¿Sabemos escuchar nuestros sueños? Y
en caso afirmativo, ¿somos capaces de vivir en consecuencia? Y lo más
importante, ¿sabemos comprender lo hecho hasta la fecha e interpretarlo?
Son cuestiones que, a priori, parecen
alejadas de nuestro funcionamiento diario.
De esa rutina mecánica de la que no escapan ni esos supuestos momentos
de ocio (opuestos al trabajo) en que
navegamos día tras día. Las necesidades que intentamos satisfacer a diario
consumen nuestras energías. Sin embargo, necesitamos recuperar estos
interrogantes, necesitamos ser honestos en sus respuestas porque si fuéramos
capaces de todo esto, probablemente, estaríamos muy cerca del autogobierno
personal y empezaríamos a estar listos, por tanto, para no ser gobernados por
otros. No es tarea grata ni breve, pero es imprescindible. Debemos comprender
que no somos burbujas aisladas del mundo que nos envuelve y condiciona pero la
introspección y la honestidad son lujos de los que no podemos prescindir.
Sin duda, eso sería un paso de
gigante hacia nuestra rehabilitación como especie, algo que hasta la fecha
parece un imposible, una utopía sólo imaginable para unos pocos que nunca se
resignaron a la degradación a la que nos ha conducido el abandono del
conocimiento y su capacidad creadora y su suplantación por parte de la
tecnología y su capacidad reproductora, replicando eternamente una visión
distorsionada del mundo.
El endiosamiento de la tecnología ha
supuesto una modificación absoluta de la dirección (amén de otros efectos
perversos) del pensamiento humano. El conocimiento nos animaba a mejorar como
personas, a posicionarnos de forma coherente en el mundo que habitábamos. En
cambio, la tecnología nos ha hecho creer que somos seres omnipotentes, por
tanto, ya no necesitamos mejorar al ser humano. Ahora, simplemente, necesitamos
ir aplicando la solución tecnológica adecuada a cada circunstancia. Esto da a
entender que el actual orden de cosas es absolutamente maravilloso y que lo
siga siendo sólo depende de tomar las decisiones acertadas tanto a nivel
individual como colectivo. Ahora lo que importa es mejorar la vida según los
estándares vigentes (no se sabe la de quien) independientemente de la calidad
humana de esos sujetos vivientes. Ahora, más que nunca, la tecnología se ha
puesto en primera línea de combate como elemento redentor de la humanidad. Si seguimos
esa vía, lo pagaremos caro.
Este cambio de dirección en el
pensamiento ha supuesto de facto la muerte del pensamiento, al menos de ese
pensamiento crítico tan necesario para poder formularnos las cuestiones de las
que parte este escrito y sus posibles respuestas. De esta forma es como todos
estos interrogantes se han ido convirtiendo en abstracciones cada vez más
alejadas de nuestra realidad hasta prácticamente desaparecer de nuestro
horizonte intelectual y transformar sus significados en nuestro vocabulario
habitual. Y como siempre sucede, lo que no se nombra no se piensa y lo que no
se piensa, no existe. La necesidad del pensamiento crítico también se observa
en lo imperioso de cuestionar (contrastar con otras personas) también ese
conocimiento al que podemos acceder y que nos hace evolucionar/mejorar como
humanos. Esto es imprescindible ante la ingente cantidad de ruido (que tratan de
colar como conocimiento e información) lanzado sobre nosotros y la velocidad a
la que es posible asimilar y responder todo esto. Nos han creado la ilusión de
tener al alcance de la mano todo el conocimiento en el mundo.
Estamos en un momento aletargado de
nuestra vida, para bien o para mal, debemos aprovecharlo. Cuando te detienes,
puedes observar y reflexionar sobre ello. Sobre todo, puedes observarte y hasta
tener el valor de admitir que no te reconoces en tu forma de vivir. Puedes
conversar, pensar, planear, soñar, escuchar, comprender, tomar decisiones, amar… vivir. Todo acciones consideradas peligrosas
para el buen funcionamiento social y por ello, imprescindibles ahora mismo.
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