jueves, 20 de noviembre de 2014

A PESAR DE TODO, HAY QUE ENTUSIASMARSE



La capacidad de entusiasmarse es algo innato en los seres humanos. Lo observamos con mayor claridad en la infancia donde el entusiasmo, la ilusión; nos mueven a cada instante, nos facilitan el camino por el que queremos circular, sin miedos ni obstáculos. 

Sin embargo, esta capacidad poco a poco se ve interrumpida, coaccionada hasta que en muchos casos acaba sepultada en el fondo del ser humano recubierta por miles de capas de inseguridades. Esto no es casualidad, ni se debe a un talante natural del ser humano. Es fruto de años de integración en una sociedad regida por unos disvalores que fomentan precisamente eso, la desintegración de lo esencialmente humano y favorecen la aparición de estructuras mentales que sirven para justificar lo injustificable, para vivir sin sentir, para ser capaces de representar el papel que nos han adjudicado en la vida sin cuestionarnos nada sobre las consecuencias que eso tiene sobre nosotros mismos y sobre los demás.

El entusiasmo forma parte de un selecto grupo de actitudes vitales que consiguen movilizar el presente para tratar de alcanzar un futuro más acorde con nuestros pensamientos y nuestra manera de sentir. Esto lo convierte automáticamente en un enemigo para todo lo que desea permanecer inmóvil, inerte, para todo aquello que desea mantener el estado actual de las cosas, es decir, es un enemigo de primera magnitud para un sistema basado en el mantenimiento del status quo y en la aceptación del rol social preestablecido.

Ya desde bien temprano, nos topamos con un sistema educativo que nos enseña a canalizar nuestro entusiasmo natural hacia los objetivos más interesantes para el orden establecido. Nos prepara bien para sumergirnos en el fantasioso mundo del consumo donde la frustración está garantizada puesto que en la base del modelo social está la imposibilidad de satisfacer unos deseos  impuestos y jamás decididos libremente por nosotros, por mucho que así lo creamos.

Se entra así, en una espiral donde se establece un doble sistema de censura que inhibe cualquier atisbo de entusiasmo y, por tanto, cualquier oportunidad de llevar adelante una experiencia capaz de acercarnos a la esencia de lo humano, a la posibilidad de vivir sin necesidad de aprender a convivir con el remordimiento y aceptar la renuncia como elemento sobre el que pivota la vida.

Este doble sistema tiene una parte externa marcada por las normas sociales, las leyes y el aparato represor que las salvaguarda. Este aparato externo funciona de una forma extraordinariamente precisa, con su sola existencia consigue que la gran mayoría de la sociedad se mueva dentro de los márgenes establecidos sin ni siquiera plantearse la posibilidad de la existencia de nada más allá de dichos límites.
Pero es innegable que esta parte externa funciona tan bien porque hay otro componente en el sistema de censura, mucho más terrible si cabe,  que es el verdadero triunfo del sistema: el sistema interno de censura.
Nosotros nos incapacitamos al aceptar el precepto social de la delegación en todos los ámbitos de nuestra vida, aceptando la imposición del criterio de los expertos del sistema frente al nuestro. Con esto nos autoanulamos como personas capaces de tomar las riendas de nuestras vidas.
Los miedos inculcados, el temor a perder lo que falsamente creemos poseer, el terror al fracaso social... nos hace ser nuestros peores censores y nuestro peor enemigo de cara a dar el primer paso para recuperar el entusiasmo.

Ahora bien, a pesar de los pesares, seguimos conservando esa capacidad y el poder lo sabe. Por eso, ante la posibilidad de que podamos recuperar nuestra esencia y nuestra capacidad de entusiasmar y entusiasmarnos, nos prepara continuamente ilusiones prefabricadas en forma de bienes de consumo inútiles, alternativas sociopolíticas enlatadas y listas para consumir, pseudofilosofías del alma que incitan al egoísmo y al aislamiento bajo el manto del desarrollo personal, modernas teorías de la psique que incitan al recogimiento interior y a la negación de lo social.
Todo vale para mantener al sujeto en la inopia, centrando sus esfuerzos en la superación de una frustración difusa, sin dejar ver que el propio sistema es la causa de esa sensación.

Sin embargo, hay que ilusionarse pero sin llevarnos a engaño. El verdadero entusiasmo nace de nosotros mismos y con una única dirección: de nuestro interior hacia afuera. Sólo si somos capaces de reencontrar ese entusiasmo podremos convertirlo en fuerza revolucionaria capaz de modificar ese futuro que alguien ha escrito en nuestro nombre.
 

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1 comentario:

Vicky Moreno dijo...

Acertada y necesaria reflexión. Muchas gracias.