del mal" y con otros simplemente empobrecidos no podrán ser verdaderamente justas e incluso no existirán.
La Europa socialista se abrirá camino, en algunos Estados antes que en otros. Los/as trabajadores/as no aceptarán por mucho tiempo más la pérdida de sus fundamentales derechos.
Que el descontento general devenga Revolución. No veo otra salida.
¡Salud, compañero!
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