lunes, 20 de enero de 2020

IMPOTENCIA: lo sabemos todo, pero no podemos nada.

Esta sentencia resume perfectamente lo que cualquiera puede observar en su quehacer diario. Medios, redes, vecinos, amigos, compañeros… todo el mundo maneja las claves de todo tipo de información y conocimiento. Recibimos constantemente el mensaje de vivir en una sociedad donde la información está al alcance de la mano, tenemos millones de datos disponibles, de historias, de noticias, informes… al alcance de un solo clic, cualquiera diría que estamos en condiciones de conocerlo todo. A la vista de la proliferación de opinadores totales que aparecen en medios y redes sociales, es evidente que mucha gente cree saberlo todo o, por lo menos, todo lo necesario para ofrecer su visión del mundo y de la vida. A todo eso, hay que añadir la credulidad imperante y el poco análisis crítico que existe entre su audiencia (una gran mayoría) nos vemos abocados a un descorazonador panorama que se resume en la sentencia citada en el título: lo sabemos todo, pero no podemos nada. Y la vida sigue empeñada en demostrarnos que no somos capaces de variar ni un ápice. Hemos interiorizado de tal manera la delegación que ya no vemos posible una correlación entre lo que sabemos/conocemos y lo que podemos llegar a hacer con ello. Esto nos lleva hacia un futuro más que incierto en el que parece que sólo haya dos vías posibles: apocalipsis con todo lo que eso implica o solucionismo.

La primera vía nos conduce al autoritarismo de manera directa. Sea en forma de lo que se denominan ecofascismos o no, lo cierto es que el sometimiento de las poblaciones será cada vez mayor (siempre por nuestro propio bien, por supuesto) Sin descartar que esto suceda hasta por aclamación popular.

La segunda vía es la que más me interesa, no porque la comparta sino porque es la que parece imponerse en la izquierda (signifique esta palabra lo que signifique) y los movimientos alternativos.

El solucionismo es un término acuñado en un primer momento por Evgeny Morozov que lo define como la ideología que legitima y sanciona las aspiraciones de abordar cualquier situación social compleja a partir de problemas de definición clara y soluciones definitivas. En palabras de Marina Garcés, representa un saber que no quiere hacernos mejores como personas/sociedad, no creemos en ello porque lo sabemos todo y, a pesar de eso,  no podemos o no somos capaces de hacer nada. Esto genera un impotencia que nos lleva a desear y esperar soluciones/privilegios aquí y ahora.

Simple y llanamente, consiste en mejorar las posibilidades de una huida hacia adelante sin salirnos del paradigma dominante, sin abandonar esos lugares comunes que son el crecimiento y la productividad mil veces redefinidos y revestidos con diferentes capas pero que siempre encierran la misma lógica: la del capital. Esta huida se ve y se seguirá viendo reflejada en las diferentes alternativas, siempre capitalistas por mucho que las acompañen de adjetivos tan estupendos como colaborativa, social… a la crisis. Por eso es tan importante aportar lo que aparentemente son soluciones definitivas, por eso existe tanto tecno-optimista. Aquellos que creen que la tecnología solucionará todos nuestros males, aquellos que por lo tanto, ya han renunciado a cualquier tipo de esfuerzo por tratar de revertir la situación. Son, en definitiva, los que confían en esa utopía solucionista que nos transportará a la humanidad (o, más bien, a los que puedan permitírselo) a un mundo sin problemas donde los humanos podrán ser estúpidos porque la inteligencia será una cuestión que la delegaremos en las máquinas, procedimientos… De momento, la parte de los humanos va cumpliéndose a gran velocidad.

Todo esto está cambiando nuestra manera de estar en el mundo. Nos centramos en nosotros, nuestro bienestar dentro de la burbuja que nos esforzamos en crear porque empezamos a descubrir que el presente no dura eternamente y lo que viene después es horrible. Esto nos deja en una posición crítica.


Esta impotencia que nos impide incidir en nuestras vidas más allá de lo cosmético, nos aboca a una existencia en permanente combate por seguir adelante aunque no sepamos hacia dónde porque sólo el movimiento perpetuo nos hace sentir vivos. Lamentablemente el combate es entre nosotros. Luchamos por sobrevivir unos contra otros. Nos convertimos en víctimas para nosotros mismos y frente a los demás, a los que pasamos a considerar nuestros enemigos si no son capaces de entender la gravedad de nuestra situación. Por supuesto, nosotros somos incapaces de ver que el resto está exactamente en la misma posición. El resultado de todo esto es que inmediatamente todos estamos enfrentados. Así se cierra el círculo virtuoso que posibilita una desconexión total entre iguales y, por tanto, se pierde la posibilidad de romper esta telaraña que nos oprime, ya que sin el otro es absolutamente imposible.
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